Editorial El Comercio

Qué lejos estaba en realidad el fin de la historia que anunció el intelectual Francis Fukuyama a inicios de la década de los 90. Desde entonces se ha visto más bien el surgimiento de nuevas potencias, polarización, incertidumbre y eventos dramáticos. Los ataques a de alto perfil forman parte de estos últimos.

La semana pasada, el expresidente y candidato republicano estadounidense, , fue víctima de un atentado en pleno discurso de campaña en Pensilvania. Escapó con heridas menores, pero al menos una persona murió como consecuencia de los disparos, además del propio atacante. Trump se une así a la lista de políticos que en años recientes han sufrido intentos de asesinato. Entre ellos están , expresidenta de , , expresidente de , y Shinzo Abe, ex primer ministro de . Este último falleció por un disparo en el pecho a los 67 años.

Más allá de la discusión sobre las fallas en los servicios de seguridad que permitieron este desenlace y sobre los motivos del asesino, el terrible incidente contra Trump revela hasta qué punto la polarización política puede ser un camino a la violencia. Ello debería forzar a todos los políticos y líderes de opinión a ejercer mucha más cautela y responsabilidad en sus comentarios respecto de sus adversarios.

, presidente de y hasta ahora rival de Trump en los comicios de noviembre, dijo a inicios de mes que era ya momento de dejar de hablar del debate presidencial –en el que tuvo un pésimo desempeño– y poner a Trump “en el blanco de tiro”. El lenguaje bélico, aún en sentido figurado, debería ser erradicado del discurso político (Biden luego se disculpó por su desafortunada expresión). Trump mismo ha invocado a la violencia en más de una ocasión. En octubre pasado, por ejemplo, sugirió que el exjefe del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas estadounidense había cometido traición y, en otros tiempos, debería haber sido ejecutado. Sus palabras contribuyeron también a preparar el ambiente para el asalto al estadounidense en enero del 2021, que dejó cuatro fallecidos. Crear un ambiente divisivo y tóxico es peligroso para cualquier lado del espectro político y para la estabilidad del sistema en general. De hecho, lo ocurrido con Trump muestra que quienes emplean la violencia en sus discursos pueden eventualmente ser víctimas de ella. Nadie sabe para qué lado irán a inundar las aguas una vez que la represa se ha roto.

Pero lo ocurrido no es un fenómeno netamente estadounidense. Está, de hecho, bastante cerca de nosotros. Basta con recordar, por ejemplo, al entonces titular de la anunciando que correrían “ríos de sangre” si se destituía a su jefe, el expresidente , unos años atrás. Por otra parte, , potencial candidato presidencial, amenaza regularmente con fusilar a sus enemigos políticos y a varios expresidentes de la República. Y apenas la semana pasada , lideresa del partido Nuevo Perú para el Buen Vivir, pidió levantarse contra el Gobierno apelando a la “insurgencia ciudadana”. La violencia está en el lenguaje político cotidiano y la campaña electoral todavía está calentando motores.

El ataque contra Trump debería recordarnos que en una –como la estadounidense y como la nuestra– ninguna diferencia de opiniones, por más radical que parezca, puede jamás resolverse por la violencia. Nunca. Es esa la antítesis de un régimen democrático y del . Y no importa qué amenaza para el sistema se diga estar combatiendo: incluso las ideas malas o peligrosas deben ser vencidas en el campo del debate. El uso de la violencia, más bien, desmerece cualquier mérito político para el bando que la emplea y fortalece la legitimidad del atacado. Los políticos que emplean lenguaje incendiario a sabiendas de lo que puede ocasionar no son inocentes; son corresponsables de los extremistas de su bando que se nutren de sus palabras para atacar al contrario. Y esta es una lección para recordar en los meses que vienen.

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