Hace un año, cuando en este Diario llegó el momento de hacer el balance de lo ocurrido en el mundo en los 12 meses previos, dijimos que lo más resaltante de dicho período fue que la humanidad había vuelto a darse de bruces con la guerra. Que las imágenes de los edificios destrozados en las ciudades del este de Ucrania, de los tanques rusos desfilando por sobre un mar de escombros y de las fosas comunes que se abrieron, se taparon y finalmente se descubrieron en lugares como Bucha o Irpin nos recordaron que muchas de las cosas que creíamos haber dejado atrás con el cambio de siglo en realidad nunca se fueron.
Pues bien, si el 2022 volvió a enfrentar a la humanidad ante los horrores de la guerra, este año solo ha reforzado dicha lección. No solo porque hemos visto cómo otra conflagración se abría paso con toda su brutalidad en la franja de Gaza, sino porque además muchos parecen haber normalizado la invasión que viene sufriendo Ucrania desde hace 22 meses, al punto de que hoy políticos que inicialmente se mostraron solidarios y empáticos con la ex república soviética están rebuscando argumentos para retirarles el apoyo.
Es verdad que la muy esperada contraofensiva ucraniana lanzada hacia mediados de año no tuvo el impacto deseado. Pero creer que por ello debemos abandonar al país a su suerte (una suerte que no es otra que la de ser aplastado por Vladimir Putin) sería un gran error. Por un lado, porque se les demostraría a los países que se liberaron del yugo de la Unión Soviética hace tres décadas y que en ese lapso han intentado acercarse al modelo social europeo que las democracias no pueden protegerlos del autoritarismo ruso. Y, por el otro, porque se les daría la razón a los sátrapas que piensan que sus designios todavía pueden imponerse por medio de las balas y las bombas.
Si la situación en el este de Europa no ha mejorado este año, la de Oriente Medio se ha agravado hasta niveles insostenibles. El 7 de octubre, el grupo terrorista Hamas lanzó el ataque más mortífero de su historia sobre Israel, matando por lo menos a 1.200 personas, secuestrando a 240 y desatando el terror en el Estado Hebreo. Se trató de una acción cobarde, vil y condenable que gatilló una respuesta israelí que ha convertido a la franja en un infierno del que millones pugnan por salir. Seamos claros: Israel tiene todo el derecho de defenderse de quienes buscan su destrucción, pero esta prerrogativa no implica de ninguna manera consentir el asesinato de civiles (muchos de ellos menores de edad), la persecución penal de muchos de ellos bajo cargos gaseosos de terrorismo o la destrucción de infraestructura esencial (como hospitales, carreteras y colegios).
Todo esto, mientras las posiciones extremistas empiezan a verse fortalecidas, de un lado, con un Gobierno Israelí copado por funcionarios ultras, como aquel que afirmó que lanzar una bomba atómica a la franja era una posibilidad y, del otro, con un Hamas que ha comenzado a desplazar a la Autoridad Nacional Palestina como referente para muchos palestinos.
En lo que respecta a la región, en el 2023 América Latina se ha visto sacudida por el azote de la criminalidad y las bandas transnacionales. El episodio más infausto de esta crisis se vivió en Ecuador el 9 de agosto, cuando el candidato Fernando Villavicencio fue ultimado por un sicario tras salir de un acto proselitista, pero los asesinatos se han vuelto moneda corriente desde México hasta Argentina.
Finalmente, son destacables también los eventos políticos, como las victorias de Daniel Noboa en Ecuador y Javier Milei en Argentina, que significaron la derrota de dos movimientos que tanto daño le han hecho a sus países y a la región en este siglo: el correísmo y el kirchnerismo. Así como el fracaso del proceso constituyente chileno que, como hemos dicho antes, engloba lecciones importantes para el Perú.
Así, el 2023 termina con un mundo signado por la guerra y la violencia, y con la única certeza de que, cuando las balas dejen de silbar en Ucrania y en Gaza, el mundo definitivamente será otro. Y no necesariamente uno mejor.