¿Dónde termina el cielo y empieza el espacio? La Federación Aeronáutica Internacional postula que eso ocurre a 100 kilómetros de altura, en la llamada línea de Kármán, mientras que la NASA considera que la frontera se encuentra un poco más abajo. Sea como fuere, lo cierto es que el recientemente declarado “Cielo de Quiñones” no se extiende infinitamente sobre nuestras cabezas: hay un punto en el que la bóveda celeste que contemplamos diariamente los peruanos se convierte en una noche difusa y sin nombre por donde naves extranjeras y estrellas fugaces pasan raudas en busca de su destino.
Por eso resulta imperativo complementar la ley aprobada esta semana por el Congreso con otra que designe esa vasta oquedad con un apelativo que corresponda al de algún compatriota que haya acumulado méritos en la estratósfera. ¿Y quién puede cumplir ese requisito mejor que el astronauta Carlos Noriega Jiménez, que en el 2000 participó en el montaje de la Estación Espacial Internacional y ha acumulado 221 horas flotando en el éter sideral? No faltarán seguramente quienes objeten la propuesta argumentando que Noriega, aparte de la nacionalidad peruana, ha adoptado la norteamericana. Pero lo mismo sucede con Kuczynski. Y si él puede postular aquí a la presidencia, Noriega bien puede teñir con su nombre la Vía Láctea de rojo y blanco.