Hace ya varias semanas, ante la inminencia del resultado electoral, anticipaba que hoy me tocaría escribir una elegía. Una elegía por Susana Villarán, a quien imaginé que el domingo pasado terminaría de perder no tanto una alcaldía, sino el cálido lugar que ocupó hace casi cuatro años tan cómodamente en nuestros corazones. Sin embargo, el tiempo me demostró que estaba equivocado; la batalla de Susana todavía está muy lejos de terminar.
En efecto, bañada de aquella misma fuerza que la hizo enfrentarse contra el 80% de desaprobación que hubiera guiado a alguien quizá más sensata, pero menos guerrera, a replegarse, Susana ha decidido que seguirá luchando. “Dijimos que hemos venido para quedarnos en la política peruana y aquí estamos”, señaló en lo que solo puede ser una clásica mención a sí misma en tercera persona (de otra forma no se explicaría el plural, ya que si algo no parece haber tenido su agarre es Fuerza Social...).
Algunos podrán ver en sus intenciones políticas —y en su anuncio de inaugurar de aquí hasta el 31 de diciembre una obra por día— un acto de necedad. No es tal cosa. Es solo una manera de mostrarnos su firme convicción de que ella —nos aventuraríamos a decir que acompañada con su democrática alianza peruposibilista— hubiera podido hacer la diferencia.