En esta ocasión me referiré al modelo keynesiano, ingeniosa y popular pieza de teoría utilizada para justificar la intervención estatal.
Explicarle a un gobernante latinoamericano que soltar más dinero o elevar el gasto público funciona... no es algo muy difícil. Nuestros mandatarios creen esto sin recibir o exigir mayores digresiones lógicas. Eso de que si yo intervengo todo funcionará mejor les fascina. Por ello, básicamente escogen colaboradores dizque tecnócratas.
Hoy, frente a una significativa y recurrente caída de las exportaciones, la idea keynesiana simplona sobre que esta se explicaría por una caída de los precios externos y que se corregiría inflando el gasto estatal implica una pócima incorporada a escala de dogma indiscutible. No importa mucho que no esté funcionando. Abundan los pretextos a aludir para justificar los fracasos.
Semanas atrás comentábamos lo discutible de la conexión entre la caída de la inversión privada –posterior al papelón presidencial frente al proyecto Conga– y el ruido político.
Por ruido político, se tomaban esas acusaciones de corrupción dirigidas sobre la pareja presidencial y un otrora socio financiero de esta, pero el atribuir a este ruido el colapso de la inversión privada olvida un detalle: no somos Suiza y nunca lo fuimos. El ruido político es algo tan nuestro como la mazamorra morada o los fracasos futbolísticos. Quienes hacen negocios con nosotros deben saber cómo son nuestras perfectibles instituciones.
Pocos días después se optó por culpar a las trabas a la inversión privada. Esto hasta que percibieron que estas provenían de diferentes planos del propio gobierno y que estaban selladas de incapacidad e ideología. Y aceptando tácitamente que no tenían mayor interés o capacidad de hacer nada significativo... pasaron al siguiente pretexto.
El último ha sido achacar a los empresarios su falta de deseo por invertir (a pérdida) en un ambiente poco amistoso: repleto de regulaciones laborales, permisos superpuestos, irrespeto al orden público y hasta con un dólar distorsionado.
Nótese que en el ámbito de los permisos las cosas han llegado a tal nivel de inoperancia o ridículo que hasta se exigen estudios de impacto ambiental a los agricultores. Eso sí: solo a los formales y de exportación.
Tengámoslo claro: a las exportaciones peruanas las hunde nuestra baja competitividad complicada por errores cambiarios, laborales y fiscales. A las inversiones privadas, lo anterior más sus trabas superpuestas.
No es el ruido político ni la apatía empresarial. Tampoco son los precios externos (abundan las naciones que no dejaron de crecer cuando estos alguna vez se les derrumbaron). Nos detiene una larga sucesión de errores de política económica. Todo corregible a menos que no queramos hacerlo.