Con la idea de impulsar la inversión, el Gobierno ha enviado al Congreso un proyecto de ley que otorga el beneficio de la depreciación acelerada a los inmuebles cuya construcción se inicie a partir de este año y que al final del 2016 tengan un avance igual o mayor al 80%. La depreciación no reduce la carga total de impuestos que soporta una edificación; solamente la difiere en el tiempo. Según la exposición de motivos que acompaña al proyecto, el costo fiscal será, en lo inmediato, de 700 millones de soles; pero este se recuperará en años futuros. Lo que no dice es que, al margen del costo fiscal, hay un costo económico que es irrecuperable.
La depreciación es un método para distribuir el costo de una inversión a lo largo de su vida útil. Una empresa que construye una fábrica se engañaría a sí misma si restara de sus ingresos de este año todo lo que ha invertido. Resultaría con una pérdida enorme que no refleja la realidad. El local que alberga la fábrica (si no la fábrica misma) va a prestar sus servicios por los próximos veinte o treinta años. Lo más sensato es prorratear la inversión, reconociendo como un costo solamente la veinteava o treintava parte por año. De esa manera, la empresa se hace una mejor idea de lo que está ganando o perdiendo año tras año.
La depreciación acelerada tiene el efecto de echar la sensatez por la borda. El reconocimiento contable de la inversión se comprime en un período evidentísimamente más corto que la vida útil del inmueble. El objetivo es reducir las utilidades gravables de hoy, a costa –es cierto– de incrementar las de mañana. El impuesto a la renta se traslada del presente hacia el futuro. Eso hace temporalmente más atractiva la inversión en inmuebles.
Allí justamente es donde está el problema. La depreciación acelerada distorsiona las decisiones de inversión y le impone un costo a la economía.
Supongamos que usted tiene 100 soles y puede invertirlos en una de dos maneras. La primera es organizar un concierto que le deja, después de pagarle al artista, 120 soles de ingresos. La escenografía es irrecuperable, así que toda su inversión es un costo atribuible a ese concierto y nada más. Ha ganado 20 soles, que se convierten en 14 después de impuestos. Una rentabilidad de 14%, que puede replicarse los próximos 30 años.
Otra posibilidad es construir un local industrial. Digamos que puede alquilarlo no por 20, sino por 18. Claramente, se trata de una inversión inferior. Haga sus cuentas y verá que después de depreciación e impuestos le queda una rentabilidad de tan solo 13%.
Pero aquí viene la depreciación acelerada para inducirlo precisamente a hacer la inversión inferior, la que menos aporta al conjunto de la economía. El local sigue generando servicios por un valor de 18, o sea, el alquiler que alguien está dispuesto a pagarle. Gracias a la depreciación acelerada, sin embargo, usted no pagará impuesto a la renta en los próximos cinco años. Su rentabilidad es ahora de 15%. Y no porque haya hecho una mejor inversión, sino porque el fisco ha postergado sus aspiraciones. Usted es cuatro soles más rico, pero el país es dos soles más pobre.
La depreciación acelerada no significa que vaya a haber más inversión. Significa solamente que la inversión se va a distribuir de otra manera. Siendo esa otra manera una que contribuye menos al bienestar nacional.