A Ernesto de la Jara, director-fundador del Instituto de Defensa Legal (IDL), no le cayó muy bien mi columna pasada y le dedicó todo un artículo en la revista “Ideele”, titulado “La perfección hecha modelo económico”.
En mi columna afirmé que la apertura económica trajo crecimiento, redujo la pobreza y la desigualdad. Asimismo, mostré que, en contra de lo que sostiene la ideología colorada, los países más respetuosos de la ecología tienden a ser los de mercados más libres.
De la Jara me acusó de creer en cosas que no dije, como que el modelo de economía abierta es perfecto o que no estoy dispuesto a “tolerar la presencia de la izquierda” en la política. Eso es falso. Yo solo señalé que hay que ser ignorante para hacerle caso a un rojo en economía(lo que no implica lo anterior). Pero en fin, problemas de compresión lectora aparte, hay un tema que levantó en la revista “Ideele” en el que sí vale la pena detenerse. Él se pregunta si para analizar la situación de un país no se debe considerar (fuera de los temas que yo analicé) el estado de la cultura, la institucionalidad, la educación, la salud, el crimen o la innovación tecnológica. Pues bien, resulta que De la Jara y yo sí estamos de acuerdo en algo: hay que tomar en cuenta estos elementos para juzgar la conveniencia de un modelo de desarrollo.
Es un poco complicado medir con exactitud qué tanto ha favorecido la apertura económica a la cultura nacional,pero acá hay ciertas pistas. Hoy hay más películas peruanas en cartelera que nunca y el año pasado una película nacional fue la más taquillera en el país. El teatro atraviesa un ‘boom’ y la obra “Toc Toc” ha logrado 100 mil asistentes tras 150 presentaciones, algo nunca antes visto. El ballet llega a todos los segmentos. Según las últimas cifras disponibles, del 2009 al 2011 el gasto de los hogares en libros creció en casi 17%. Y la incuestionable explosión de la gastronomía es una expresión del desarrollo cultural peruano de los últimos años. Ninguno de estos fenómenos habría sido posible sin los recursos que ha generado la apertura económica. Gastón, por ejemplo, tiene un mérito gigante, pero el movimiento gastronómico que él ha liderado no hubiese podido existir en los setenta.
Ahora veamos el caso de la institucionalidad, sobre la que sí tengo a la mano evidencia global. El Reporte de Libertad Económica Mundial 2013 del Instituto Fraser muestra que, en una escala del 1 al 7, los países del cuartil económicamente más libre obtienen una puntuación superior casi en tres puntos a los del cuartil menos libre en lo que toca al respeto a los derechos civiles y políticos. Y si revisan el Índice de Percepciones de la Corrupción de Transparencia verán que esta tendencia también se repite en él.
En cuanto a educación, las economías abiertas también llevan la delantera. Según el Índice de Libertad Económica de la Fundación Heritage, la tasa de alfabetismo de las naciones que ocupan el cuartil económicamente más libre es de 94,5%, mientras que la del cuartil menos libre es de 76,8%. Los países del primer grupo, además, tiene 14 veces el número de universidades ‘top’ (según el ránking de U.S. News de las mejores 400 universidades) por cada millón de habitantes que los del segundo grupo.
Algo similar sucede con la salud: la expectativa de vida es casi 20 años mayor en el cuartil más libre que en el menos libre.
En criminalidad esto se repite. Según un conocido estudio de Stringham y Levendis, si la libertad económica de un país aumenta del 60% al 70% (medida según los criterios de Heritage), la tasa de homicidios cae de 12 víctimas por cada 100.000 personas a 8,3.
En innovación tecnológica el tema es aún más claro. Los países del cuartil más libre tienen el doble de patentes que todo el resto del mundo junto. Y es que Silicon Valley, por más que algunos lo lamenten, nunca hubiese surgido en La Habana.