La esposa de un ex presidente a la que rodean serios cuestionamientos éticos se enfrenta este martes en las reñidas elecciones presidenciales de Estados Unidos a un candidato demagógico que promete volcar el ‘establishment’ podrido de Washington. Es una señal más de la latinoamericanización de la política estadounidense.
Quien más simboliza este fenómeno es el magnate Donald Trump, aspirante a la Casa Blanca por parte del Partido Republicano. Ha creado un culto de personalidad a raíz de sus afirmaciones de que todo está mal en EE.UU. y que solo él puede arreglar los grandes problemas del país, tal como declaró en la convención de su partido. Su estilo es de un populista autoritario. Propone cambios radicales sin ofrecer detalles. Es agresivo, intolerante e insultante hacia quienes difieren con él.
Es un nacionalista que favorece el proteccionismo y aborrece a los inmigrantes. Quiere revertir la política comercial internacional de EE.UU. Para Trump, el extranjero es el enemigo y se colude con la élite estadounidense, de la que la candidata Hillary Clinton es parte.
El hecho de que un 40% de estadounidenses esté apoyando a un ‘outsider’ como Trump dice mucho de la polarizada política estadounidense. Pero no es que Clinton sea muy querida. El nivel de rechazo de los dos candidatos es el más alto desde que se empezaron a hacer tales encuestas décadas atrás. La mayoría de los estadounidenses considera que ambos son deshonestos. Y la verdad es que Clinton ha sido por largo tiempo parte de ese ‘establishment’ que tantos estadounidenses ven con desdén por proteger cada vez más los intereses de grupos poderosos, entre ellos, la clase política.
Tal sentimiento se ve reflejado en el bajo nivel de confianza que los estadounidenses tienen en las instituciones de su país. Según la encuestadora Gallup, está en niveles históricamente bajos o cerca de estos. Solo un 35% de estadounidenses le tiene mucha confianza a la Corte Suprema, un 23% al sistema de justicia penal, alrededor del 20% a los periódicos y noticieros de televisión, un 18% a las grandes empresas, y tan solo 9% confía en el Congreso.
Ese declive es producto de una concentración de poder en Washington que se aceleró durante la presidencia de George W. Bush. Con el respaldo de un Congreso republicano, Bush incrementó el gasto público más que cualquier otro presidente en cuatro décadas.
Las guerras en Medio Oriente y contra el terrorismo llevaron a violaciones de privacidad y derechos civiles, muchos de las cuales siguen siendo vulnerados. La respuesta a la crisis financiera, primero por Bush y luego por Barack Obama, se ha visto como arbitraria, no muy eficaz y algo injusta, pues se ha usado dinero público para beneficiar a Wall Street y otros grupos políticamente conectados. La deuda pública se ha disparado y la gente se ha hartado del capitalismo de compadrazgo. Con razón que los índices internacionales de Estado de derecho muestran un deterioro marcado para Estados Unidos desde principios de siglo.
Cuando se pierde la fe en las instituciones de un país, se alienta la esperanza en un hombre fuerte que pueda poner orden, ya que las reglas del juego no son de confiar. Así es cómo un Trump puede llegar a declarar que si fuera presidente encarcelaría a Clinton, deportaría a millones de inmigrantes, reduciría las libertades de la prensa, prohibiría la entrada de musulmanes al país, impondría impuestos altos a empresas particulares, investigaría a sus opositores –y aun así mantener un alto nivel de apoyo–. Y si no llega a ser elegido, será porque el sistema está amañado, según él. Son cosas propias de un caudillo latinoamericano.
Y tal como muchas campañas electorales en América Latina, la estadounidense hace rato carece del debate de ideas. En vez, los candidatos se acusan de mentirosos y el debate se enfoca en el escándalo del día. En estas elecciones, hasta hay un elemento de injerencia extranjera, pues hay mucha evidencia de que el Kremlin está tratando de influir a favor de Trump y en contra de las instituciones democráticas, especialmente a través de intervenciones cibernéticas que ponen a Clinton en una mala luz.
Pase lo que pase el martes, será en buena parte resultado del deterioro de las instituciones estadounidenses.