El presidente de la Comisión de Protección Social nombrada por el gobierno, Alejandro Arrieta, ha adelantado en un evento hace algunas semanas que al interior de la misma se estaría considerando proponer el matching de aportes previsionales. Este consistiría en que, por cada sol que una persona ponga en su cuenta individual de capitalización, o sea, en su fondo de pensiones, el gobierno ponga otro. De esta manera, se incentivaría el ahorro con fines previsionales.
Eso, sin ninguna duda, es cierto. Si por cada sol que uno aporta, el gobierno aporta otro, es como si la rentabilidad del fondo individual se duplicara. Pero lo que hay que preguntarse es si el incentivo es justo y necesario. Y en este caso particular nos parece que no sería ni lo uno ni lo otro.
Dividamos el mundo en dos: los que pueden y los que no pueden aportar a un fondo de pensiones. Los primeros son aquellos que tienen ingresos suficientes como para separar una parte y guardarla para su jubilación. Los segundos no podrían hacerlo sin sacrificar algunos gastos esenciales. ¿A quién beneficia el matching de contribuciones? ¿A quién incentiva el gobierno? ¿Al más desprotegido o al menos desprotegido? Pues a este último: cuantos más aportes uno haga, menos desprotegido está; pero, a la vez, más incentivos recibe.
Más allá de esa iniquidad, ¿cuál es la necesidad de incentivar a quienes sí están en condiciones de aportar? La mayoría aporta porque está obligada a hacerlo. No va a ahorrar más con el matching ni va a ahorrar menos sin él. El incentivo está dirigido a aquellos para quienes el aporte es opcional, o sea, a los trabajadores independientes. Aquí se nos presenta un dilema: ¿les damos el incentivo a todos, incluyendo a los trabajadores dependientes, que van a aportar de todas maneras, o se lo damos sólo a los independientes?
Dárselo sólo a los independientes supone un trato desigual, discriminatorio, pero además tiene consecuencias indeseables. El matching va a terminar creando un incentivo para ser independiente: no estoy obligado a aportar; pero cuando aporte, si es que alguna vez decido aportar, el estado me regalará una cantidad igual.
Los economistas de la comisión se darán cuenta de que esta regla, lejos de fomentar la formalización, va a inflar la informalidad. Tanto a la empresa como al trabajador les puede convenir modificar la relación laboral, tercerizar sus funciones, sacarlo de planilla. Al convertirse en un contratista independiente, la empresa puede pagarle un poco menos, y aun así el trabajador recibir un poco más de lo que solía recibir, una vez descontados los aportes al fondo de pensiones. Si ganaba 2,000 soles y le descontaban 200, se quedaba con 1,800. Ahora puede cobrar 1,950 por sus servicios –mejor para la empresa– y aportar solamente 100. Le quedan 1,850 –mejor para él– y además, gracias el matching, su fondo de pensiones sigue recibiendo 200.
Con el tiempo, lo que vamos a ver es una reconfiguración del mercado laboral. Las ocupaciones de baja productividad, que apenas justifican el pago de una remuneración superior al sueldo mínimo, se convertirán en actividades ejercidas predominantemente por contratistas independientes. Dentro de la empresa, en los trabajos formales, se quedarán solamente los de más alta productividad. En otras palabras, una segmentación mayor de la que existe hoy.