Cuando Ollanta Humala como candidato en el 2011 visitaba Cajamarca y otros pueblos con proyectos mineros controversiales en planes, claramente era el Humala del polo rojo. Ese Humala incitaba a la masa a cuestionar los proyectos mineros y preguntaba: ¿qué es más importante, el agua o el oro? Él y la multitud asentían que el agua. Luego, ya como presidente, se puso el polo blanco, el de la hoja de ruta. Con este polo, ofrece un mensaje a la nación luego de los hechos en Conga y lanza su nueva “visión” acerca de la relación entre las industrias extractivas y la naturaleza: agua y oro. En la actualidad, con un polo bastante percudido, vuelve a dar un mensaje a la nación, esta vez no se sabe bien si quiere agua y oro o solo oro. ¿Qué dicen estos cambios de polos para los ciudadanos y para el sistema democrático?
En una reciente entrevista, el ministro del Ambiente, Manuel Pulgar Vidal, mencionó que lo de Humala no es nuevo, que todos los presidentes, como Fujimori y García, cambiaron de discurso. Si bien es cierto que Fujimori representa el arquetipo del candidato que cambia de plataforma política (junto con Carlos Menem en Argentina), este cambio no ocurrió con el primer García. Si Pulgar Vidal se refiere al Perú pos-Fujimori, el gobierno de Toledo no representó un cambio tan radical como el que ha experimentado Humala.
¿Cómo reaccionan los ciudadanos ante estos cambios? La experiencia en el caso de Fujimori es informativa. Luego del cambio de una oferta de campaña que enfatizó el no shock a una implementación rígida de las medidas de ajuste estructural, la base de apoyo de Fujimori se amplió, de un respaldo centrado en los sectores bajos a un apoyo generalizado. Sin embargo, el respaldo entre su base original, los pobres, no fue por el entusiasmo respecto a las medidas neoliberales, de las cuales los sectores populares fueron escépticos, sino por la percepción de haber puesto orden y brindado paz al país. Es decir, tuvo la fortuna (o la virtud) de tener resultados para todos los sectores.
Sin embargo, estos réditos políticos fueron circunstanciales al relativo éxito de la política de Fujimori y no se hicieron extensivos al sistema político en general. Por el contrario, la falta de cumplimiento del mandato tuvo un efecto negativo para el sistema. La representación y la calidad de la democracia son dos conceptos que van de la mano. Así, cuando un presidente falla en representar a su base social y no cumple el mandato que se le confirió, la calidad de la democracia sufre, porque se mina la percepción en el valor del voto y en la legitimidad del sistema.
En la actualidad, Humala no solo no tiene el éxito circunstancial de Fujimori que le brindó apoyo de empresarios y de los ciudadanos más pobres, sino que ha alienado a su base original y no satisface a su nuevo grupo de apoyo. Es más, su cambio de plan de gobierno afecta al sistema, los ciudadanos perciben que su voto realmente no tiene valor en la toma de decisiones políticas y están usando la calle como mecanismo para hacer escuchar su voz. Hacia adelante, los candidatos a la presidencia deben tener mucho cuidado al momento de lanzar promesas de campaña como moneda corriente. Ya saben que esa moneda luego regresa como una pesada factura, que finalmente la tendremos que pagar todos. Y los ciudadanos, por nuestra parte, tenemos que poner atención a los polos que vestirán estos futuros candidatos.