Omar Awapara

Una pregunta que viene dando vueltas es por qué este Gobierno logra sobrevivir a tormentas y escándalos que, en otros casos, habrían provocado movilizaciones masivas, renuncias o vacancias. ¿Por qué toleramos, impávidos, una “caquistocracia”, como la describió el domingo ? Por menos cayeron otros, se suele argumentar.

Y no deja de ser cierto, aunque no siempre y no para todos. El antecedente más cercano es la vacancia de , precedido por la renuncia de PPK, y de ahí hay que ir hasta la caída de Fujimori en el 2000. A diferencia de los dos casos más recientes, tiene con qué defenderse en el Congreso, por lo que una eventual salida anticipada tendría que romper primero su protección en el Parlamento. Hasta ahora, hay muchos indicios y evidencias que involucran, incluso, al núcleo más próximo a Castillo en actos de corrupción, pero no ha sido suficiente. ‘Close, but no cigar’.

¿Qué más se necesita, entonces? Sospecho que un instante. En un texto genial del 2014 que he vuelto a leer –”De Zorba el griego a Peru-Nebraska. Una video-historia”–, Alberto Vergara analiza la relación entre política y video en el Perú reciente, y describe la historia contemporánea como puntuada por instantes (con clara referencia al fantástico “Anatomía de un instante” de Javier Cercas) que quedaron registrados para la historia gracias a una cámara.

Ni el Congreso extraordinario del 2020-2021 ni el Parlamento dominado por una mayoría opositora de 73 fujimoristas necesitaron de un instante para precipitar la caída de Vizcarra y PPK, respectivamente. Ya tenían los votos, así que la urgencia de justificar un proceso de vacancia era menor, casi accesoria. Hay, sí, un primer intento por crear un instante con la propalación de audios filtrados en el affaire Richard ‘Swing’, pero que se disipa cuando el melodrama de las relaciones palaciegas se impone sobre los torpes intentos de obstruir la investigación. Luego, una posterior declaración de un colaborador eficaz alcanza para motivar la segunda moción de vacancia. Otros tiempos y otros cálculos.

Por eso, más próximo es el paralelo con el régimen de Fujimori. Ya estaba plenamente identificado desde muy temprano en los 90 y era sabido que se reunía con una larga lista de visitantes en la salita del SIN, y no siempre para conversar. En los primeros días de setiembre del 2000, el Gobierno había logrado neutralizar los cuestionamientos de fuentes domésticas e internacionales a su tercera reelección. La corrupción que permitía desarmar las instituciones democráticas había allanado el camino y le permitía construir ahora una mayoría artificial en el Parlamento. El Gobierno soportó marchas multitudinarias a nivel nacional, que incluyeron la trágica muerte de personas en el Banco de la Nación en pleno Centro de Lima, y la presión de organismos y veedores internacionales. Sin embargo, no pudo soportar la contundencia de la imagen de la compra de conciencias por un fajo de billetes, por más intentos procaces de miembros del oficialismo por negarlo. El instante en que se difundió el fue el comienzo del fin de un régimen que aparecía invulnerable.

Entre presuntos implicados prófugos, encarcelados y descubiertos en el Congreso, queda la sensación de que se estrecha el cerco y de que la inédita investigación preliminar iniciada por el Ministerio Público puede poner a prueba lealtades internas. Lo que falta para que este Gobierno caiga es un instante, que probablemente ya existió, pero que todavía no ha sido reproducido, y que sirva para que aquello que se viene quebrando gradualmente se termine de quebrar de repente, parafraseando a Ernest Hemingway.

Omar Awapara es director de la carrera de Ciencias Políticas de la UPC

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