Exactamente hace un año el entonces primer ministro Aníbal Torres estaba en Huancayo adulando a Adolfo Hitler. No tardaría en poner en marcha el presunto plan para –a lo Hitler– gobernar autocráticamente. Así, ocho meses después de ese día, y exactamente hace cuatro meses, el –ahora preso– expresidente Pedro Castillo intentó llevar a cabo uno de los golpes de Estado peor ejecutados de nuestra historia. Se entiende que con Torres como cerebro de la operación, que hoy pretende, como se dice criollamente, “quitarle el poto a la jeringa”.
Como la vida está llena de coincidencias, el primer golpe liderado por Hitler también falló. Me encantan esas concurrencias de la vida que nos regalan un círculo completo. En 1923, Hitler intentó hacer un golpe de Estado quizás aún más ridículo que el de Castillo. Empezó en una cervecería y terminó con Hitler en la cárcel unos días después. Ya todos sabemos lo que escribió en prisión y cómo, lamentablemente, terminó llegando al poder. Así haya sido inicialmente de manera democrática.
Incluso si Aníbal Torres quisiera seguir los pasos del genocida Adolfo Hitler, e intentara llegar al poder por las urnas, confío en que los peruanos seremos lo suficientemente inteligentes y suspicaces como para entender que –a pesar de sus públicas intenciones de postular a la presidencia– ese hombre no merece gobernar ni una colonia de hormigas en su jardín.
En el Perú de hoy, a pesar de todo, la democracia sobrevive. El hecho de que nos hayamos librado de un dictador no quiere decir que todo esté bien. Por el contrario, mientras nos vamos desacostumbrando a que el drama político domine nuestras noticias, nuestras conversaciones y nuestras mentes (como lo hacía durante el gobierno de Castillo), más podremos enfocarnos en los problemas reales de este país. Y muchos concordarán conmigo en que son tantos y tan graves que es realmente difícil verles una salida.
No olvidemos, pues, que el Estado debe ser un reflejo de lo que quiere la sociedad civil como modelo de desarrollo. Basta ya de películas de mal gusto y de políticos que pretenden apropiarse del Estado como un botín para hacerse ricos –ellos y sus amigazos–. Toca poner la lupa en las políticas públicas que aseguren un desarrollo inclusivo y en el futuro del Perú como la nación justa que piense principalmente en el apoyo a los que menos tienen a partir de la riqueza fiscal generada por aquellos que más tienen.
Olvidémonos para siempre de los sueños hitlerianos de Aníbal Torres y su camarilla de secuaces, Pedro Castillo, Betssy Chávez y varios más cuyos nombres –felizmente– ya empiezo a olvidar. Pensemos en un Perú productivo que trascienda las rencillas políticas.