Javier Milei, triunfador en las elecciones primarias de Argentina, no es precisamente un ‘outsider’; es un político muy conocido en su país que hasta hace poco era visto como un actor marginal por su mensaje ‘ultraliberal’ al cuestionar el guion promedio de la clase política catalogada por él como “la casta”.
¿Qué ha pasado para que este exrockero, exarquero de Chacarita y economista formado bajo los principios de la ortodoxia de Friedman haya sido el más votado? A juicio de muchos, el cóctel armado entre el hartazgo de una juventud (sobre todo) que ve sus perspectivas oscurecerse a diario y sin solución, y el discurso disruptivo que Milei enarbola.
Y sí, se podría convenir en que sus exabruptos, su histrionismo y una secuela de anuncios que parecieran radicales lo posicionaron por buen tiempo como marginal. Pero si uno separa el fondo de sus mensajes del ruido que los acompaña, Milei dice la verdad.
Pues no hace sentido que un país que tiene un 45% de pobres, con un nivel de indigencia y criminalidad al alza, con más de 10 años de estancamiento del PBI, una inflación superior al 100%, una deuda pública desbordada, sin empleos formales y una informalidad económica en ascenso pueda seguir votando por gente que le ofrece lo mismo, más de lo mismo o un gradualismo que ya mostró su ineficacia (Caso Macri).
El diagnóstico de Milei es certero; que sus medidas de solución gusten poco o que, en realidad, generen temor es otro problema.
Cuando se le pregunta por el ‘ajuste’, el exChacarita tiene un mensaje asertivo. Más que poner los miedos en el tema del sinceramiento de precios y el tipo de cambio, habla de un ajuste a los causantes del drama de su país: los políticos, que no es otra cosa que reducir ese Estado elefantiásico que los sucesivos gobiernos de los últimos 20 años han seguido alimentando para ‘venderle’ a su pueblo que esa es la mejor vía para entregar servicios públicos de calidad y hacer realidad cientos de derechos instalados en las mentes de millones de argentinos como conquistas irrenunciables.
Milei rechaza el modelo de la “casta”, aquel que dice que ante una necesidad hay un derecho, pero que para hacer realidad este último terminó robándole al beneficiario tal derecho.
Nunca más de acuerdo. Así que: “¡Viva la libertad, carajo!”.