La idea que lanzara Lourdes Flores hace unas semanas sobre la posibilidad de una alianza electoral entre el Apra y el PPC –recibida con simpatía por Alan García– tenía como fundamento central el hecho de dar un cauce institucional a la política y a un eventual gobierno a través de los dos grandes partidos tradicionales del Perú de hoy. La apuesta era riesgosa en la medida que, precisamente, surge como una reacción tardía a la despolitización de la sociedad peruana expresada en el respaldo a una nutrida oferta electoral de personalismos ajenos a cualquier consideración programática o ideológica sin más norte que el “yo soy” de los que quieren ser presidente. En síntesis, lo que Flores proponía era una suerte de alianza por la seriedad programática y por una gama de valores e ideales que se supone no tiene el perfil de los informales de la política que son su competencia.
Es un chiste cruel que lo que menos pueda ofrecer en estos momentos el PPC sea, precisamente, esa formalidad y seriedad políticas que eran su único atractivo electoral y el de una eventual alianza con el Apra. Porque, en efecto, tras los últimos acontecimientos de este fin de semana en que el partido fundado por Luis Bedoya Reyes hace 50 años estallara por los aires en una pugna interna y pública entre Lourdes Flores y Raúl Castro, ¿quién los podría tener como referente de una alianza de gobierno o de que su partido representa lo que el Perú necesita?
Lo cierto es que a nadie le importa acá quién tenga la razón en este pleito por las “irregularidades estatutarias” en un proceso electoral interno. Para el peruano promedio, tal es una discusión estrafalaria teniendo en cuenta que en un país de informales lo que menos puede interesar a la opinión pública es un lío por la interpretación de los puntos y comas de un reglamento partidario. Lo que sí importa y mucho es que todo el mundo percibe que en el PPC no hay un liderazgo firme y claro que pueda mantener un mínimo de cohesión interna en vísperas de un proceso electoral y que, por lo tanto, no hay forma de que represente con éxito los intereses de nadie.
Al Apra tampoco le ha ido mejor como representante de la tradición, experiencia y seriedad política que ofrece a la ciudadanía como sus principales activos electorales. Alan García ha sido claro en calificar de “autogol” la patinada de presentar con bombos y platillos un programa de gobierno salpicado de citas de otros documentos en el que “no se consignó la fuente”, por decirlo de alguna manera elegante. Por supuesto que aquí tampoco le importa a nadie si el “Plan bicentenario” era o no era el plan de gobierno del Apra o de si no se trataba más que de un borrador o de si los documentos oficiales del partido son los que aprueba la comisión política y el comité ejecutivo nacional. Para todos los efectos, la percepción de la opinión pública es que la informalidad y la improvisación campean en Alfonso Ugarte perjudicando la más creíble oferta electoral de la candidatura de Alan García.
Paradójicamente, mientras los dos grandes partidos tradicionales que tiene el Perú dan una lamentable impresión de informalidad y falta de seriedad, los “no tradicionales” han logrado reunir en torno suyo a una serie de personajes cuya reputación política y profesional los formaliza a ojos del gran público.
Así pues, en las eliminatorias electorales del 2015 parecen estar jugándose dos campeonatos totalmente distintos: el de los goles y el de los autogoles. Y a fe mía que no será lo mismo alzar una copa que la otra.