Con el permiso de las damas aficionadas, para los hombres el Mundial de Fútbol es quizás el mejor regalo que recibimos por el Día del Padre. Pero podría ser mejor si evitamos que lo que debe ser pura diversión se convierta en una gran discusión política, económica y social. Ello quizás más en el Perú, donde el espectáculo se observa con el sabor agridulce de los que no pudieron entrar al baile y donde un cambio de actitud nos haría aprovechar mejor esa gran fiesta.
¿Cómo vemos el Mundial los peruanos? Seguramente con placer por ver un muy buen fútbol y muy buenos jugadores. Pero detrás de ello, con pena de no ver allá a nuestro equipo y también envidiando, sanamente dicen, la suerte de los que sí fueron. Eso sería adecuado si todo quedara allí, pero desgraciadamente las cosas van mucho más lejos. Lo peor viene cuando algunas personas, comentaristas deportivos, analistas políticos o simples espectadores, empiezan a tratar de explicar nuestra ausencia basándose en supuestas características generalizables a todo el país. Que somos flojos y no trabajamos como los alemanes; que no tenemos la disciplina de los japoneses; que no somos patriotas como los ingleses o que nos falta la imaginación de los brasileños. Y cuando el resto del público se suma al concierto de críticas, termina resultando “evidente” para todos que no fuimos al Mundial porque somos incapaces de actuar como país. Y allí me toca protestar.
Creo que no fuimos al Mundial simplemente porque no tenemos ni buenos jugadores ni buenos dirigentes del fútbol. Eso no tiene nada que ver con que seamos menos trabajadores, disciplinados, patriotas o imaginativos que otros países, pues han ido a este Mundial muchos que lo son menos que nosotros. Piense un momento el lector en los competidores y la evidencia saltará ante sus ojos. Y por la misma razón debo decir que si hubiéramos ido a Brasil este año tampoco eso hubiera significado que ya éramos un país desarrollado. Recordemos que la última vez que fuimos a un Mundial, el de México, estábamos en dictadura y entrábamos a una gran crisis económica. Simplemente es fútbol.
Por el contrario veamos el gran problema de Brasil, cuyo equipo no tuvo que ir al Mundial porque el Mundial vino hacia él. Resulta que en vez de recibir las felicitaciones que corresponden al anfitrión de la fiesta, es hoy centro de críticas internas y externas. Internamente, el gran evento ha desatado muchas protestas de los ciudadanos y notorias huelgas de sus trabajadores públicos. Y externamente, la prensa mundial ha dedicado mucho tiempo a mostrar el lado feo de Brasil, el de la delincuencia y el de los problemas en sus favelas. Así, lo que debió ser la oportunidad para mostrar el mejor perfil del gigante de América Latina se ha convertido en lo contrario. Y de todos los brasileños, la más interesada en ganar el Mundial es sin duda su presidenta Dilma Rousseff, quien sabe la infinidad de problemas que le caerá encima si la verdeamarilla no se lleva la Copa. Su apuesta es muy grande.
En fin, para aprovechar mejor nuestro regalo del Día del Padre, sería bueno que dejemos de poner el honor y la respetabilidad de los países en los 120 dedos que usan sus 11 jugadores. Así podremos gozar del Mundial de Fútbol como lo que esencialmente es: solo un juego.