Axioma: En nuestro medio existe la tendencia a destacar la valía de una persona en función a la cercanía personal preexistente.
Ejemplo: la función y la gestión de Jaime Saavedra eran suficientemente valiosas por sí mismas como para generar argumentos de sobra para defenderlas del ataque de los conservadores y de los aliados de las universidades de medio pelo. Sin embargo, para algunos líderes de opinión lo importante de Saavedra era que lo conocían de chiquito y, por tanto, no podía ser un corrupto comeniños. Pero allí no quedó la cosa. Quienes ya estaban convencidos de no entregar la cabeza de Saavedra a los sectores más retardatarios de la sociedad celebraron que el ahora ex ministro fuera amigo de alguien de chiquito y se dedicaron a difundir ese argumento.
Vamos, nadie está descubriendo la pólvora aquí. En todos lados las apelaciones emocionales triunfan sobre cualquier argumento racional. En todos lados tener alguna cercanía –sobre todo si es de larga data– con un personaje influyente es como tener un ‘cheat code’ en el videojuego de la vida. En todos lados, la gente difunde sin pensar cualquier “contenido” que refuerce sus propias convicciones ya establecidas.
El problema es que, últimamente, estos fenómenos se están reforzando y convergiendo en ese nuevo orden social que es la posverdad (que no es una forma huachafa de llamar a la mentira, sino que denomina al estado de cosas, exacerbado por las redes, en el cual tener la razón no es suficiente ni necesario para convencer a nadie y en cual toda afirmación que lleve un # delante se convierte en dogma).
Esto no es exclusivo de ninguna tienda política. Imaginemos algo: el “sospechoso de Larcomar” cuyo rostro difundió el Ministerio del Interior. ¿No le habría costado la cartera a Basombrío si el sospechoso fuera ‘gentita’? ¿Si, digamos, hubiese estudiado, como medio Gabinete, en la PUCP o en la Pacífico? Pero como se trata de un simple trabajador, su imagen fue vulnerada y sometida a escarnio público sin mayores consecuencias.
Una más. Odebrecht corrompió gobiernos nacionales y locales, pero para algunos colegas de izquierda la gestión de Villarán no existió. ¿El proyecto vías nuevas de Lima? ¿Qué es eso? Seguro un invento ‘fujitroll’. Yo conozco a todititos los que trabajaron en la muni con Susana, estudiaron en mi cole y son chéveres. Ya pues.
Veamos. Los fujimoristas salivan con Lava Jato porque está consiguiendo que “el otro lado” caiga en un funesto “nosotros robamos menos” (y, por supuesto, porque les pone en bandeja el recurso de la vacancia, pero ese es un tema para otro día). Es más, están intentando establecer la narrativa según la cual “los medios” no dicen “nada” del tema (cuando lo cierto es que las denuncias contra esta empresa en el Perú vienen desde los primeros gobiernos de Fujimori y García y, de hecho, se incrementaron exponencialmente durante el de Humala). Deliran. Pero eso no quiere decir que no deba investigarse el caso como se debe. Que ellos no tengan razón no significa que nosotros debamos perderla.