Sentada en un café, con un par de audífonos en las orejas, escuchando un concierto de piano de Keith Jarrett, el mundo se ve mejor. Tal vez porque en lugar de oír los problemas de las mujeres de la mesa de al lado, que organizan un ‘coaching’ para empresarios, puedo imaginarlas planeando un viaje juntas que las pondrá felices. Tal vez porque en lugar de percibir la tensión en la conversación de la pareja del frente, los pienso contándose, cómplices, sus sueños. Tal vez porque el fondo musical me permite imaginar que el chico guapo, que acaba de ocupar el asiento vacío en mi mesa, chatea con su mamá que está lejos.
El mundo se ve mejor desde un par de audífonos, qué duda cabe. Y, discúlpenme la digresión de hoy, no es que no me guste la vida, la adoro. En este mundo que tengo que enfrentar todas las mañanas desde una cabina de radio vive mi hijo. Viven mis padres y el hombre que amo. En este mundo, que a veces me agota, se la ha pasado mi abuela 99 años cuidando de los suyos. Y es en este mismo mundo donde he visto las escenas más conmovedoras que puede ofrecer la naturaleza o las expresiones más cuestionadoras y bellas que puede ofrecer el arte de los hombres.
Pero en este mundo que a veces cansa, que a veces desespera, también he visto llorar de cólera a personas que quiero porque no se les permite vivir como les plazca, aunque no le hagan daño a nadie. Es en este mismísimo mundo donde Luisi ha tenido que escuchar a un ignorante decir que ella no tiene derechos porque el gen gay no existe. Donde Karen y Verónica se toman la mano bajo la mesa para que no las insulten. Donde Lino, una de las personas más valientes que conozco, corre el riesgo de ser llamado maricón. Es en este mundo donde a Fernando lo echaron de su casa cuando confesó su orientación sexual, donde Bruno recibió una paliza por amanerado, donde Cecilia busca hace meses un colegio en el que pueda confesar que ella y su pareja, otra mujer, crían con amor a su hija. Donde Pepe terminó suicidándose porque creyó que nadie lo comprendería.
Es en este mismísimo mundo donde quienes supuestamente profesan su amor al prójimo planean tomarse la atribución de decidir cómo deben vivir otros. Cómo deben amarse otros. Cómo deben repartir sus bienes otros. Es en este preciso mundo donde todavía existen seres humanos dispuestos a negarles a dos hombres o a dos mujeres que se aman la posibilidad de constituir una unión que los proteja, que los reconozca como familia.
La propuesta sobre la unión civil es debatible, por supuesto, pero de solo pensar la cantidad de argumentos discriminatorios, ignorantes y prejuiciosos que vamos a tener que soportar en aras de la pluralidad, me dan unas tremendas ganas de poner ‘mute’, subirle el volumen al concierto de Jarrett, y empezar a imaginar un universo más tolerante, un universo en el que las minorías no estén obligadas a pedirle a nadie permiso para vivir.