El viernes pasado, no me pregunten por qué, estuve rodeado de una veintena de niños varones en una hacienda en Uruguay. Yo caminaba a cierta distancia de ellos, más interesado en ver las nubes del cielo austral que en seguir correrías, hasta que me topé con un par que se había apartado del resto. Llamémoslos Alfonso y Santiago. Ambos miraban una línea de hormigas enormes que transportaban trozos de hojas verdes.
De pronto, a Alfonso se le ocurrió pisar a una hormiga.
Santiago se enfureció y le dio a Alfonso una patada en la canilla mientras le recriminaba su acción. Alfonso le devolvió el puntapié en un acto reflejo, y si la cosa no escaló a más fue porque la madre de Santiago los separó y le explicó a su hijo que esa no era la manera de expresar un desacuerdo. Hizo bien la madre. Su hijo tiene un gran corazón y una sensibilidad especial por la naturaleza, pero nadie necesita en el futuro a un antitaurino que busque toreros para masacrarlos.
Lo bonito de la anécdota es que cinco minutos después, Alfonso y Santiago ya estaban de nuevo riendo juntos.
–Si hubieran sido mujercitas –le dije a la mamá de Santiago–, no estarían así ahora.
Y le conté una de mis anécdotas como padre de tres mujeres.
Años atrás había ido a recoger a mi hija menor a un cumpleaños. Cuando entré al jardín de la casa, los varoncitos estaban corriendo de un lado a otro, pero las niñas estaban en una actividad opuesta: se habían dividido en dos grupos y las integrantes de uno miraban con suspicacia a las del otro. Murmuraban entre ellas, parecían urdir planes, conspiraban. Cuando en el carro le pregunté a Maluchi qué había ocurrido, me contó que Silvanita le había hecho un desplante a Victorita y que Victorita se había resentido y hablado con Melissita y... bueno.
Cada vez que he contado esta anécdota me he cuidado de decir que las mujeres son complicadas. Prefiero decir que los varones somos seres más simples y que esto nos ha convenido desde un punto de vista evolutivo. Medio en broma, propugno que un grupo de cazadores no podía estar preocupándose en un análisis de las injurias cuando solo la cohesión grupal aseguraba la supervivencia mientras las fieras acechaban. Pero buscando pistas en otros terrenos me topé con unos apuntes de Huntington Willard, experto en genoma de la Universidad de Duke, y de David Page, biólogo molecular del Whitehead Institute.
Para ellos, el origen de la diferencia está en nuestros cromosomas. Mientras que las mujeres tienen dos cromosomas –X y X– en el llamado par 23, los varones cargan con X e Y. Para Page, la constitución genética de las mujeres tiene mayor complejidad debido a que el Y de los hombres se ha ido desprendiendo de genes a lo largo de los años y hoy tiene solo una fracción del tamaño que tiene su par X. Es decir, genéticamente los hombres somos menos complejos.
Leí también que de seguir debilitándose el cromosoma Y, los hombres podrían desaparecer en unos 10 millones de años y, por lo tanto, las hormigas estarán más seguras.
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