Pocas fechas más hipócritas que el Viernes Santo en el Perú. Por un lado, el discurso oficial considera que hoy es un día de reflexión: la televisión nos pasa “Ben-Hur” sin detenerse a pensar en lo homoerótico del filme y, previsiblemente, el señor Cipriani tendrá espacio en varios medios para contrabandear sus arengas políticas disfrazadas de pías exhortaciones. Por otro lado, usted aprovecha el nuevo formato de este Diario para leerlo antes de la parrilladita playera y, a cientos de kilómetros, sus hijos le bajan el brillo a sus smartphones para revisar Facebook en medio de la primera resaca de la Semana Tranca.
Si uno le pregunta a un peruano si es católico, lo más probable es que responda que sí. Pero es cuestión de escarbar un poquito para que aparezca la verdad: no va a misa todos los domingos, no recuerda cuándo fue la última vez que se confesó, lo de ofrecer la otra mejilla le parece, para usar el léxico cardenalicio, una cojudez y, por supuesto, tiene sexo extra, pre y posmatrimonial. En fin, digamos que la idea en general del catolicismo le parece bien pero ha decidido ser su propio Lutero: aplicar su pequeña reforma, chapar lo que le conviene y olvidarse de lo que le resulte muy complicado. En el mejor de los casos, la religión no es algo que realmente guíe sus actos. En el peor, sirve para generarle prejuicios que le evitan pensar realmente las cosas.
Algo parecido sucede con buena parte de la clase dirigencial peruana.
Si uno le pregunta a uno de sus líderes de opinión si es de centroderecha, lo más probable es que responda que sí. Pero es cuestión de escarbar un poquito para que aparezca la verdad.
Por ejemplo, estas elecciones. Medio mes atrás, los cinco candidatos que encabezaban las encuestas pertenecían a ese espectro político. Con todos sus bemoles e inconsistencias, ni Guzmán ni Acuña ofrecían nada realmente distinto al menú de los últimos 15 años. La continuidad del modelo estaba, mal que bien, garantizada. Pero a la primera oportunidad, y al grito de la ley es la ley, apoyaron y celebraron (o indujeron) que los sacaran de carrera. ¿Resultado? Las opciones más visibles de centroizquierda y de izquierda se deslizaron para pelear el pase a la segunda vuelta.
El fantasma del 2011 vuelve a jalarles las patas. Pero eso no importa. Hay objetivos más importantes. ¿O acaso usted ha visto a alguno de los corifeos de LaLeyEsLaLey protestando contra la decisión del JEE salvando a Fujimori?
Lo que ha revelado todo esto es que la política no es ni nunca ha sido algo que realmente guíe los actos de los referentes de nuestra clase dirigencial. En el mejor de los casos, la política les sirve para generarles prejuicios que les ha evitado pensar realmente las cosas. En el peor, la usan de coartada para forjar argollas de intereses, patear el tablero incluso a riesgo de que sus supuestos adversarios se beneficien y exigir estabilidad solo si eso significa que los de siempre sigan donde siempre. La política, como la religión, en el Perú, son solo excusas.