Una campaña electoral es un proceso fundamentalmente emotivo. Así, la racionalidad de ellas pasa por reconocer que a la emotividad uno no le puede buscar razones y, mucho menos, pedírselas. Por el contrario, cualquier razón que exista solo llegará a buen puerto en el barco de las emociones.
Por ello, el márketing político se ha vuelto el centro de las campañas electorales, sobre cuyo eje gira todo lo demás. Se trata, pues, de convertir en emociones al candidato y sus propuestas a través de todos los trucos disponibles, en la medida en que, si se logra ese objetivo, el elector encontraría por sí mismo las “razones” para votar por quien lo ha conmovido.
En esta ecuación emotiva tiene ventaja el candidato que, como en la física, posea como don de la naturaleza la mayor masa crítica de energía posible. Si algo define a la política es la energía, pues no otra cosa puede esperarse de la actividad que pretende gobernar la vida y encauzar los hechos de millones de personas.
El liderazgo, finalmente, es energía pura. Se tiene o no y, por supuesto, hay quienes lo tienen más que otros por la sencilla razón de que expelen más energía. En este sentido, la energía del candidato es la fuerza de gravedad que, como un imán, atrae todo lo que encuentra a su paso. Es el poder que seduce conciencias, gana adhesiones y las materializa en votos.
Podríamos decir entonces que mientras mayor sea la energía de un candidato, menos necesitará del márketing y mientras menor sea esa energía mayor uso hará de él. También, que mientras mayor sea la energía del candidato, el márketing fungirá de amplificador (como una fusión nuclear), mientras que si la energía es menor hará de maquillador.
Por ello, nuestros candidatos a la presidencia ofrecen un espectáculo de jales de todo tipo. Esto obedece al principio de exponer la mayor masa crítica de energía. Por eso no tiene mucho sentido buscar explicaciones doctrinarias, morales o académicas a un hecho político que, desde esas ópticas, ha dejado perplejo a más de uno.
La idea es que el electorado vea la fuerza en cada jale que se incorpora, pues mientras más vea y sienta esa energía, más posibilidades habrá de que la emotividad le abra las puertas al voto.
El más interesante y poderoso de los jales ha sido, sin duda, el de Lourdes Flores a la campaña presidencial de Alan García. La energía desplegada por este dueto en el mitin de San Juan de Miraflores el viernes pasado no puede ser desconocida por quienes analizan la situación electoral.
No solo es un hecho histórico ver a estos candidatos juntos en un mismo podio compartiendo un objetivo de victoria común, sino que políticamente es un espectáculo fascinante este mano a mano en una misma plancha.
En comparación con sus 19 restantes competidores no tienen igual: simplemente brillan más. Poco importa lo que digan –de hecho, son los que mejor contenido tienen de todos los que ocupan su mismo espacio político–, pues su influjo no está en los conceptos que profieren sino en la fuerza que le imprimen a sus actos.
Y, aunque todas las apuestas corren en contra, la naturaleza de las cosas siempre termina cayendo por su propio peso: la energía seduce, eso es todo. Aunque usted no lo crea.