Débora Graciano

Hoy en día, más de 200 millones de mujeres y niñas han sido víctimas de la ablación genital femenina: una de las formas más radicales de controlar sus cuerpos, su sexualidad y sus vidas.

La ablación genital femenina comprende una serie de procedimientos que implican la eliminación total o parcial de los genitales externos de las mujeres, así como otras lesiones, sin justificación médica. A escala internacional, esta práctica es ampliamente reconocida como una grave violación de los derechos humanos de las mujeres y niñas, al representar una forma extrema de discriminación de género.

Esta lamentable realidad se manifiesta de diversas maneras en todas las sociedades y es solo un ejemplo de las numerosas violaciones de derechos humanos basadas en el género que buscan controlar la sexualidad de las mujeres y restringir su autonomía. Estas injusticias trascienden fronteras culturales y geográficas y deben ser abordadas como un problema global. Sin ir muy lejos, en el 2007, dos niñas pertenecientes a la comunidad indígena Embera en Colombia perdieron la vida debido a una antigua práctica de su comunidad, conocida como el ‘corte de callo’, que implica la extirpación del clítoris a las mujeres.

¿Cuál es el papel que desempeñamos como agentes civiles en este contexto? La respuesta a esta ineludible pregunta se encuentra en la visibilización y la militancia. Reconocer que la mutilación genital femenina es solo una manifestación entre muchas de la opresión que enfrentan las mujeres en todo el mundo es esencial. Esta comprensión nos permite superar la noción errónea de que los esfuerzos internacionales para erradicar esta práctica son meros intentos neoimperialistas contra culturas específicas.

Sobre este tema, aún queda mucho por escribir y aún más por hacer. La búsqueda incesante del respeto a los derechos humanos debe erigirse como un propósito que trasciende fronteras y culturas, un llamado que todas las sociedades deben acoger.

Débora Graciano Estudiante de Derecho en la Universidad del Pacífico