En una era en la que la (IA) transforma constantemente múltiples sectores económicos y sociales, el se encuentra en una disyuntiva particular. A pesar de liderar en la aprobación pública de la IA, con un 70% de respaldo –según encuestas realizadas por Ipsos en el 2021–, el país se ubica en la última posición en términos de inversión en ‘start-ups’ relacionadas con esta área, registrando una cifra de tan solo US$500 mil en el 2022.

Esta disparidad, donde Argentina se encuentra solo una posición más arriba y supera a la inversión peruana con US$19 millones, según la OCDE, revela una brecha profunda en el desarrollo tecnológico de la nación.

El análisis detallado de la inversión en IA en el Perú revela una concentración única en el ámbito de los servicios financieros y de seguros, representando el 100% de la inversión, a diferencia de otros países latinoamericanos que diversifican sus fondos en al menos dos industrias.

Esta limitada inversión no solo cambió su enfoque del rubro logístico al financiero desde el 2020, sino que, además, es canalizada hacia una única empresa, evidenciando la ausencia de pluralidad y la carencia de innovación.

En un contexto global en el que el desarrollo computacional está ingresando a su clímax –comparado por muchos con el Proyecto Manhattan en la carrera armamentista– y la competencia entre gigantes tecnológicos está llevando a la IA hacia nuevos pináculos, la inversión en este campo no es simplemente una opción para la innovación, sino una imperiosa necesidad.

A pesar de que una pertinente inversión peruana en IA no es comparable con la de potencias como Estados Unidos y China, aspirar a una meta alineada con los países vecinos, donde la incertidumbre política y la inflación económica no les es ajena, es un objetivo realista y alcanzable.

El Perú se encuentra en un punto crítico en su desarrollo humano y tecnológico. La academia, aunque esencial, tiene sus limitaciones; se requiere una inversión significativa y tangible.

Más aún cuando existen estrategias nacionales de desarrollo de IA que se quedan en el papel. La elaboración de leyes sin un plan de acción real, como la ley 31814, ni asignaciones presupuestarias concretas limita la posibilidad de materializar los objetivos planteados.

Como país, debemos definir nuestra postura ante la IA, no como meros seguidores de una tendencia global, sino como participantes activos en su desarrollo. Se necesita un esfuerzo concertado para no quedarnos, una vez más, en la sombra del desarrollo tecnológico al que parece que nos hemos acostumbrado. La colaboración entre academia, industria y gobierno puede ser la clave para un futuro en el que Perú no solo apruebe la IA, sino que también invierta, innove y prospere en ella.

Camila Rodríguez Valverde es estudiante de Ciencia de Datos en la UTEC