“Solo dejó de asistir al show del 'balance' por los 100 días de gobierno y deslizó por ahí el rumor de que estaba disgustadita”. (Ilustración: Giovanni Tazza).
“Solo dejó de asistir al show del 'balance' por los 100 días de gobierno y deslizó por ahí el rumor de que estaba disgustadita”. (Ilustración: Giovanni Tazza).
/ Giovanni Tazza
Mario Ghibellini

Exagerar acerca de lo precario de la situación en que nos ha colocado este Gobierno parece imposible. Al presidente no le abundan las ideas sobre qué hacer con el país y las pocas que tiene son como para encomendarse a Sarita Colonia y todas las otras almas caritativas que velan por nosotros desde alguna dimensión desconocida. Lo que el jefe del Estado no fue un balance de los primeros 100 días de su gobierno, sino un delirio sobre lo que a él se le ocurre que podrían ser los próximos quinientos. Como no tenía cosa alguna que exhibir, decidió ofrecer retornos a clases presenciales, incrementos salariales y remates de objetos voladores con la aparente esperanza de que, ante los ojos de una ciudadanía que comienza a impacientarse, sus locas ilusiones contaran como logros.

En el éxtasis del cuajo, además, trató de soplarles la pluma de su inoperancia a los críticos que le enrostran no haber hecho hasta ahora nada. “Si ellos en 200 años se dedicaron a robarle a nuestro país, si en 5 o 10 años no hicieron nada, hoy quieren que un campesino en 100 días resuelva los problemas del país”, sentenció. Y no quedó claro si lo que pretendía era ser faltoso con las capacidades de la gente del campo o sugerir que el plazo señalado era muy corto para pedirle resultados.


—Ectoplasma y estampita—

La cosa es muy sencilla: si no tenía conquistas que mostrar, no debió haber montado el teatro sobre el que lanzó su discurso. Nadie le había demandado un acto público para cumplir con el recuento en cuestión. Pero el presidente cedió a la tentación de hacer de ello un evento, y con la promoción grandilocuente y la aparatosa puesta en escena de la que lo rodeó, la nada consustancial a su gestión resultó magnificada.

La gravedad de la situación actual, sin embargo, no deriva solamente de la ausencia de méritos en lo que va de este Gobierno. También es producto del pavoroso ‘casting’ a partir del cual el mandatario armó el Gabinete que hoy padecemos. Los ministros de Educación y de Transportes y Comunicaciones son, como se sabe, portaestandartes de la opacidad en la toma de decisiones y la marcha atrás en las tímidas reformas que se habían iniciado en sus sectores. Y el titular de Defensa, un ectoplasma de los afanes presidenciales por agasajar paisanos uniformados con ascensos indebidos.

La gente se sorprende de que el jefe de Estado no haya resuelto todavía deshacerse de él cortando por lo sano la gangrena que amenaza con alcanzarlo, pero olvida que el hecho de licenciarlo significaría admitir también la propia culpa, pues si el ministro actuó mal fue porque la instrucción original que recibió de su parte ya estaba contaminada.

Estamos, pues, en una especie de callejón sin salida. Uno, además, particularmente largo, porque esta administración tiene todavía cuatro años y ocho meses por delante. Y ante ese dramático cuadro, algunos optimistas frotan la estampita de la premier , persuadidos de que ella será capaz de meter al mandatario en vereda. “Fíjate cómo forzó ”, arguyen animosos. Pero pierden de vista que, de no haber sido por la reunión de trabajo bailable que organizó en su casa, el exabogado de Cerrón todavía estaría al frente de la cartera de Interior y que, precisamente por la forma en que se vio obligado a cortarle la cabeza, el presidente se siente poco proclive a complacer cualquier nueva demanda de cambio en el Gabinete que pudiera provenir de la primera ministra. No por gusto proclamó el miércoles desde Ayacucho: “A mí nadie me pone la agenda”.

A decir verdad, en el forcejeo por lograr de Defensa, la señora Vásquez no solo lleva las de perder (si el ministro cae, será por el cerco que el Congreso ha puesto en torno a él y no por presión suya), sino que, adicionalmente, está quedando muy descolocada. “Dadas las situaciones denunciadas, que se consideran graves, estamos tomando decisiones que las vamos a comunicar en las próximas horas”, declaró ella acerca de la crisis que tenía entre manos el martes por la tarde… Y esa misma noche, Ayala salía de Palacio con las bendiciones presidenciales para mantenerse en el cargo.


—Sin medias tintas—

¿Y qué hizo la presidenta del Consejo de Ministros ante semejante desplante? ¿Le tiró acaso el fajín por la cabeza al profesor que no aprende? ¿Le soltó un ultimátum encriptado a través de los medios? ¿Reafirmó siquiera públicamente su postura retándolo a que la despachara? No: solo dejó de asistir al show del “balance” por los 100 días de gobierno y deslizó por ahí el rumor de que estaba disgustadita. Un gesto que difícilmente penetrará la encallecida epidermis política del presidente y que, en esa medida, parece más bien mueca.

Al periodista Christian Hudtwalcker le soltaron hace poco a las erinias por haber hecho notar ciertos ecos egipcios en el talante de la premier. Pero por la forma en la que ella se ha puesto ahora de perfil y se ha escurrido sigilosamente de la escena, quienes fustigaron tan acremente al colega tendrán que admitir que, por lo menos, fue intuitivo.