Saltar de un barco a tiempo puede evitarle a alguien ser arrastrado en su hundimiento, pero no borra su nombre de la lista de tripulantes. Sobre todo, si integraba el cuerpo de oficiales al mando de la nave y acompañó largamente el talante pirata que primó en su piloteo. Para cualquier persona atenta a lo que venía sucediendo en el país, es evidente que las renuncias de los secuaces con fajín de Pedro Castillo tras el mensaje del golpe fueron solo lances despatarrados desde la borda de un bajel condenado.
Esos ministros pueden simular ahora una devoción por el orden constitucional tan remilgada como la que le dispensaban hasta hace cuatro días al tiranuelo en ciernes, pero la verdad es que no tienen cómo librarse de la ignominia que persigue a perpetuidad a todos aquellos que, entendiendo perfectamente de qué se trata el atropello que se está cometiendo delante de sus ojos, se ofrecen de comparsa al rufián de turno y agitan en su honor códigos imaginarios, mientras farfullan esforzados latinajos.
–Galería nocturna–
Landa, Salas, Chero y de nuevo Landa tendrán que cargar para siempre con su asociación a este episodio. Por hinchada que pudiera estar su estima profesional, no hay forma de que ignorasen que contar como un “rehusamiento” la respuesta de la Mesa Directiva del Congreso a la cuestión de confianza de Aníbal Torres era una pastrulada legal. Y no hay forma, tampoco, de que ignorasen a dónde conducía todo eso. Podrá caer la noche sobre la galería donde se exhiben sus ajados perfiles de hombres de leyes, pero el destello de la turbia gesta que protagonizaron hace apenas unas semanas continuará brillando como una llama votiva hasta el literal día del juicio final.
Menos comprometida, en cambio, podría parecer la situación de quienes se apartaron un poco antes de la cochambre castillista. Es decir, de aquellos que, a pesar de haber sido participantes complacidos de la expedición hacia los límites de la incompetencia y la corrupción que el profesor encabezaba, intuyeron con algo de anticipación que la cosa pintaba mal y huyeron precipitadamente hacia otro lado. Como, por ejemplo, la actual gobernante Dina Boluarte.
Elegida como vicepresidente de la República en la misma fórmula que el nuevo inquilino de la Diroes, hubo un tiempo en el que ella decía “si al presidente lo vacan, yo me voy con él”. Pero, como reza un antiguo dicho de la cultura anglosajona, hablar es barato. Este miércoles, el presunto jefe de la organización criminal que sin duda ha funcionado por un año y cinco meses en el corazón del Estado fue vacado y la señora se apuntó más rápido que volando a sucederlo. En realidad, era un trance para el que se venía preparando desde hacía varias jornadas, pues todos recordamos que no estuvo dispuesta a firmar el acta del Consejo de Ministros en la que se forzó la interpretación oficial de la respuesta de la Mesa Directiva del Congreso al expremier Torres a la que antes aludíamos y que, tras haber permanecido en el gabinete desde el estreno del Gobierno, declaró en ese mismo momento que no aceptaría formar parte del equipo ministerial liderado por doña Betssy Chávez.
Un observador distraído de la escena pública habría podido asumir que la señora Boluarte representó desde el principio una cara distinta de la administración que ahora ha heredado. Una que, digamos, no acudía a la llantina contra el legítimo ejercicio de la oposición en el Legislativo o al azuzamiento contra la prensa independiente para tratar de tapar la inoperancia y la descomposición imperante en el Ejecutivo. Tal observador, sin embargo, se habría equivocado…
La nueva portadora de la banda presidencial era una disciplinada cultora de los tópicos con los que el resto de la ‘nomenklatura’ oficial cargaba habitualmente contra quien osara denunciar sus enjuagues. ¿O alguien ha olvidado, por ejemplo, el yaraví que entonó en Davos, Suiza, en mayo de este año y con ocasión del Foro Económico Mundial? “Apenas empezamos a gobernar hace nueve mesecitos, todavía estamos prontos a caminar, estamos ahí como los bebes, todavía sosteniéndonos en el gobierno a pesar de que, hasta ahora, la derecha en el país […] no quiere reconocer el triunfo legítimo del presidente Castillo”, clamó en esa oportunidad. Para luego añadir: “Desde el primer instante [en] que el presidente y yo juramos servir al pueblo peruano, no nos han dejado gobernar en paz”.
Cómo no recordar, por otra parte, la vez aquella en que, ante las insistentes preguntas de los reporteros sobre las imágenes relacionadas con Sendero Luminoso publicadas por el entonces premier Guido Bellido en su Facebook, ella tronó: “¡Basta, basta a los señores de la prensa, seamos proactivos, seamos propatria peruana!”. Para que no quedasen dudas, además, remató: “La prensa sigue dando vuelta con las mismas preguntas, que no hacen bien a la sociedad”. Una pieza retórica, como se ve, que bien podría haber figurado en el informe de la misión de la OEA que nos visitó recientemente.
–Cruzada con uña–
Sea como fuere, llevados por la necesidad, muchos actúan ahora como si la señora Boluarte se hubiese convertido hace tiempo en una hereje de la cruzada con uña que acaudillaba hasta esta semana el profesor Castillo. Y, quién sabe, a lo mejor es así. Pero la verdad es que hasta el momento nadie nos ha aclarado cuándo dejó ella de pensar como él y el resto de sus secuaces.