El momento del surgimiento del lenguaje en la historia de la humanidad es motivo de controversia en el mundo académico. Muchos tratadistas piensan que ese prodigioso acontecimiento se produjo unos 40.000 o 50.000 años atrás, pero otros, asistidos por argumentos nada deleznables, lo sitúan en tiempos bastante más remotos.
Sobre lo que no existe disputa, en cambio, es sobre el hecho de que la conquista del habla no solo trajo beneficios a nuestra especie. La verdad es que nos reportó también algunos problemillas con los que los homo sapiens hemos tenido que lidiar desde entonces. Mentir y ofender, por ejemplo, se convirtieron para siempre en tareas muy sencillas; y decir necedades, en una vocación.
De las adversidades que debemos al doble filo de esta ruidosa facultad, sin embargo, ninguna tan severa como la que suele abatirse sobre quienes abren inoportunamente la boca. Y si en algún oficio conocen de las consecuencias ingratas de esa negligente práctica es en el de la política. Gobernantes y aspirantes a posiciones de gobierno, en efecto, son cotidianamente víctimas de lo que dijeron alguna vez en público o en privado. Pero como escarmentar raramente es lo suyo, a pesar de las evidentes señales de alarma, por lo general siguen hablando y con ello, complicando las posibilidades de que las empresas en que andan empeñados tengan un desenlace afortunado.
Revisemos, si no, a manera de ilustración, lo que está pasando en la política local a propósito de la moción de vacancia presidencial que debe debatirse y votarse en el Congreso este lunes.
–El club de la Obstrucción–
A don Manuel Merino, presidente del Parlamento, parlar fue curiosamente lo que hizo que, mes y medio atrás, se le escurriese de las manos la opción de ceñirse la banda que, tan esmeradamente y en colaboración con colegas de distintas bancadas, estaba intentando aflojarle al jefe del Estado. La primera moción de vacancia se cayó, desde luego, por varias razones, pero ninguna pesó tanto como la divulgación de sus llamadas a ciertas autoridades militares para darles “tranquilidad” ante la eventualidad de que le tocara asumir el poder. Al parecer, pensó que estaban tan emocionadas como él.
Esta vez, en cualquier caso, los promotores de la segunda moción de vacancia han de tenerlo aislado en un ambiente sin celulares.
Si de sabotear los propios afanes por la vía oral se trata, no obstante, nadie pude disputarle la primacía al presidente Vizcarra. Desde que aparecieron las primeras denuncias que lo arrastraron a la postrada situación en la que ahora se encuentra, el mandatario, efectivamente, se las ha arreglado para darle nuevos alcances a aquello que en Estados Unidos se conoce como “the Miranda warnings” y que todo policía está obligado a recitarle a las personas que detiene: en su caso, todo lo que dice no solo puede ser utilizado en su contra, sino que automáticamente se vuelca en esa dirección.
Sus discursos sobre una presunta confabulación entre quienes quieren postergar las elecciones y quienes quieren vengarse de él por haber alentado la ley de los octógonos o inducido a un ajuste de precios en ciertas licitaciones han dejado en los que tuvieron la paciencia de escucharlo el inconfundible sabor de la cháchara mal ensayada. Y lo que se le ha escuchado decir en un famoso audio de “coordinación” con sus antiguos asistentes del despacho presidencial a propósito de las visitas de Richard Swing a Palacio sugiere que, más que el Club de la Construcción, lo que ha estado de por medio en estos trances ha sido uno de la obstrucción.
Algo parecido cabe señalar con respecto a sus esfuerzos por convencer a la ciudadanía de que los testimonios de los aspirantes a colaboradores eficaces que lo agobian buscan desestabilizar al país antes que a él, o de que su disposición a contribuir con las investigaciones que se le siguen es absoluta. La gente, en su mayoría, no le creyó en un principio. Y ahora que le ha quitado el cuerpo a la primera citación del fiscal Juárez Atoche, lo mira con el mismo hastío que le han inspirado todos los otros presidentes que, en situaciones de igual apremio, trataron de labrarse una vía de escape repartiendo jarabe de lengua.
A pesar de eso, es evidente que una mayoría también, vistos los talentos de quien lo sucedería en el puesto, prefiere dejarlo terminar su mandato (y solo entonces echarle el guante) a que la vacancia proceda. Pero el jefe del Estado no ayuda.
Para salvarse (hasta el 28 de julio del próximo año, por lo menos), el presidente Vizcarra tendría que ejercer lo que podríamos denominar la defensa del mimo. Esto es, dejar de hablar y comenzar a hacer gestos. Acudir a la nueva citación que, para el jueves 12 de este mes, le ha cursado el fiscal Juárez Atoche, por ejemplo, sería un inicio ideal.
–Los vacantes–
El problema, claro, es que para entonces el cambio de actitud podría ser tardío, pues la sesión parlamentaria que decidirá su destino se celebra tres días antes.
Con un poco de suerte, sin embargo, los vacantes –coro de una tragedia todavía no escrita– no alcanzarán este lunes los 87 votos que necesitan para el descuartizamiento ritual, y la posibilidad de empezar a gesticular quedará disponible para el mandatario.
Hagamos votos, eso sí, para que no se le ocurra decir en la sesión más de lo necesario. Y ojalá, en realidad, diga un poco menos. Porque si en boca cerrada no entran moscas, tampoco pueden salir.
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