En el mundo anglosajón, a los Juanitos se les dice Johnny, un diminutivo que, convertido en nombre, se constituyó hace tiempo como uno de los favoritos en los bautizos nacionales. Tal denominación, sin embargo, encuentra entre nosotros cierta dificultad a la hora de ser escrita. Que le pregunten, si no, a Yonhy Lescano, titular de una variante esotérica del apelativo. La “y” en lugar de la “j” y una “h” nómade dentro de la palabra son los caprichos más recurrentes en los registros locales del membrete, pero no los únicos. En algunas oportunidades, han sido avistadas también una coqueta “u” escoltando la “o” tónica y hasta una triple “n”, francamente temeraria.
Nadie, sin embargo, parece haber enfrentado tanto desamparo a la hora de anotar el nombre de marras como el responsable de levantar la lista de los pasajeros “extra” que acompañaron al jefe del Estado en un ya famoso vuelo del avión presidencial del 23 de junio pasado. De acuerdo con el ministro de Defensa, Daniel Barragán, esa persona, queriendo escribir “Yoni”, estampó sobre el papel un enigmático “Lay”, que invita a la especulación y el análisis.
–Periplos familiares–
Como se sabe, el vuelo en cuestión partió del Grupo Aéreo Nr. 8 rumbo a Chiclayo y, además del presidente, viajaba en él una comitiva oficial que integraban el entonces ministro de Defensa, José Luis Gavidia, y el director de la Autoridad para la Reconstrucción con Cambios, Robert López, entre otros. Pero eso no era todo. Ante la Comisión de Defensa del Congreso, el jefe de la Casa Militar de Palacio, José Antonio Mariscal Quiroz, ha revelado que cuatro personas que figuraban en la lista original de viajeros al final no se embarcaron, y que, en cambio, subieron a la nave siete “adicionales”, autorizados por el mandatario. Según parece, estos “adicionales” son un clásico en los viajes del gobernante al interior y tienen un inconfundible aire de familia. En realidad, a partir de la información recogida en estos días por la prensa, uno tendría que imaginar una vasta parentela del jefe del Estado aguardando con sus bultos a un lado de la pista de despegue antes de cada uno de esos periplos.
Así las cosas, la tesis ensayada por el ministro Barragán es que el sobrino del gobernante, Yoni Vásquez Castillo, fue uno de los participantes de la gira turística emprendida el 23 de junio y que, “por el apuro”, el registrador lo anotó como “Lay”. Algo parecido ha argumentado el abogado del presidente, Eduardo Pachas, quien atribuye la distancia entre los dos nombres a un error de ortografía. Pero, vamos, por antojadiza que fuera la secuencia de letras con la que cualquiera decidiese consignar la identidad del referido polizón, hacer la transmutación de “Yoni” en “Lay” es una pirueta que requiere algo más que un mal aprendizaje de las reglas ortográficas.
Problema aparte es el que supone el DNI del misterioso viajero. Como se recuerda, el número con el que se lo identificó en el manifiesto no existe en la base de registro del Reniec, por lo que bien podría corresponder a la clave de una caja fuerte o a los cálculos de las ganancias de alguna licitación soñada. Quién sabe.
En cualquier caso, la suma de todos esos datos incongruentes con la versión que procura vender el Ejecutivo ha despertado suspicacias en torno a la posibilidad de que, con prescindencia de si el sobrino Yoni ocupó o no un asiento en el avión presidencial, hubiera existido otro “adicional” oculto en el vuelo a Chiclayo: un pasajero con más necesidades de alejarse de la capital que el resto y cuyo nombre real evocara mejor el alias con el que se lo incluyó en la lista… No es de extrañar por eso que en el Congreso y en la prensa se esté dando cabida a la hipótesis de que ese octavo pasajero fuese Fray Vásquez Castillo, quien para ese entonces ya llevaba cerca de tres meses prófugo de la justicia.
Inicialmente, cuando se publicó la investigación del Centro Liber que aportó los sugestivos datos, el presidente negó enfáticamente su contenido aseverando que “la casta política y los opositores” habían creado “una mentira con medios amarillistas y serviles a la mafia” y que el registro de pasajeros del vuelo había sido “manipulado”. Pero cuando el documento original salió a la luz y quedó claro que había sido entregado por la propia FAP en respuesta a un pedido de acceso a la información pública, una brusca afonía se apoderó de él.
¿Quiere eso decir entonces que lo que algunos malician es cierto? La respuesta no es tan sencilla.
–Ortografía palaciega–
A decir verdad, resulta inverosímil que quienes pudieran estar interesados en poner a Fray Vásquez Castillo a salvo de la orden de prisión preventiva que pesa sobre él se hubiesen arriesgado a exhibirlo de la manera que la presunta operación del 23 de junio habría supuesto. Sin embargo, igualmente cierto es que la chambonada y la desvergüenza han caracterizado a los estrategas de este gobierno desde el principio. Así que lo único que se puede hacer en este momento es exigir que la investigación que ya inició la fiscalía al respecto se cumpla sin interferencias. Y, eso sí, preguntarse mientras tanto por la ortografía con la que el nombre “Jennifer” podría figurar en los registros de Palacio.