De todas las decisiones que la señora Boluarte ha adoptado desde que tomó las riendas del gobierno, la más acertada ha sido desistir de prestar declaraciones el último jueves. Ese día, al igual que el anterior, la presidente sostuvo reuniones con los líderes de distintos partidos políticos y, desde Palacio, se hizo saber a la prensa que al final de la jornada daría cuenta al país de lo conversado. Al caer la noche, sin embargo, alguien tuvo la iluminación de cancelar el encuentro con los reporteros y ahorrarnos una enésima recitación de lo que ya sabemos.
Para lo poco que tiene que decir, en efecto, la mandataria ha hablado ya demasiado. La semana pasada, por ejemplo, nos dispensó un balance de gestión que pareció durar más que el tiempo que ella había permanecido hasta ese momento en el poder. Y sus reiterados anuncios de que no piensa renunciar hace rato vienen sobrando. Eso lo han entendido hasta los protagonistas de las manifestaciones violentas, pues de otra manera su arrebato de destrucción y muerte no habría menguado. Lo que le toca ahora a la gobernante, en consecuencia, es hacerse a la idea de que tendrá que regir nuestros destinos caminando indefinidamente por la cuerda floja.
–Otorongos y marmotas–
Nadie puede descartar, desde luego, que un suceso inesperado obligue a la señora Boluarte a retirarse la banda en el futuro inmediato, pero por los síntomas que presenta la coyuntura no es descabellado tampoco imaginarla sosteniéndose al frente del Ejecutivo hasta el 2024. O, quién sabe, hasta el 2026.
Por un lado, los otorongos viven desde hace más de un mes su propio día de la marmota: despiertan, van al pleno, discuten sobre la posibilidad de adelantar las elecciones, votan mayoritariamente en contra de ello y se regresan a su casa a dormir… para repetir la rutina al día siguiente. Y, por otro, las organizaciones políticas que ambicionan colocar a uno de los suyos en el poder cuando los próximos comicios por fin se celebren, constatan cotidianamente que no cuentan en sus filas con nadie que pueda conducirlos a esa tierra prometida.
En Fuerza Popular, por ejemplo, Keiko ha tenido un rapto de lucidez y ha proclamado que, de adelantarse el calendario electoral, ella no postulará. “Creo que debo esperar”, ha sentenciado, mientras sus adláteres hacen esfuerzos por relativizar la inexorabilidad de su determinación. Pero la lideresa del fujimorismo ha dado señas de que esta vez el ayuno y la abstinencia van en serio.
Algo parecido, de otra parte, puede decirse de Rafael López Aliaga. El mandamás de Renovación Popular, efectivamente, ha ofrecido completar su período como alcalde de Lima antes de tentar cualquier otro puesto de elección popular (lo que le impediría incluso candidatear en el 2026), y cualquier marcha atrás en ese compromiso le costaría demasiado. A raíz de las tensiones derivadas de ciertos forcejeos en el Congreso, además, la posibilidad de que estos primos hermanos de la derecha conservadora sellen entre sí la alianza que saben indispensable para tener opciones de triunfo se ha tornado remota.
A su turno, los otros potenciales socios de esa coalición tienen que lidiar con sus propios problemas. Alianza para el Progreso no sabe cómo dejar en suspenso lo único que cohesiona a la heterogénea fauna de sus integrantes: la ficción de que César Acuña es el salvador que la patria espera (en la medida en que él tiene todavía por delante cuatro años como gobernador regional de La Libertad, tendrían que apostar por alguien distinto como aspirante presidencial y eso se les hace difícil). Y en Avanza País sueñan que son liberales y temen que decidirse por cualquiera de los candidatos que tienen anotados en su cuaderno de los deseos los obligue a despertarse.
Mientras tanto, en la izquierda las cosas no lucen mejor. Si las elecciones fuesen este año, únicamente dos partidos identificados con esa tendencia podrían participar en ellas y sus cartas para encabezar una fórmula presidencial están marcadas o solo invitan a jugar “carga la burra”. En Perú Libre no hay forma de ganarle la nominación a Vladimir Cerrón y si él es el candidato, no hay forma de que Perú Libre gane evento alguno organizado por la ONPE. Acaso sí uno organizado por el INPE… En Juntos por el Perú, de otro lado, estarían ante el dilema fatal de repetir el inapetente plato de Verónika Mendoza o reclutar a don Aníbal Torres (con los peligros que eso entraña, habida cuenta de que durante la campaña habría por lo menos unas cuatro lunas llenas).
Si sus opciones se debaten entonces entre lo imposible y lo intragable, ¿por qué habrían de presionar esos conglomerados políticos para que los comicios se realicen mañana?
–Silencio administrativo–
Con eso en mente, pues, la señora Boluarte debería prepararse para ostentar la presidencia por más tiempo que el que los oráculos locales le auguraban. Siempre balanceándose sobre la cuerda floja que mencionábamos al principio, pero acostumbrándose simultáneamente al vértigo que debe asaltarla antes de dar cada paso. Y, sobre todo, hablando solo cuando sea inevitable. Nada como el silencio para que los que reclaman que se vayan todos tengan por un momento la fantasía de que de verdad todos se han ido.