En noviembre de 1867, un intenso aguacero cayó sobre la localidad costera de Magdalena de Cao (La Libertad). La fuerte lluvia llamó la atención del sabio italiano Antonio Raimondi, quien no tardó en describir el hecho en un manuscrito. Ese documento se convertiría en uno de los primeros registros científicos del fenómeno que hoy conocemos como El Niño, aunque las evidencias de este se remontan a miles de años atrás.
—Adaptación en el antiguo Perú—
La presencia de El Niño en la costa oeste del continente data de hace unos 15 mil años, según las investigaciones realizadas por el geólogo Donald T. Rodbell al sur de Ecuador.
En el Perú, también se han hallado evidencias tempranas del impacto del fenómeno: unas láminas de sedimento en la quebrada Tacahuay (Moquegua), que tendrían cerca de 11 mil años, probarían su paso prehistórico por nuestro territorio.
Las investigaciones posteriores han determinado que, en sus orígenes, El Niño ocurría de forma irregular. Recién a partir del año 5.000 antes de Cristo, su frecuencia se incrementaría, explica Ari Caramanica, arqueóloga estadounidense de la Universidad de Harvard. La investigadora cree que una de las primeras culturas que enfrentaron el evento climático fue la Cupisnique (1.500-1.000 a.C.), que se desarrolló en los valles de Virú y Lambayeque. Posteriormente, lo padecerían los habitantes de las culturas Moche y Chimú.
“Los antiguos peruanos se adaptaron a El Niño y lo resistieron. Aunque las primeras sociedades se habrían alejado de la costa debido a las fuertes lluvias, en un proceso de trashumancia, con el paso de los siglos aprovecharon los temporales. Prueba de ello sería la sofisticada infraestructura agrícola encontrada en la zona”, refiere Caramanica a El Comercio.
El arqueólogo Walter Alva ha ensayado una teoría diferente: El Niño fue clave para la caída de la cultura Moche y de otras culturas norteñas, debido a las inundaciones y a la devastación de los terrenos agrícolas.
Cientos de años después, entre los siglos XVI y XIX, ocurrieron al menos 45 eventos climáticos con las características de El Niño, de acuerdo con la recopilación realizada por el investigador William Quinn. Basado en fuentes históricas, Quinn compendió las anomalías meteorológicas documentadas en la costa norte. No obstante, a partir del siglo XX se daría un adecuado monitoreo del fenómeno.
—El Niño en la era moderna—
Durante los veranos de 1925 y 1926, las lluvias eran interminables desde Tumbes hasta Ica, tal como lo describió Jorge Basadre en su obra “Historia de la República del Perú”. Los desbordes de los ríos y las inundaciones fueron tan graves, que obligaron al presidente Augusto B. Leguía a pronunciarse sobre la futura reconstrucción de las zonas afectadas. Algunos expertos creen que este habría sido el primer ‘Meganiño’ del siglo XX.
Sin embargo, no hay un registro científico que avale tal afirmación, ya que recién en 1965 se inició una observación climática de manera sostenida en el Perú, gracias a la instalación de estaciones meteorológicas. Con ello, según el Senamhi, se estableció también un monitoreo formal sobre las manifestaciones de El Niño.
Así, hacia 1973, se pudo determinar el impacto del fenómeno que afectó la costa entre Piura y Arequipa. En pleno apogeo de la pesca peruana, la temperatura del mar aumentó y la anchoveta –principal recurso marítimo– se replegó del litoral. El Instituto del Mar del Perú (Imarpe) calculó que la población de esta especie se redujo en un 25%, lo que generó una crisis en la industria. A este episodio se denomina El Niño olvidado, ya que sus efectos fueron graves, pero no se lo recuerda como a los dos fenómenos posteriores.
—Los ‘Meganiño’ del 83 y 97—
“Lima devota le imploró al Señor de los Milagros que cesen calamidades”, tituló El Comercio el 3 de mayo de 1983. La imagen religiosa había salido a las calles como un acto de redención ante la devastación producida por el clima. Dos meses atrás, se había registrado un verdadero diluvio en las costas de Tumbes y Piura, con lluvias veinte veces mayores a las habituales. Se trataba de un fenómeno de elevada magnitud o ‘Meganiño’, que dejó más de 1,2 millones de damnificados en el país.
Un evento climático de similares dimensiones se inició entre noviembre de 1997 y junio de 1998. Era un nuevo ‘Meganiño’ que durante aquellos meses inundaría la ciudad de Trujillo, destruiría puentes como el de Reque (Lambayeque) y formaría una laguna en pleno desierto de Sechura (Piura), a la cual se bautizó como La Niña. Causó pérdidas económicas estimadas en US$3.500 millones. Estos fueron dos desastres socioeconómicos de los cuales aún estamos lejos con la reciente aparición de El Niño costero, pero a los que podríamos acercarnos por la falta de prevención. A pesar de la historia.