El 15 de agosto del 2007 a las 6:39 p.m., 60 segundos antes de que un terremoto destruyera lo que había sido su segundo hogar por 16 años, el vigilante Carlos Mayurí ayudaba a unos fieles a salir de la iglesia del Señor de Luren, en Ica. El remezón dio paso a la sorpresa; el corte de luz, al miedo, y el estruendo del campanario aplastando la nave principal, al terror. En menos de cuatro minutos, la iglesia, emblema de fe de los iqueños desde 1558, había desaparecido en una nube de polvo.
Ocho años después de la catástrofe, Carlos Mayuri nos abre la puerta del templo en ruinas. Quien lo visita ya no camina sobre mármoles rotos, como en los días que siguieron al sismo, ahora las pisadas hacen crujir las heces secas de cientos de palomas. Bajo la cúpula tampoco hay estampas religiosas, sino varias aves muertas.
Para Pancho Massa, empresario iqueño que este verano financió el bombeo de agua a la laguna de la Huacachina –lo que evitó su extinción–, el actual estado del templo no solo lo deprime, también lo indigna. “Como iqueños esperamos demasiado para reconstruir el templo, pero eso está cambiando. Quienes antes decían ‘Que el Gobierno nos dé, que ellos nos hagan’, ahora dicen ‘Queremos participar’”, dice, secundado por José Rubio y Roberto Navarra, compañeros del Grupo Oasis.
Este grupo de ciudadanos trabajó en la laguna de la Huacachina y, recientemente, apoyó en la reconstrucción de la capilla del Santísimo Sacramento de la parroquia de Santo Domingo y el santuario de Melchorita, ambos en Chincha.
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