VICENTE SOLARI VILLALOBOS
Tengo 20 años y acabo de ser sometido a un implante coclear que me ha permitido oír por primera vez. Pasé del silencio total al volumen alto en un abrir y cerrar de ojos.
Cuando terminó el proceso, el primer ruido que escuché fue el de mi voz. Dije mi nombre porque quería escucharlo también. En realidad, comencé a decir cualquier cosa que se me ocurriera porque quería seguir oyéndome.
El segundo ruido que percibí fue la voz de mi tía Emilia, más suave que la mía, luego otro sonido, más agudo, que se trataba de una moneda que se había caído al suelo, enseguida los pasos de un montón de personas que caminaban por los corredores de la clínica San Pablo, en Lima, donde concluyó el proceso operatorio. Después, la voz de mi papá y la del médico.
Perdí el sentido del oído al nacer después de que los médicos me inyectaran amikasina, un antibiótico que, siendo tan pequeño, nunca se me debió administrar. Una enfermera había tirado de mi brazo muy fuerte durante el parto, lo que produjo en mí una posible osteomielitis.
Para curarme, durante cinco meses me inyectaron 38 ampollas, sin que mi mamá conozca las posibles consecuencias: la medicina produjo una intoxicación y ‘quemó’ los vellos de la cóclea que transmiten los impulsos eléctricos al nervio auditivo hasta llegar al cerebro. Mi diagnóstico: hipoacusia neurosensorial. Nunca escuché nada porque el sonido no llegó más allá de la cóclea.
Por supuesto, todo lo que hoy escucho es nuevo para mí: por ahora no entiendo lo que oigo ni lo que dicen las personas si es que no veo sus labios. Aún no comprendo el español hablado porque nunca lo oí. En pocos meses voy a entender todo gracias a una terapia de fonoaudiología para que ‘aprenda’ a hablar y a escuchar utilizando el implante coclear.
MI HISTORIA
Mi sordera no impidió que lleve una vida normal, aunque lograr hablar y entender lo que otros decían fue muy difícil. Una vez que mi familia aceptó mi discapacidad, comenzó a buscar soluciones para que pueda ser como un niño cualquiera.
Desde el primer año, fui sometido a terapias para comunicarme con mi propia voz y no tener que hablar con señas. Según mi mamá, cada letra, cada vocal y cada palabra que aprendía a decir era todo un logro que en mi familia se celebraba. Aprender a decir palabras sin poder escucharlas era muy difícil.
Uno de los primeros vocablos que aprendí a decir fue “luna”. En mi casa hicieron una parrillada y una fiesta, no podían creerlo. Ese mismo año aprendí a leer. Y tenía apenas tres años.
Resulté ser muy hábil, según mis profesores y mi familia. Al no poder escuchar,al parecer, todo me entraba por los ojos y por eso aprendí a leer los labios con facilidad. Si veía de lejos a dos personas murmurando podía saber de qué hablaban.
De adolescente, llegué incluso a conversar por celular con mi mamá y con mis tías, todo a base de la intuición. Sabía que me iban a preguntar “¿dónde estás?”, “¿a qué hora llegas?”. Entonces respondía esas preguntas justo después de que ellas me lo preguntaran, con lo que sostenía una conversación casi normal.
Estudié en el colegio David Hansen, de Chiclayo, y nunca jalé un curso. Fui el quinto puesto en quinto de secundaria y entré directo a la Universidad de Chiclayo, donde estudio Medicina Física. Quiero ayudar a otras personas con discapacidad.
También trabajo en Tayco Gaming, un proveedor de tragamonedas que me envía a muchas ciudades del Perú para revisar el funcionamiento de las máquinas en los casinos.
He tenido decepciones, he sufrido burlas y grandes dificultades, pero he podido superar todos mis problemas porque nunca me sentí menos. Fue gracias a mis cuatro ‘mamás’ que siempre estuvieron ahí: la biológica, María Luz, y sus tres hermanas, Emilia, Trinidad y Patricia. Las cuatro dicen que tengo un ángel que siempre me ayuda.
De niño me pudieron comprar unos audífonos para amplificar el casi nulo sonido que mis oídos percibían, pero lo único que llegaba a escuchar con ellos eran ruidos confusos como “pooo -chiiiiii-ppooooooo”.
DESCUBRIENDO LOS SONIDOS
Cuando llegué a casa después del implante coclear, comencé analizar todos los ruidos que podía: agua cayendo (‘shhh’), la cucharita moviendo en la taza (‘pin, pin, pin’), los pájaros en la calle, la voz de mi papá, la de mis hermanos y hermanas.
Eso sí, los sonidos que llegan a mi nuevo oído desde el día de la cirugía lo hacen de manera desordenada. Podríamos decir que son ruidos: de no escuchar nadapasé a oír carros, motos, bocinazos, voces, gritos, el aire, portazos, todo al mismo tiempo.
Poco a poco, comienzo adiscriminar las voces humanas de los ruidos de la casa y los de la calle. Después podré comunicarme como cualquier persona y seguir mejorando mi calidad de vida. Por ahora, no dejo de decir cualquier cosa para escuchar mi propia voz.
(Testimonio personal publicado en edición de Chiclayo de El Comercio del 09/02/2013).