Un suceso reportado el 8 de marzo en San José, un pequeño centro poblado del distrito de Santa Rosa (provincia de La Mar, Ayacucho), resume una situación que vive el Vraem y que puede marcar el inicio de un nuevo ciclo en la lucha contra el narcotráfico en todo el país.
Aquel día, policías del Grupo de Operaciones Táctica Antidrogas en Jungla (Goatj) llegaron en cuatro camionetas hasta San José. Los informantes habían indicado un lugar donde se estaba produciendo una cantidad regular de cocaína: había tres enormes pozas de maceración en un laboratorio clandestino. Llegaron y, efectivamente, encontraron dos toneladas y media de insumos químicos, más de dos toneladas de hoja de coca y dos motobombas. Destruido el laboratorio, los policías se retiraron.
A pesar de que la trocha por donde habían ingresado había sido bloqueada con piedras y troncos de árboles, el asunto no llegó a mayores. Pero sí tensó la tarde.
Un policía de inteligencia antidrogas, que en los días previos conversó con pobladores de la zona, sabe por qué hubo tanta resistencia. Según explica el agente, siempre en esta época del año cientos de jóvenes de Cusco, Ayacucho, Apurímac y otras regiones viajan al Vraem para trabajar en la cosecha de hoja de coca y en las pozas de maceración, y con ello juntan dinero para, entre otras cosas, los útiles escolares.
Este año, sin embargo, se toparon con un serio problema: por diversos factores que serán explicados, el precio de la hoja de coca ha tenido un gran bajón, y esto afecta a toda la cadena. En un territorio donde la vida económica comienza con la hoja de coca, bloquear una trocha para defender una poza de maceración es defender también el bolsillo.
—Efectos colaterales—
Hace un año, El Comercio recorrió el Vraem y la situación era otra. Se pagaban US$45 a US$50 por arroba (11,5 kilos) de coca, US$900 por un kilo de pasta básica y US$1.200 por un kilo de clorhidrato de cocaína. Por aquellos días había decenas de pistas clandestinas en el Vraem, y entre tres y cinco narcoavionetas ingresaban diariamente para cargar entre 200 y 300 kilos de droga en cada vuelo. El dinero fluía y la cadena de producción no se detenía.
Un año después, un escenario distinto: actualmente el precio de la arroba de hoja de coca se cotiza en apenas US$25. Un cosechador recibe S/0,80 por libra, y obtiene unas 20 libras al día: solo S/16. No solo la hoja ha bajado, sino sus productos derivados: el kilo de pasta básica está cotizado en US$600 y el de clorhidrato en US$900. Hacía varios años que el precio no disminuía tanto.
Hay una razón principal para esta situación. Durante todo el 2015, las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional realizaron operaciones diarias para destruir pistas clandestinas en el Vraem (se inhabilitaron más de 200). Un oficial del Ejército que coordinó estas operaciones asegura que en diciembre las narcoavionetas no tenían dónde aterrizar.
Además, el Congreso aprobó en agosto la Ley de Control, Vigilancia y Defensa del Espacio Aéreo, que establece la posibilidad del derribo de avionetas que transporten droga. “Al narco ya no le sale a cuenta tanto riesgo”, dice el oficial.
Pero esto difícilmente signifique una reducción en la producción de drogas, ya que se espera que varias firmas se instalen en un lugar más alejado donde ya tengan ciertos cimientos formados.
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