Martín Vizcarra
Martín Vizcarra
José Carlos Requena

Como en ocasiones anteriores, se ha instalado una gran expectativa en torno al diálogo entre las cabezas del Ejecutivo y del Congreso. Los más optimistas esperan que se establezca una agenda mínima que ayude a superar la crisis política, cuyo epítome se dio hace cuatro semanas, cuando el presidente planteó el en su mensaje a la nación.

Pero lo visto en el pasado reciente invita, más bien, al escepticismo. Desde que se concretó la victoria de Pedro Pablo Kuczynski en junio del 2016, hubo mucha presión para que se reuniese con la lideresa de la oposición Keiko Fujimori.

Como se recuerda, los dos diálogos entre ellos –uno con auspicio del cardenal, otro con participación del actual mandatario– no llegaron a ninguna parte. Y las dos únicas ocasiones en que Vizcarra se reunión con Fujimori generaron más escándalo que compromiso.

Ahora es distinto, se dirá: son las cabezas de dos poderes del Estado. Pero lo visto indica que el cargo que ostentan no necesariamente se traduce en arribar a algo concreto. Diálogos forjados desde la PCM han abundado y, la verdad, se gastan muchas horas y se avanza muy poco.

El episodio más reciente de este tipo de encuentros son los voluntariosos esfuerzos de Salvador del Solar, tras el anuncio de Martín Vizcarra. Hoy lo único que se tiene es el proyecto de ley presentado, sin que vaya a debatirse hasta la primera semana de setiembre, en el mejor de los casos.

Un diálogo real rendirá sus frutos en la medida en que su centro de atención sean los acuerdos y no los recuerdos. Es más importante saber a qué se aspira y qué se puede sacrificar que saber si el encuentro será “los dos solos frente a Dios”, como sugiere el presidente del Congreso, , o en “Palacio, donde corresponde”, como indica Vizcarra.

Para arribar a acuerdos se precisa de objetivos y de una vocación por la concesión. Por lo pronto, Vizcarra parece tener claro que su oferta mínima es tener los comicios en el 2020; Olaechea, en el 2021. ¿Están dispuestos a mover un poco sus expectativas? ¿En qué condiciones? Para Vizcarra parece muy costoso ceder en el plazo.

Olaechea, en tanto, tiene el difícil encargo de representar un colectivo donde las voces serenas escasean.Llegar a acuerdos requiere, también, una delegación de poder a operadores de segundo orden que hagan avanzar las discrepancias menudas.

Eso no se ha visto en esta crisis; más precisamente, no se ve en la política peruana. De hecho, que tengan que liderar personalmente las eventuales conversaciones grafica lo huérfana que está la política peruana de operadores que ayuden a desatar nudos.

Aún es incierto lo que pasará con el diálogo esperado. Pero los disfuerzos y estruendos en torno a una conversación que podría terminar teniendo muchas palabras y pocos acuerdos hace recordar a Santiago Zavala en las primeras letras de “Conversación en La Catedral” y preguntarse, parafraseándolo, y —como él— sin amor: ¿en qué momento se había echado a perder el diálogo?