Viaja mucho y ha perdido la cuenta de las veces que ha estado en el Perú, pero la pandemia lo tiene inmovilizado en su Córdoba natal. Allí dirige la Maestría en Comunicación Política de la Universidad Austral y desde allí preside la Asociación Latinoamericana de Investigadores en Campañas Electorales (Alice). Tiene decenas de publicaciones y más de 140 campañas en su haber (ninguna en el Perú). Pronto publicará el libro “Cualquiera tiene un plan hasta que te peguen en la cara. Aprender de las crisis”.
PARA SUSCRIPTORES: Torre Tagle, el palacio de las buenas notas; una crónica de Fernando Vivas
—La política es, desde hace mucho, puesta en escena por los medios. ¿La pandemia exacerba esto?
Por supuesto, la política es esencialmente mediática. Esta idea de ser mediática casi siempre la relacionamos con un formato televisivo, pero esto es más agobiante ahora porque ocupa cada sistema de medios.
—¿El confinamiento en el que seguimos da más tiempo para la política?
No necesariamente, porque la política no es muy taquillera y se hace más visible por los escándalos, por el ruido que genera, que por su parte propositiva. A esto tenemos que tamizarlo con el contexto peruano, donde no hay ninguna fuerza que genere adhesiones espontáneas y masivas.
—No me refería a la calidad de la política, sino a si hay más tiempo para atenderla en casa.
Al comienzo de la pandemia hubo un consumo inusitado de medios, pero esto bajó por la fatiga, el hastío. Tampoco es la política vista con esperanza. Pondría en duda si el confinamiento va a generar mayor y mejor consumo de la política en el contexto peruano.
—Las reglas sanitarias prohibirán mítines. ¿Los políticos lo compensarán de alguna forma?
Sí, la última experiencia uruguaya ha mermado muchísimo la política en la calle. Claramente, la emergencia sanitaria condiciona las campañas. La experiencia peruana es rica en la utilización de la calle. Probablemente, lo que se iba a invertir allí se va a invertir en el uso exagerado de espacios digitales.
“No sé lo que quiero decir, pero sé lo que no quiero; eso explica el devenir peruano desde hace unos 30 años”.
—Sueles usar el concepto de hiperpersonalización de la política. El candidato es el programa, el discurso, el partido, todo.
Tuve la oportunidad de analizarlo en varias campañas en América Latina, donde el promedio del discurso político dominante se sitúa en el 20% en lo que respecta a propuestas electorales y el 80% en atributos personales de los y las candidatas.
—En el debate de Trump y Biden, lo que más quedó fue el insulto de ‘clown’.
Totalmente, es un juego descalificatorio, sostenido en prejuicios. Hace años solíamos definir los debates como una muestra de las políticas públicas por venir; nada de eso ves ahora. Es una ficción cruel.
—Hay quienes pensarán que a mayor hiperpersonalización, menos ideología, pero no es así, ¿no?
Claro, eso sería un error total. Hace tiempo me dediqué a desmitificar que la ideología estaba a la baja. Quizá está presente con nuevos asuntos, pero el concepto de izquierda y derecha sigue vigente. ¿Qué lo complica? Que hay muchos ‘ismos’ que atrasan. Mete cuestiones que tengan que ver con el feminismo, ambientalismo, nacionalismo. En el Perú tienes el etnocacerismo, que mezcla un poquito de izquierda, un pedacito de derecha, de militarización, de reivindicación de pueblos originarios y es una ensalada compleja. Pero más allá de los ismos, la derecha e izquierda están vigentes. Y nunca la hiperpersonalización puso en jaque a la visibilidad de las ideologías. Uno de sus actores dominantes en América Latina fue Hugo Chávez y nadie puede imaginar que [fue] una persona desideologizada. Mira a Bolsonaro.
—¿Las narrativas de los candidatos se referirán a la pandemia? Acá ya hay un par de médicos que harán campaña.
Seguro, la pandemia es importante porque va a permitir ubicarse frente a qué tan bien o tan mal la han gestionado los oficialismos; pero también convengamos en que ha expandido la oportunidad de diferenciación ideológica y separó lo que se creía que no era separable: la salud y el desarrollo económico. El negacionismo sanitario estuvo mucho más cerca de la libertad económica y a la inversa. Es interesante pensar esto en el Perú, porque recuerdo que en la última campaña presidencial casi todos ubicaban a los candidatos mayormente en el centro. Entonces, la pandemia va a permitir más claramente ver quién está cerca de la izquierda y la derecha. Un problema serio del Perú es que el candidato miente sobre su ubicación ideológica.
“Vizcarra es como el tapón que mantiene un dique muy agrietado”
—Se dice que candidatean de izquierda y gobiernan de derecha. Y empiezan definiéndose de centro.
Más allá de lo que digan los candidatos, es lo que diga la sociedad. Lo importante es que la gente ubica a candidatos muy distintos en el centro. Por eso, el sistema político del Perú es uno de los que más desafección producen.
—Y ello se refleja en baja aprobación. Sin embargo, Vizcarra mantiene un nivel respetable de aprobación [60%, según Datum antes de la revelación sobre el presunto soborno de Obrainsa] a pesar de tantas críticas y denuncias.
En su caso, hay una especie de contención emotiva, como verlo víctima del sistema político para que no se descomponga más de lo que está. No sé si aprueban a Vizcarra presidente o a Vizcarra persona para que el sistema pueda terminar relativamente bien de cara a las próximas elecciones. Perú tiene ese triste récord en el que ningún presidente termina con evaluación positiva, nadie reelige, es una rareza en América Latina.
—Es una desafección con límites pragmáticos. Nadie dice ‘es inocente’ sino ‘hay que juzgarlo al terminar su mandato’.
Así es, Vizcarra es como el tapón que mantiene un dique muy agrietado y la gente no quiere darse el lujo de saber qué pasa si se saca. Por eso, es una salvaguarda final de la sociedad.
“La salud va a servir para posicionarse respecto al pasado, y la economía, al futuro”.
—¿Conoces a Maximiliano Aguiar, quien fue su asesor?
Por supuesto, lo conozco. Es un excelente profesional. Así como la política se ha personalizado, la consultoría política también se ha personalizado y se expanden figuras sin que la realidad sea así.
—Hablábamos de la salud en campaña, pero las promesas de reactivación económica quizá pesen más.
Me da la sensación de que la salud va a servir para criticar lo actuado y la economía va a ser el eje central de la campaña porque básicamente la gente tiene un miedo sanitario al COVID-19. El gran temor son las consecuencias económicas de la crisis. Sin duda, la salud va a servir para posicionarse respecto al pasado y la economía va a servir para posicionarse respecto al futuro.
—¿Qué tan importante es la actitud del candidato frente a los obstáculos y denuncias?
Mucho, si se percibe incoherente con valores morales que defiende. Sí depende de qué costado ideológico está. Hay valores morales que dan más para unos que para otros. En segundo lugar, ¿cuál es el nivel de solidez de la tribu que me apoya? Cuando el núcleo de interés es grande, muchas veces es muy escandalizante hacia afuera y poco escandalizante hacia adentro. Gran parte de la apolítica se mueve bajo lo que el racionalismo anglosajón denomina ‘the second best option’.
“Son batallas de la vergüenza donde el objetivo no es ganar, sino humillar al otro”.
—Le decimos ‘mal menor’.
Por supuesto, si ningún candidato llega a un caudal mayoritario en primera vuelta, es evidente que en la segunda habrá caudal a favor de alguien pero no garantiza una representación, solo impide que el que más odio genere gane. Esa es la dinámica en el Perú, desde Lourdes Flores en adelante. La segunda vuelta peruana, con semejante desafección, tiene la particularidad más de impedir que de garantizar altos niveles de representación.
—Alan García dijo que no podía decidir quién sería presidente, pero sí impedir que alguien lo fuera.
Así es, por eso la política peruana es el arte de impedir particularmente que gane aquel que más representación política tiene. El arte de impedir es la manifestación del reflejo de lo contraidentitario. No sé lo que quiero decir, pero claramente sé lo que no quiero; eso explica el devenir peruano desde hace unos 30 años hasta la fecha.
—Hemos visto los límites del WhastApp, Twitter, Facebook. ¿Entonces cuáles pueden ser esas plataformas que permitan al candidato ir a la búsqueda de nuevos segmentos del electorado?
La respuesta es muy simple, todas y ninguna. Ninguna en particular, porque ninguna en sí misma garantiza un triunfo; y todas en general, porque ninguna de esas significa pérdida de chances. Se creía, al inicio de las campañas digitales, que la política se abarataría, pero no es así porque hay que invertir en cada plataforma. La inversión decrece en lo convencional y aumenta en medios digitales.
—Suele haber un momento en las campañas en que los candidatos van a los programas de entretenimiento. ¿Se los aconsejas?
Soy partidario de los límites y de que él o la candidata sea coherente con su modo de ser, que no muestre posicionamiento o conductas que no son habituales, eso será un despropósito. Hay que tener muchísimo cuidado con eso y no forzar identidades ficticias porque el riesgo es más grande que la oportunidad. Representa lo que en la academia llamamos la colonización de la política por el sistema de medios, que este imponga su narrativa a la política y que la política sea reactiva a esto y deba continuarlo. Hace décadas se llamaba a esto ‘politainment’. Mi perspectiva es no banalizar la política con cálculo especulativo electoral.
El secreto de los ‘expansores’
—Por el WhatsApp llega y rebota todo. ¿Has estudiado su eficacia?
Sí, es un fenómeno muy interesante, en la campaña de Brasil lo fue. Es muy bueno para diseminar, para fidelizar el voto afín, el que ya existe, es una especie de organizador de una comunidad de intereses previos. Expresa, en la pandemia, la organización territorial. Al no poderse mover con punteros [delegados del partido] en las regiones, el WhatsApp hace una articulación en cadena, una estructura piramidal. En Brasil fue interesante porque a un sector de creencias conservadoras, el WhatsApp los articuló, los unió y los hizo consumir contenidos de medios que no conocían, muchos con ‘fakes’, organizados por estructuras de la derecha.
—Si es comunicación con tus pares, da la confianza que no dan los medios.
Así es, es efectivo pero no expande. El contenido no desborda a núcleos distintos al mío. Si me llega un WhastApp anónimo, es probable que ni lo lea, pero si me lo envía un pariente es probable que le preste atención sin importar su nivel de veracidad.
“Más allá de los ismos, la derecha e izquierda están vigentes”.
—En Facebook y Twitter la dinámica es distinta.
FB es un gran ‘expansor’ que hoy cobra sentido preferente. Pero hoy ni siquiera llega al 10% de mis seguidores si no inviertes. Twitter es básicamente un reflejo de la confrontación pública sin reglas, con ‘expansores fakes’ que deforman el mensaje. Es la gran vidriera mundial de visibilidad de los prejuicios.
—Se la suele denostar como la red donde uno se reproduce en su círculo. ¿Rescatas la posibilidad de llegar al opuesto?
Hay cosas que Twitter permite reflejar y representan tendencias de la comunicación política. Uno, que los discursos son más simples que en el pasado. Antes había ideas y argumentos, hoy hechos y personas. Dos, el discurso es más contraidentitario que identitario, yo hablo mucho menos de lo que soy y pienso, y hablo mucho más de lo que no soy y me quiero diferenciar. Tres, tiende a ser tribal, satisfacer a mi grupo de interés previo que a nuevos votantes. Sus normas de consenso son más importantes que el consenso social; por eso se celebran, se radicalizan. Las campañas electorales hoy son como batallas de la vergüenza donde el objetivo no es ganar, sino humillar al otro, verlo trastabillar, que quede estigmatizado.
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