Su biografía política prometía desvelos. Si Pedro Cateriano es peleonero en la coyuntura, también tiene que serlo en el recuerdo. Sin embargo, al empezar el libro de atrás para adelante (defecto de periodista político), uno se topa con cierta parquedad sobre Vizcarra. Salvo la confirmación de algunas historias sobre su breve gestión del 15 de julio al 6 de agosto del 2020 que ya habíamos contado en crónicas (por ejemplo, que planteó pasar a Walter Martos de Defensa a Interior y poner allí a una mujer, pero al presidente no le gustó la idea); no suelta nada que pueda alterar la suerte electoral del vacado. Omite, quizá porque las heridas están frescas, su percepción sobre qué tanto se sintió respaldado o abandonado a su suerte por el ex presidente, antes de que el Congreso le negara la investidura.
Cateriano relata, eso sí, una historia de la que sólo conocíamos un trascendido: que casi fue primer ministro el crucial ’30 S’, el 30 de setiembre del 2020, el día que se disolvió el Congreso. ¿Por qué no juró? La razón es prosaica: Mirian Morales lo estuvo llamando desde Palacio de Gobierno, pero él tiene por costumbre no responder llamadas de números no registrados.
Pasó un tiempo valioso hasta que lo ubicaron, a través de su hermano Pablo, cuando estaba a punto de dar una entrevista en RPP. Habló brevemente con Vizcarra, que le planteó ser su primer ministro, y Cateriano le dijo que luego de la entrevista se dirigiría a Palacio.
Saliendo de la radio, atorado en medio del tráfico del Centro, se enteró de que estaba juramentando Vicente Zeballos. “Supuse, entonces, que Zeballos había asumido el cargo para refrendar el decreto de disolución [del Congreso]. (…) Estaba claro que Salvador del Solar no quiso refrendar el decreto” (pág 366-367).
Una vez en Palacio, Vizcarra le confirmó su presunción sobre la imprevista juramentación de Zeballos y que quería reemplazarlo por él. Cateriano le respondió que era mejor darle un tiempo, pues se vería mal que Zeballos saliera en un día. Al día siguiente, Zeballos llamó a Cateriano y le ofreció el Minjus o Relaciones Exteriores. Pedro declinó. Como me dijo un vizcarrista cuando le pregunté quién reemplazaría a Zeballos en una de las varias crisis a las que sobrevivió: ‘a Cateriano lo tenemos en la banca’.
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Hasta que Zeballos no dio más y se hizo inevitable sacar al otro de la banca. Una vez fichado, duró apenas dos semanas, pues el Congreso hostil le mezquinó la investidura. Fue la primera vez que se aplicó esa figura tal como está establecida en la Constitución de 1993. Pero vamos más atrás, a lo mejor del libro, pues Cateriano tiene algo importante que revelarnos sobre el arma de la confianza para disolver congresos.
Cuestión de desconfianza
¿Recuerdan cuando el gabinete de Ana Jara fue censurado el 30 de marzo del 2015? Ollanta Humala tenía que elegir rápidamente un reemplazo y escogió a Pedro Cateriano, que era su ministro de Defensa. Muchos pensamos que era una provocación a sus opositores fujimoristas y apristas, pues Cateriano practicaba esgrima tuitera con aquellos. Su relación era tan áspera que ya le habían promovido dos interpelaciones. Si se salvó de ser censurado, fue porque el oficialismo aún mantenía una bancada importante, que fue mermándose hasta que no fue suficiente para salvar a Ana Jara.
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Cuando nos repusimos de la sorpresa de ver a Cateriano hincado ante el crucifijo; surgió la idea pacifista de que Humala no quería provocar a sus opositores, sino que carecía de cuadros políticos propios, no se atrevía ni estaba en su naturaleza abrir la cancha llamando a un independiente, y prefería ver qué tan dúctil y conciliador podía ser su nuevo primer ministro. Esa idea pareció confirmarse cuando se anunció una ronda de diálogos.
Bueno, pues, ahora el ex primer ministro nos revela que la intención de Humala había sido la confrontación pura y su plan –lo repite varias veces y pone a su gabinete de testigo- era provocar la negación del voto de investidura para disolver el Congreso. Tengan en cuenta que ya había caído el gabinete Jara, y si caía el de Cateriano, ya existía la condición de los dos gabinetes caídos para poder proceder a la disolución constitucional del Congreso. Eso sí, tenía poco tiempo para ejecutar su plan pues Cateriano juró el 2 de abril y el 28 de julio, a un año del cambio de mando, ya no se podía esgrimir tal arma.
Cateriano no estuvo de acuerdo con semejante plan, pero no se lo dijo de inmediato. “Yo creo que hay que disolver el Congreso. No hay estabilidad política, los enfrentamientos continúan. Lo único que pretenden el fujimorismo y el aprismo es petardear”, cuenta que le dijo Humala.
Él le respondió, en un ejercicio argumental, que tendría que “concurrir al Congreso con una actitud tal que obligue a que nos nieguen el voto de confianza”. Humala le replicó, “esa es precisamente mi posición”, a lo que Cateriano le dijo: “Si esa es su postura, presidente, el próximo martes tendría que ir al Congreso a exponer mi programa de gobierno”.
El relato de Cateriano se vuelve más sorprendente cuando Humala le dice: “No, no, no, primero tienes que iniciar una ronda de diálogo con todos los partidos”. Extrañado, Pedro le replicó: “Presidente, ¿está seguro de lo que me está planteando? ¿Realmente quiere que vaya a dialogar?”. Humala asintió (pág 220).
¿Por qué Cateriano no le planteó su discrepancia y rechazó el puesto? Lo explica en el libro y me lo repitió cuando lo llamé para pedirle que se explaye sobre este pasaje: al sopesar rápidamente la idea de la ronda de diálogo, pensó que quizá este podría funcionar y darle la oportunidad de convencer a Humala de no insistir en la confrontación. Por cierto, vaya que cambió de parecer en una próxima coyuntura, cuando Vizcarra ejecutó la disolución. Pero, “ese [el del 2015] no era el momento”, me dice.
Hay otra razón que explica la frialdad de Cateriano en esta conversación: salvo lo de la ronda de diálogo, ya sabía lo que le iba a plantear Humala. ¿Cómo así? Unas horas antes, Ollanta le había ofrecido a Juan Jiménez Mayor el mismo puesto y le había planteado la misma estrategia. Este le respondió con un rotundo no. Y se lo contó a su amigo Pedro con quien tenía una estupenda relación, pues él lo había llevado al gobierno. Primero, cuando era ministro de Justicia, lo fichó, con la venia de Humala, para ser agente del estado peruano para la defensa de los comandos Chavín de Huántar ante la Corte IDH. Luego, cuando fue primer ministro, le planteó a Humala jalárselo al gabinete. Le plantearon la cartera del Interior, pero Pedro prefería la de Justicia. Conciliaron en la de Defensa.
Juan fue primer ministro entre el 23 de julio del 2012 y el 29 de octubre del 2013 y luego de eso había pasado a ser nuestro embajador ante la OEA. Al día siguiente de la caída de Ana Jara, Humala lo llamó a Washington y le pidió que viajara inmediatamente a Lima. Al llegar a Palacio, ya tenía una idea de que le propondría ser primer ministro, pero se sorprendió cuando Humala le habló de disolver el Congreso.
Su discrepancia fue tal, que se lo dijo sin ambages y le ofreció renunciar a la embajada ante la OEA. Todo esto se lo contó Jiménez Mayor a Cateriano, cuando salió de Palacio. Como les dije, son buenos amigos y estaban al tanto de sus pasos. Pedro le había contado a Juan que Humala le dijo, tan pronto cayó Jara, muy a la ligera, “anda preparándote”. Era obvio a qué se refería, pero horas después, Juan le estaba contando a Pedro que venía a Lima a hablar con Humala, así que este asumió que ya no estaba en el bolo.
Llamé a Jiménez Mayor y me confirmó el relato de Cateriano. Aún no había comprado el libro pero le describí el pasaje en que Pedro cita su reunión con Humala. Me ratificó que su discrepancia con el presidente fue total. Recordó que la idea de disolver el Congreso lo agarró frío y que el final de la reunión fue tan seco, que cuando Juan le planteó su renuncia a la embajada, Humala se la aceptó en el acto (luego Cateriano convenció a Humala de mantenerlo en Washington).
Juan, que es profesor de derecho constitucional, me contó que conocía bien el proceso de disolución del Congreso, pero no pensó que tuviera sentido en esa coyuntura. Hizo memoria, y recordó que en el 2012, estando Humala de viaje en la China, en el Congreso había ánimo de interpelar a dos ministros. Él sugirió que el gabinete podía ir al Congreso y hacer cuestión de confianza por los dos colegas, pero la idea no prosperó. Sin embargo, me aclaró que no se le pasó por la cabeza que ello podría ser el inicio de una estrategia de buscar dos denegatorias para disolver el Congreso.
Tampoco la idea de la disolución pasó por la cabeza del propio Cateriano, cuando, en agosto del 2012, a poco de ser nombrado ministro de Defensa, fue al Congreso a sustentar un pedido de facultades muy específico para legislar sobre el régimen salarial militar, e hizo cuestión de confianza. Dejó fría a la oposición y al propio Jiménez Mayor que era su primer ministro. Los congresistas, sin votar la cuestión planteada, optaron por darle las facultades. No había peligro de disolución, pues las cuestiones planteadas por ministros no cuentan para ello; pero el Congreso prefirió no seguir un procedimiento que a la mayoría les era desconocido.
Lo significativo de este antecedente es que el TC, en su fallo sobre la disolución del Congreso en el 2019; lo cita para sustentar la tesis de la denegación fáctica con la que Vizcarra validó la disolución del 30 de setiembre. Si lo que pasó en el 2012 con el ministro Cateriano fue una aceptación fáctica, entonces también valen las denegaciones fácticas, razonó el TC.
Volvamos a nuestro relato. Cuando Cateriano acudió al llamado de Humala, horas después del rechazo de Juan, estaba decidido a oír fríamente al presidente. El relato de su amigo le dio una gran ventaja –así me lo cuenta por teléfono- pues pudo anticipar el pedido de Humala y aceptarlo con su propia estrategia. Como recordarán, la ronda de diálogos funcionó. La prensa se deleitó con el histriónico encuentro entre Alan García y uno de sus principales perseguidores (autor, además, de “El caso García”, 1994, reeditado el 2019).
El primer ministro peleonero estaba satisfecho de la ronda armoniosa y había obtenido lo que necesita un Ejecutivo en apuros: gobernabilidad. Pero Humala tenía, al parecer, otros apuros y seguía insistiendo en su estrategia y se la recordó en más de una oportunidad. En una de esas, le dijo, “me das la impresión que has cambiado de táctica (…). Habíamos quedado que este diálogo se iniciaba pero con el propósito de disolver el Congreso. Y lo que vengo percibiendo es todo lo contrario”. A lo que Cateriano le respondió: “No, presidente. No habíamos quedado que iniciábamos el diálogo con el objeto de cerrar el Congreso. Es más, recuerde que le pregunté si estaba seguro de lo que me proponía” (pág. 228).
Cateriano confiesa que a partir de allí su relación con Humala fue tirante y desconfiada. Pone a los ministros de testigos, pues cuenta que la idea de la disolución se llegó a discutir en el consejo y el gabinete vio discrepar a presidente y premier. Pero, a partir de julio del 2015 ya no había posibilidad de disolución y había gobernabilidad. Le pregunté a Cateriano, pues no lo menciona en el libro, si Nadine Heredia pudo ser una importante socia e instigadora de la estrategia de la disolución; pero me respondió que Humala no le contó con quiénes había conversado la idea.
Ollanta responde
A través de Wilfredo Pedraza, abogado y ex ministro de Humala, hoy número 1 en la lista del Partido Nacionalista por Lima; contacté al expresidente. Le pedí su versión sobre lo relatado por Cateriano y refrendado por Jiménez. Me envió su respuesta por escrito. Tiene 5 puntos y el encabezado va al grano: “Sobre el cierre del Congreso. 1. Fue una posición política, perfectamente legal y que buscaba salvaguardar la estabilidad política del país, que era constantemente amenazada por la oposición parlamentaria. 2. Después del maltrato a los presidentes del Consejo de Ministros, como fue el caso de René Cornejo al que la oposición lo presionó a suscribir un documento y la censura a Ana Jara; resultaba evidente el juego peligroso y antidemocrático al que nos empujaban los grupos de oposición en el Congreso (fujimorismo, APRA, APP, AP, etc.). Todo esto me hizo prever un escenario de cierre del Congreso”.
Humala prosigue su argumentación. “3. Mi posición política y que la comenté con algunos ministros fue asumir ese riesgo y estar dispuesto a cerrar el Congreso. Riesgo político que estaba dispuesto a asumir. Para esto, requería como primer ministro a un político y jurista especializado en materia constitucional para no cometer error alguno. 4. Efectivamente, Juan Jiménez no estuvo de acuerdo, pero Cateriano sí; por eso le encargué formar un gabinete y cumplir con las formas democráticas de visitar a todas las fuerzas políticas, pero sin ceder en nuestra política de gobierno. 5. Hay que recordar la coyuntura política; era obvio que al nuevo premier le darían el voto de investidura, pero eso no garantizaba la estabilidad política del país”.
Queda demostrado en este intercambio entre un ex presidente y dos de sus primeros ministros; que la idea de la disolución del Congreso ya la llevábamos en la sangre de la política, ya se había posado en Palacio de Gobierno antes de que PPK se espantara al ver la mayoría absoluta de fujimoristas, antes de que Vizcarra la usara de filudo bumerán; sin anestesia.
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