El analista político Gonzalo Banda consideró que la administración de Pedro Castillo comienza a parecerse a los gobiernos regionales “que sobreviven a las altas impopularidades” y a las “decisiones polémicas”. Agregó que el gobierno debe enfocarse en dos políticas: la reactivación económica y el retorno a clases, porque el “crédito ya se le está agotando”.
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— ¿Cómo definiría los primeros 100 días del gobierno de Pedro Castillo?
Es un radicalismo precario, precario en las formas, porque desde el primer momento en el que quiso mostrar algún tipo de equipo de gobierno, mostró lo que había mostrado en los últimos días de su campaña: improvisación […] Esto es, claramente, un gobierno que se comienza a parecer a estos gobiernos regionales que pululan por muchas partes en el Perú y que sobreviven a las altas impopularidades, a las decisiones polémicas, que patean nombramientos y que están esperando a que los periodistas volteen la página para que la noticia se convierta en periódico de ayer. Esto es el día a día de la política subnacional.
Cuando a mi me preguntan con quién de los presidentes de América Latina se puede comparar a Castillo, más que compararlo con presidente de la región o, incluso, con los presidentes que ha tenido el socialismo del siglo XXI, hay que compararlo con nuestros gobiernos subnacionales, donde hay dificultades para la gestión y agendas radicales por las que son electos, pero cuando llegan al poder son incapaces de si quiera plasmarlas. Ese es el primer enfoque.
— ¿Cree que ha logrado asentarse en el poder?
No, de ninguna manera, lo más sólido o constante que ha tenido Castillo es la improvisación, no hay manera de decir que la improvisación puede generar algún tipo de cimiento sólido sobre los cuales construir un norte. Van 100 días de gobierno y, hasta el momento, no se saben cuáles son las prioridades o las líneas reformistas de este gobierno. Y eso es lamentable, porque siendo un presidente que en teoría tenía un factor de representación muy alto, un peso simbólico muy poderoso que un maestro de escuela rural llegue al poder, pues al momento [de ejercer el mandato] ha intentado tener contentos a todos, como ha sido su estilo dentro del magisterio. Y para tener contentos a todos a repartido muchas cuotas de poder y al hacerlo ha sembrado muchísimas dudas.
— ¿La designación del primer Gabinete Ministerial, liderado por Guido Bellido, fue un error? ¿Dejó algún tipo de aporte?
No, Bellido el único aporte que dejó fue que, quizás, convenció a Castillo que perpetuar ese camino [de enfrentamiento], iba a desgastarle prontamente y el escenario de confrontación con el Congreso se iba a acelerar. Creo que convenció a Castillo que, de seguir en esa ruta, era inevitablemente volvernos a arrojar a un ciclo eterno de confrontación política, pero esta vez crispado. ¿Por qué? Porque tenías elementos que hacían sospechar de que, si el señor Bellido seguía manteniendo ese tono, pues el Congreso iba a elevar también su tono y se iban a activar los botones [de emergencia] y ahí el primero que lanzaba el misil era el que iba a sobrevivir.
— En la polémica por el gas de Camisea hubo la creencia de que el responsable era Bellido, pero ya sin él en la PCM, el presidente insistió con la “nacionalización” o “estatización” del proyecto. ¿El problema real es Castillo y su estilo de gobierno?
Nuestro presidente parece por momentos un incontinente verbal, cuando las cámaras lo apuntan, él por momentos olvida que es el presidente de la República y cree que está en campaña, ahí tiende a lanzar estos mensajes que luego necesitan de traductores. Castillo termina pareciéndose a casi todos los presidentes peruanos que metían la pata y luego el primer ministro o el titular de Economía traducía lo que quiso decir realmente. Esto pasó con Toledo y Humala en muchísimas ocasiones, aunque fundamentalmente con el primero. Obviamente, Toledo nunca dijo nada sobre “nacionalizar”.
En este caso, las declaraciones de Castillo le han costado mucho crédito, por lo menos, dentro de la confianza de un sector empresarial. Y, rápidamente, el ministro de Economía ha tenido que apagar el incendio. Francke ha tenido que inventar una especie de diccionario particular en el cual los términos que dice el presidente no serían los que dice, sino una especie de interpretación auténtica. Pone en aprietos a sus ministros.
— ¿Hay un doble discurso de Castillo, uno para la plaza y otro en foros oficiales?
Es que para que hubiese un doble discurso tendría que haber una intencionalidad. Castillo es un presidente que, a veces, es muy poco consciente de la responsabilidad de sus palabras. Los jefes de Estado personifican a la nación y no son cualquier ciudadano, el poder y el peso de sus declaraciones son tal que siempre tienen que procurar ser moderados. No es que Castillo mantenga un doble discurso, estoy realmente convencido de que él cree, cuando llega a su casa o tiene reuniones, que está manteniendo una coordinación en sus términos, porque está acostumbrado a la disputa política. Él ha intentado cuando tiene gente más temperada que lo asesore, cambiar un poco el rumbo, pero la cabra siempre tira al monte. Él entiende la política como disputa, como si fuera una asamblea magisterial o gremial, donde siempre va a intentar encontrar un enemigo.
Lo más interesante es que cuando él lanza esas provocaciones, luego no es capaz de mantenerlas. Hasta el día de hoy no le concede una entrevista a ningún periódico, hasta el día de hoy él no preside una conferencia de prensa, lo cual es muy llamativo, porque quiere decir que se siente poco cómodo en escenarios donde lo vayan a poner en confrontación. Él, probablemente, no sea capaz de defender esas ideas [radicales] ante un público más informado.
— La designación de Mirtha Vásquez en la PCM ha provocado resistencia en el sector cerronista de Perú Libre. ¿Qué significa una eventual ruptura en el oficialismo a menos de cuatro meses de iniciado el gobierno?
Castillo sabía que esto venía si es que tenía la necesidad o la conveniencia política de alejarse de Cerrón, porque el partido [Perú Libre] en su gran parte es leal a este. Lo que me ha parecido en este caso, es que los sucesos se han precipitado a una rapidez mayor, ya que en Perú es común que los gobiernos entren en crisis, pero [con este] ha sido muy rápido. Castillo no ha tenido si quiera luna de miel, ha estado en tumbo en tumbo. Y, en ese escenario, ha tenido que romper algunos vasos comunicantes con Cerrón, aunque la ruptura no termine de quedar clara.
Fíjate que, si el presidente tuviera una ruptura frontal con Cerrón, por lo menos hubiera tenido algún tipo de comentario con lo que sucedió con Barranzuela. A mí me llama mucho la atención de que a un ministro [Cadillo] lo despida por WhatsApp y con el otro [Barranzuela] le cueste pronunciar algún tipo de crítica frente a algo que es claramente una violación a cualquier principio ético mínimo.
— Barranzuela deja el Ministerio del Interior no por sus más de 150 infracciones cuando fue policía, su proceso por presunto lavado de activos o su cercanía a Los Dinámicos del Centro, sino por “el escándalo” que generó su fiesta y la presión de Vásquez. ¿Qué dice eso de Castillo?
Bueno, eso pasa siempre en la política: Dios perdona el pecado, pero no el escándalo. Barranzuela era un ministro se estaba cargando muchas reformas dentro del Ministerio del Interior, muy importantes, como el combate contra el cultivo ilegal de la hoja de coca, y al final termina saliendo por organizar una fiesta. Ese es el grado de la precariedad del radicalismo de Castillo. Es una cosa sin sentido, porque no lo termina sacando por las groseras reformas o políticas que trata de imponer en su sector, sino por este escándalo que se suscitó gracias a una denuncia periodística.
En el fondo, los ministros de Castillo no caen por su radicalismo, sino por su torpeza y su incapacidad de entender que estando gobernando no pueden hacer esas cosas. No les pasa por la cabeza que lo elemental de la política son las formas, la prudencia y los gestos.
— ¿La influencia de Cerrón en el gobierno se ha debilitado tras la salida de Bellido de la PCM? ¿Puede volver a cobrar protagonismo?
Lo que pasa es que todo esto continúa siendo una hipótesis, nosotros estamos aquí conversando bajo el supuesto de que Barranzuela ya no está, Bellido, tampoco y, por lo tanto, Castillo habría dejado de tener algún tipo de influencia de parte de Cerrón. Pero quién sabe qué mensajes de texto, qué WhatsApp o qué reuniones de trabajo mantiene el presidente Castillo. Uno tiende a pensar que Cerrón ha perdido influencia, pero esos silencios prolongados de Castillo hacen pensar que el divorcio no es uno total. Si el presidente hubiera estado esperando una gota de agua que rebalse el base, pues Barranzuela le hubiera dado la excusa, pero él no salió a condenarlo, quien sale es Mirtha Vásquez, él no dijo nada.
— ¿La salida de Barranzuela fortalece a Vásquez dentro del Ejecutivo? ¿Por qué?
Vásquez, según los trascendidos, había condicionado su presencia a la salida de Barranzuela, lo que le dejaba al presidente Castillo dos caminos. El camino, en el que continuaba con Barranzuela era una tozudez y lo iba a conducir a la negación del voto de confianza y abría un escenario de ingobernabilidad. Evidentemente, gana Mirtha Vásquez, pero no porque ella valga tanto para Castillo, sino por las consecuencias políticas de no tenerla a su lado sería muy costosas para el presidente. Tendría que trepar el monte Everest para volver a conquistar algo de gobernabilidad. ¿A quién iba a nombrar? ¿Qué hombre o mujer sensata iba a estar dispuesto a entrar a un Gabinete, después que el presidente hubiera protegido a un ministro que claramente infringió la ley? No creo que hubiera habido una persona decente que se hubiera animado a eso. Gana un poco de crédito político Vásquez, pero su poder no es incontestable. Ella tiene que mandar una carta, y se da un momento de tensión, para que recién renuncie Barranzuela.
— Castillo puede adoptar un estilo como el de Toledo, quien les dio mayor protagonismo a sus ministros. ¿Vásquez, bajo esta figura, puede darle estabilidad a este gobierno?
Imagina que hace seis meses hubiéramos dicho que Mirtha Vásquez sería la carta de estabilidad del presidente de la República. Seguramente, mis amigos de la derecha estarían golpeándose contra la pared. Pero, fíjate, es tal el grado de precariedad al que nos ha conducido el presidente que en este momento Vásquez parece ser moderada. Creo que la primera ministra, al menos, ha tenido la decencia que cuando ha sucedido algo denunciable [como lo de Barranzuela] no ha torcido su brazo, no ha negociado política y se ha mantenido inflexible. Esto no puede hacer estar más tranquilos en temas de principios, porque Vásquez no le entra a la negociación política indebida. Pero, aquí no entra la agenda reformista, constituyente, los paquetes económicos y la reforma tributaria, el papel del Estado en la economía, eso no depende de la primera ministra, y no creo que Vásquez no vaya a cuestionar la política económica de los últimos años.
— El ministro de Educación, Carlos Gallardo, ha propuesto una contrarreforma a la ley de carrera pública magisterial que, en la práctica trae abajo la meritocracia en la evaluación de los profesores. ¿El Congreso debe censurarlo?
Aquí hay un problema. Una de las cosas que la izquierda siempre se quejó de los gobiernos de derecha es que, desde su perspectiva, respondían a intereses de corporaciones, de las empresas y que se hacían leyes en beneficio de unos pocos, no voy a decir si eso es verdad o es falso, pero tú no puedes pasar del corporativismo de las grandes empresas al otro corporativismo, a comprometerte con quienes cuestionan y quieran bajarse todas las reformas. Los gobiernos tienen que entender que están por encima de los intereses corporativistas, así como las empresas tienen sus intereses, los sindicatos, los transportistas informales, también.
[…] Y como gobierno no puedes decir, “voy a gobernar a favor de los que buscan la derogación de todas las reformas que le han hecho bien al Perú”. No hay justificación para eso, es una tozudez. ¿Es momento de cuestionar las reformas? Sí, siempre se puede cuestionar, pero no se puede dejar que bajo el pretexto de que ahora se va a gobernar para los intereses del pueblo, en el fondo se busque gobernar para los intereses clientelistas de la facción que [el Ejecutivo] cree que lo legitima.
— ¿Y cómo se puede evaluar el retroceso en la reforma del transporte en el MTC? El ministro Silva ha ofrecido cambios en la ATU a los transportistas.
Es lo mismo. Hubo otros gobiernos que amarraban las licitaciones para que Odebrecht ganará y eso es corrupción. Ahora, bien suelto de huesos, se dice “ya no vamos a gobernar para estos intereses, vamos a gobernar para intereses igual de ilegítimos” en cuanto a la precariedad del servicio y para lo que buscan hacer lo normal lo irregular. Y eso es otra forma de corporativismo, te olvidas del ciudadano, quien es el recepto del servicio de transporte y este se convierte en una caricatura.
— ¿El Parlamento puede ser un freno a esta contrarreforma en el transporte? En el Congreso anterior intentaron debilitar a la ATU…
Una de las cosas de las que todavía el Perú no está libre es de los intereses de las grandes mafias de transporte informal, del narcotráfico, del contrabando y del lavado de dinero que financian la política y a los políticos. Los congresos de los últimos años, normalmente, se habían convertido en el tablero donde se exhibían estas medidas abiertamente ilegítimas e ilegales, pero ahora es el presidente el que se encarga de exteriorizarlo. No guardaría mis esperanzas en el Congreso. A lo que se debe apuntar es a la sociedad civil, a que esta se pueda fortalecer, los medios de comunicación en la denuncia contra Barranzuela han tenido un papel muy importante.
— Castillo ha respaldado una serie de polémicas designaciones: Bellido, Maraví, Barranzuela, Gallardo, entre otros como ministros. También el gobierno intentó enviar como embajador a Richard Rojas primero a Panamá y luego a Venezuela. Y hubo la intención de nombrar a Ricardo Belmont como asesor. ¿El presidente se está autosaboteando?
En el fondo Castillo entiende la negociación política como un cuoteo asambleísta, es capaz de conversar con Belmont, pero también tenderle la mano a Julio Velarde. Él está completamente convencido de que en el ámbito de la negociación política se tiene que repartir la recompensa a todos aquellos que lo han llevado [a la Presidencia]. Belmont, seguramente, en algún momento de su campaña, lo apoyó de alguna manera. Otra de las cosas muy importante y que no se dicen, es que muchas de nuestras normas- precarias- han impedido que haya peores nombramientos de los que ya podía haber habido […] El presidente intenta desbarrancarse, pero estas pequeñas normas que, en algún momento fueron hechas por personas muy bien intencionadas, impiden que Castillo termine por abrazar el barranco.
— ¿Es lógico que un gobierno de izquierda haya autorizado a las FF.AA. a apoyar, en las calles, la lucha contra la delincuencia?
Eso es lo más incoherente que ha podido existir en los últimos años dentro de la izquierda, por lo menos democrática. Tal vez la izquierda autoritaria, esa que tiene delirios y amores con las figuras de Mao o de algunos de los dictadores comunistas de la historia, tenga esa especie de fijación de no deslindar con la militarización de la fuerza, pero la izquierda moderna en todo el mundo es una antimilitar, contraria a la represión militar no solo en protestas, sino el control de los militares de la seguridad en las calles. Esto habla mal no de Castillo, sino de la izquierda democrática que lo acompaña, no sé cómo se están tragando esos sapos y culebras, los miembros de la izquierda progresista [peruana], cuando eso [la militarización] es una ofensa a sus creencias ideológicas, y en el pasado les ha costado la vida a muchos de sus compañeros de causas, la verdad no lo entiendo.
— En su última columna, advierte que se ha “normalizado el estado de guerra”. ¿Un nuevo choque entre el Congreso y el Ejecutivo es inevitable?
En el entendido de que en el último quinquenio hubo cuatro presidentes y un Congreso disuelto, uno esperaría que esto [el choque] pudiera pasar con alta probabilidad, porque el presidente Castillo se está quedando sin congresistas, y los congresistas con los que se está quedando no son tan numerosos y la bancada que lo llevó al poder comienza a cuestionarlo. Entonces, el presidente tiene menos estímulos para entrar en la negociación política, y tiene más estímulos para entrar a la confrontación con el poder más impopular del Perú: el Congreso. Si tienes más estímulos para entrar a la confrontación, ¿por qué elegirías la paz?
Y en ese mismo sentido, el Congreso, que sabe que el presidente se está quedando solo, puede ser capaz de iniciar una estrategia de confrontación, tenderá a adelantarse, e intentará, digamos, de nueva apretar los mecanismos de autodestrucción que tiene la Constitución peruana. Esta es una especie de juego constante, de quién aprieta primero el botón.
— El Congreso también ha cumplido 100 días. ¿Cómo analiza el rol de la oposición en este poder del Estado?
El Congreso sigue teniendo una gran desaprobación ciudadana, en solo tres meses tiene mucha más desaprobación que el presidente. ¿Por qué? El pecado original del Parlamento es que muchas veces no termina siendo lo suficientemente representativo de las fuerzas y de los ánimos nacionales. Se tiene actores políticos que han crispado los ánimos, y cuando el ciudadano prende la televisión, se les escucha en estas sesiones maratónicas, entonando discursos que son francamente insoportables e insostenibles. [Y estos discursos] son producto de la precariedad de los congresistas, a muchos cuando le dan el micrófono, no saben lo que están diciendo.
En segundo lugar, la estrategia de coordinación entre los congresistas cada vez es menos reditable, no vemos el mismo nivel de coordinación [en la oposición] que cuando se realizó la distribución de comisiones, en esos primeros días, parecía que la oposición estaba hiper organizada, que iba a ser un bloque monolítico que iba a parar las medidas más nefastas que podía dar el gobierno.
Y en lo simbólico, no ha habido un ejercicio del Congreso por llegar al ciudadano, hay un gran esfuerzo de algunos congresistas, pero la gran mayoría no tiene ese espíritu de rendir cuentas a la ciudadanía. El otro día apareció la presidenta del Congreso [María del Carmen Alva] en el programa de ‘Chibolín’ y uno se pone a pensar, quién diantres le aconsejó eso. Realmente, hay cosas que no son serias. El Congreso tiene tan mala imagen que basta una torpeza que pueda parecer insignificante para que la poca credibilidad que tiene se desperdicie.
— El Parlamento ha brindado el voto de confianza. ¿Qué margen de acción tiene Vásquez a partir de ahora?
No creo que las facultades para las reformas tributarias y fiscales vayan a salir este año. Por tiempo, es muy difícil, el margen de maniobra que va a tener, por lo menos este año, es muy chico. Hay que recordar que para que entre en vigencia el otro año, las normas [tributarias] tendrían que aprobarse ya mismo […] Las necesidades y prioridades nacionales parten por la reactivación económica y el retorno a clases, creo la ciudadanía ya no puede esperar más, el margen de maniobra que tiene el gobierno en estos dos puntos, el crédito político ya se le está agotando. El valor de la elección simbólica de Castillo no lo va a mantener vivo cinco años. Entonces, o se pone las pilas en estas dos grandes agendas urgentes, o pues va a comenzar a caer su aprobación y a tener problemas.
Lo peor que le ha podido pasar a la izquierda política en el Perú es haber sido elegidos y ser incapaces de gobernar, de montar este caballo. Recuerda cuando Castillo fue a votar en la primera vuelta, el caballo que montó, se le puso chúcaro y comenzó a moverse. Si algo le podía pasar mal a la izquierda es escoger [al jinete] que no supiera montar, porque las posibilidades de la izquierda para ser gobierno en el Perú no son muy altas. [El gobierno de Castillo] generará costos políticos que seguramente van a marcar a la izquierda por muchos años.
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