Sabíamos que del nuevo Congreso no había que esperar mucho. Sin reelección y sin partidos fuertes que disciplinaran a sus congresistas, eran pocos los incentivos para hacer reformas o dejar de lado malas prácticas. Al mismo tiempo, se esperaba menos conflicto con el Ejecutivo y quizás algunas reformas puntuales. Más que por virtud, por reacción ante los despropósitos del Congreso anterior y por la necesidad de algunos grupos de posicionar a sus candidatos hacia el 2021.
Y llegó la pandemia. Ha incrementado los incentivos para portarse mal. Por un lado, vemos normas que, como en el caso del anterior Congreso, apuntan a un manejo poco transparente de la institución o benefician a determinados intereses particulares, zurrándose en el interés general. Pero además algunas bancadas han descubierto la popularidad; se han topado con temas que pueden explotarse pensando en un futuro electoral. Una cosa es responder de mejor manera a intereses de la ciudadanía. Otra, apoyar demandas en tiempos desesperados sin medir consecuencias.
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El problema es que aunque enfurezcan a los ciudadanos, aunque saquen de quicio a los medios de prensa, aunque se escriban cien columnas de opinión como esta, no hay mucha capacidad para hacerles rendir cuentas. Están protegidos por nuestro encierro. Los mecanismos de vergüenza y protesta, que algo moderaban al congresista que debía enfrentar en vivo y en directo a sus críticos, ahora se ven lejanos.
¿Quiere esto decir que son incontrolables? Aunque limitadas, sí hay algunas formas de presión. La primera, dirigir bien la artillería. Varios partidos con bancada intentarán colocar candidatos presidenciales. Deberían ya estar preocupados por los efectos de esta conducta irresponsable sobre esas candidaturas. Los reflectores, más que solo al Congreso, deberían ponerse en esos posibles candidatos y líderes partidarios, reclamándoles que controlen a sus bancadas. Que sientan que son su problema.
Acción Popular, por ejemplo, aspira a tener un candidato presidencial competitivo. El partido ha sido relativamente exitoso en levantar el valor de su marca en estos meses. Pues tocará demandar a sus líderes que respondan no solo por su bancada, sino también por la conducción del Congreso.
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Más complicado, por supuesto, es cuando los candidatos están dentro del Congreso, como parece será el caso de Podemos. Allí más que control partidario, corresponde a los rivales politizar estas conductas. Que no se les regalen triunfos populares, sino que se les atribuyan fracasos.
Una segunda forma de presión pasa por el Ejecutivo, que tendrá que comprarse más la pelea. El procedimiento de la disolución del Congreso asume que habría un partido de gobierno cuya bancada se fortalecería o debilitaría en la nueva representación elegida. Sin partido de gobierno, vimos formarse un Congreso en el que el Ejecutivo ni siquiera está presente.
Sin pandemia ese ya era un escenario complejo. Con pandemia, es de horror. El gabinete tendrá que afilar su perfil público y talento político para enfrentar iniciativas dañosas. Lamentablemente, de ese perfil político es de lo que han cojeado los gabinetes de Vizcarra. Toca aprender, porque mirar para otro lado no va a funcionar.