"De hecho, el aciago período 2016-2021 —entre la judicialización de la política y la utilización interesada de controversias, que requería siempre de un villano— parece haber terminado de dar el tiro de gracia a un elenco estable de políticos". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"De hecho, el aciago período 2016-2021 —entre la judicialización de la política y la utilización interesada de controversias, que requería siempre de un villano— parece haber terminado de dar el tiro de gracia a un elenco estable de políticos". (Ilustración: Giovanni Tazza)
José Carlos Requena

Con la publicación del (El Comercio, 14/3/2021), los apáticos comicios han entrado, finalmente, en su último tramo. ¿Qué factores deben considerarse para evaluar este descuajeringado panorama político forjado en el último lustro, una seguidilla de pasos irresponsables, sin ninguna contención?

Para empezar, en los últimos años parece haberse intensificado aquella característica definición en los últimos días. Tanto la segunda vuelta del 2016 como la composición del Parlamento actual, en enero del 2020, terminaron de definirse en la última semana. La precariedad actual hace que las sorpresas sean mayores.

Además, la política parece carente de políticos experimentados. De hecho, el aciago período 2016-2021 —entre la judicialización de la política y la utilización interesada de controversias, que requería siempre de un villano— parece haber terminado de dar el tiro de gracia a un elenco estable de políticos que, con sus luces y sombras, habían significado algún nivel de freno. Nada de ello está presente ahora. Si —como sugieren los más pesimistas— el próximo Congreso presenta una composición y agenda similar al del actual, las perspectivas son particularmente desalentadoras.

La dicotomía oficialismo/oposición parece absolutamente inútil en el escenario electoral. Entre el 2001 y 2016, el presidente en funciones había sido el líder opositor en la etapa previa. Hoy quien pudo haber sido la principal figura de oposición, Keiko Fujimori, parece descolocada, con su intención de voto aparentemente estancada en su voto más duro.

La polarización que se planteó tras la vacancia de Martín Vizcarra, en noviembre del 2020 (que ponía en el banquillo de los acusados a los “golpistas”), parece también poco persuasiva, cuando no inútil. De alguna manera, era una continuación de aquella iniciada en julio del 2016, con la hostilidad Ejecutivo-Legislativo. En la campaña electoral, parece un tema de segundo orden. Este factor, de gran trascendencia hace unos meses, parece desgastado a poco más de tres semanas del 11 de abril.

De hecho, la juventud, el principal actor de las movilizaciones de noviembre —las más importantes desde el año 2000—, podría terminar optando lejos de las opciones que los promotores de la llamada generación del bicentenario habrían pensado. Un tuit de Mauricio Saravia (16/3/2021) (+8,4 puntos porcentuales) entre los jóvenes (18-24) entre enero y marzo era Hernando de Soto, tomando de guía la encuesta del IEP. Entre los del siguiente grupo etario (25-39) el que más crece es Rafael López Aliaga (+5-7).

En medio de la estridencia que origina la irresponsabilidad del saliente Parlamento y frente a las disonancias que caracterizan la gestión del presidente Francisco Sagasti y su discreto Gabinete, el país escucha unos ruidos confusos, que hacen difícil sostener algo cercano a un diálogo. Como si la fiesta democrática que suele ser una elección viniera con (una gran) resaca.

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