Un cambio se ha dado en las últimas semanas: a la preocupación inicial, eminentemente sanitaria, se ha terminado de acoplar la económica. A inicios de este largo período, se llegó a plantear el falso dilema economía versus salud, cuando en realidad eran dos caras de una misma moneda.
Los días recientes han sido generosos en la producción de cifras que grafican el complicado momento que pasa la economía peruana, a tono con el convulso panorama global. El viernes 19, el BCR anunció su proyección para la evolución del PBI en el 2020 (-12,5%). Algunos sectores como manufactura (-23,8%), construcción (-25,4%) y comercio (-23,6%) tendrían caídas más marcadas.
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Algunos aspectos empiezan a hacerse patentes en las estadísticas del complicado panorama laboral. Según el INEI, más de 2,3 millones de trabajadores perdieron su empleo en Lima Metropolitana entre marzo y mayo. La proporción es más alta entre la fuerza laboral no calificada y en las empresas que tienen entre 1 y 10 trabajadores.
Sin duda, ningún gobierno del mundo estuvo preparado para un golpe de esta naturaleza. El porrazo tocó a la economía peruana con solidez macroeconómica, pero aún en esas condiciones tendrá monumentales consecuencias. El presidente del BCR, Julio Velarde, lo resumía así: “Ni en la peor de mis pesadillas podría pensar que en un mes caeríamos 40%”.
La opinión pública empieza a manifestarse. La aún alta aprobación de la gestión presidencial (70%) contrasta con la percepción sobre el manejo de la reactivación. En este punto, solo el 7% considera que el Gobierno “lo está haciendo muy bien”. En tanto, un mayoritario porcentaje se mueve entre la indulgencia (“hace lo que puede, dentro de las limitaciones que el país enfrenta desde hace muchos años”: 32%) y la crítica severa, aunque comprensiva (“hace lo que puede, aunque ha cometido errores importantes”: 39%). Una proporción reducida cree que “lo está haciendo mal, ha cometido muchos errores” (15%) y otro aún menor opina que “lo está haciendo muy mal” (6%).
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La reactivación económica será, sin duda, uno de los pilares de la agenda electoral. Al debatir sobre este punto, la sociedad en su conjunto y los actores políticos deberán considerar aquello que se debe mantener (como la solidez macroeconómica y monetaria, un déficit fiscal acotado y políticas sectoriales que promuevan el quehacer productivo) y los cambios necesarios para que el bienestar no se quede en frías cifras y aterrice en la cotidianidad, donde el acceso a servicios de salud adecuados será una preocupación fundamental.
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