"Enemigo mío", por Renato Cisneros. (Ilustración: Nadia Santos)
"Enemigo mío", por Renato Cisneros. (Ilustración: Nadia Santos)
Renato Cisneros

Hace 16 años, trabajando en la sección deportiva de este Diario, me tocó cubrir la campaña de en el torneo local. En aquella época se solía asignar la cobertura de los equipos ‘grandes’ a redactores que estuviesen identificados o encariñados con cada club. Así, Pedro Ortiz y Paco Sanz, irredentos hinchas cremas, eran los hombres de la U: se turnaban para asistir a los entrenamientos, hacían entrevistas a las principales figuras del equipo, cubrían el partido de fin de semana dentro o fuera de Lima y, por último, escribían –sudando mientras aporreaban sus teclados– la crónica de cuatro páginas que todos leíamos el lunes a primera hora. 

Por el lado de Alianza Lima, los experimentados Wilder Buleje y Patrick Espejo eran los usuales encargados de todo lo concerniente al cuadro íntimo. Conocían Matute de arriba abajo y tenían trato privilegiado con dirigentes y cuerpo técnico, gracias a lo cual conseguían ‘pepas’ todo el tiempo. Eran fanáticos de Alianza y –como sus colegas cremas– tenían problemas para disimularlo a la hora de juzgar los partidos. 

Cuando se disputaban los clásicos, era un espectáculo verlos regresar a todos juntos del estadio –enojados los derrotados, cachacientos los triunfadores– y sentir en el aire de la redacción una tensión eléctrica que con el paso de las horas iba perdiendo su voltaje hasta restituir la cordialidad general. 

En diciembre del 2001, tal vez porque Buleje estaba de vacaciones y Espejo andaba de viaje (¡cómo viajaba Espejo!), me asignaron la cobertura de los partidos de Alianza en la definición del título ante Cienciano. No era una definición cualquiera. Era el año del centenario del club y, la verdad, es que Alianza tenía un equipo sólido: Roverano, Soto, Bazalar, Quinteros, Palinha, Esidio, Waldir. Aunque habían hecho una pésima campaña durante la segunda mitad del año (acabaron décimos en el Clausura), tenían el pase directo a la final por haber conquistado el Apertura. 

Ese encargo fue uno de mis primeros dilemas éticos como periodista. Siendo hincha intransigente de la U –y después de haber pasado algunas temporadas de mi juventud en la barra de Oriente, mirando siempre con devoción hacia la Trinchera–, cómo hago, me preguntaba entonces, para escribir sobre el adversario de toda la vida sin caer en la tentación de la parcialidad, la crítica fácil, el comentario rapaz. Las muchas horas de clase de deontología en la universidad de pronto se me hicieron insuficientes. Recibida la tarea, y en nombre del profesionalismo, no me quedó más remedio que dejar colgado mi pellejo merengue cada mañana antes de dirigirme a La Victoria para tomar nota de las actividades del cuadro que dirigía el técnico valenciano Bernabé Herráez, quien había reemplazado en setiembre al serbio Ivan Brzic. Fueron solo diez los días que estuve en contacto directo con el mundo aliancista pero bastaron para percibir, de lejos, casi a regañadientes, algo del sentimiento popular del que se jacta el Comando domingo a domingo.  

Alianza Lima le ganó a Cienciano la primera final 3-2 en Lima y en Cusco cayó 1-0, por lo cual tuvieron que definir por penales. A esas alturas, lo admito ahora, algo en mí quería que Alianza campeonase. Sé que lo normal, lo típico, es que los hinchas prefiramos mil veces que gane cualquiera menos el rival tradicional, pero ese día, tal vez por el puro egoísmo periodístico de tener una mejor historia que contar con el triunfo íntimo en su centenario, o quizá porque me había vuelto sensible al aura victoriana durante esas semanas, o quizá simplemente porque se lo merecían, me alegré por dentro, incluso apreté el puño cuando Waldir convirtió el último penal. ¿Traición, deslealtad, esquizofrenia, objetividad? No lo sé, pero sucedió como lo cuento.  

He recordado ese campeonato ahora que Alianza Lima ha vuelto a ganar el torneo después de una década (por cierto, el gesto despreciativo de Leao Butrón no venía al caso, pero tampoco entiendo que los dirigentes de la U –que deberían tener todos los sentidos puestos en la recuperación financiera del club– hagan de eso un escándalo).

Alianza Lima ha ganado y hay que felicitarlo. Lo digo con el pellejo merengue orgullosamente puesto encima. Eso sí, todavía le faltan tres títulos para hablarnos de tú a tú.  

Esta columna fue publicada el 09 de diciembre del 2017 en la revista Somos.

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