Era 1952 cuando una francesa de 17 años de nombre Brigitte Bardot escandalizó al mundo con su protagónico en la cinta La chica del bikini (Manina, la fille sans voile). No había mucho lugar a la especulación con aquel título: Bardot aparecía con frecuencia en el filme luciendo un traje de baño de dos piezas que dejaba todo su abdomen al aire. En el resto del mundo, ni siquiera los diseños de ropa interior femenina contemplaban patrones tan ligeros; tan escasos de tela. ‘BB’ volvió a ponerse su bikini en vivo y directo un año más tarde, durante el Festival de Cannes. Y hubo más escándalo.
El bikini –tal y como lo conocemos hoy– no tenía mucha vigencia en aquel entonces. Era una pieza rara, atrevida, prohibida. De hecho, había sido creado poco antes de la llegada de Bardot al cine (en 1946) por un ingeniero francés llamado Louis Reard, quien se vio en la obligación de llamar a una estríper del Casino de París para su presentación oficial cuando la modelo contratada se negó a lucirlo en público. La fama del diminuto traje de baño creció como la espuma y en el resto del mundo millones de jóvenes estaban dispuestas a llevarlo sin tapujos. Hacia 1965, las costas de un país llamado Perú –cuyas olas atraían a surfistas de todo el planeta y cuya riqueza pesquera era celebrada y difundida– eran el territorio idóneo.
“La década del sesenta representa una época de mucha liberación femenina”, explica el diseñador Roger Loayza. “Para empezar, aparece la minifalda, lo cual revolucionó el vestuario para siempre. Esta tendencia (que incluye también al bikini) responde a un culto a la juventud que permanece hasta el día de hoy. Al mismo tiempo, se desarrolló una silueta de mujer que incluye ciertos toques infantiles, dulces, como cuellos de bebé, tonos pastel y botones grandes”, sostiene Roger. Definitivamente, son años de mucha ilusión por el futuro (la vida en el espacio fue un eje central de la cultura pop) y esto se traduce en la innovación y exploración de nuevos materiales en prendas. La moda es quizás el mejor reflejo de aquel tiempo y un símbolo de la tan ansiada libertad de muchas generaciones de mujeres. Pero no es lo único. En 1961 se empezó a comercializar la píldora anticonceptiva en Estados Unidos, y la revolución sexual no había sino empezado.
La década previa había sido todo lo opuesto. En los glamurosos años 50, el objetivo era resaltar, potenciar los ragos femeninos más clásicos: cinturas ceñidas, volúmenes, elegancia. Era la esposa que regresaba a su lugar como ama de casa perfecta después de haber tenido un rol más activo durante la II Guerra Mundial. Era fantasía y belleza, pero era un mundo que ya no era real.
En 1956 se promulgó el derecho al voto femenino en el Perú. Lo que pasó entre una década y la otra fue rápido, pero decisivo. Después de siglos de haber estado cubierta, protegida por capas de tela, la mujer quería liberar su cuerpo en todas las variables posibles. La transición de los 50 a los 60 supuso eso mismo.
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“La limeña hace eco de la moda sobre todo europea”, explica la ex Miss Perú y estudiante del doctorado de Historia de la PUCP, Lisseth Ramis. “Si bien hacia los 60 se impone el uso del bikini, la sociedad era aún muy conservadora y son pocas las que se atreven a usarlo”, sostiene. Efectivamente, al comienzo de la década la mayoría sigue prefiriendo el traje de baño completo, pero hacia mediados y finales (con la llegada del movimiento hippie) las cosas cambiaron sin lugar a retorno.
Para Ramis, hay otro factor que no puede deslindarse del contexto local: las diferencias socioeconómicas y cómo estas impactan en las costumbres y modas. “En ese momento, para muchas mujeres de clase alta el estar bronceadas ya implicaba que pertenecían a una clase social vinculada al ocio”, indica. “Lucir el cuerpo bronceado es sinónimo de ser una mujer que puede darse el lujo de estar en la playa, ya que no necesita trabajar”. Casi en paralelo, la consciencia colectiva de entender el cuerpo femenino como una vía de empoderamiento y liberación se hacía más fuerte en las generaciones más jóvenes. Un fenómeno que –afortunadamente– desconocía de estratos sociales o procedencias.
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