Desde que tengo memoria y hasta inicios de este siglo, tejer ya -sea a palillo o a crochet-, era cosa de abuelitas. Recuerdo a Julia, mi abuela paterna, haciendo colchitas a crochet para todos sus nietos, en el Trujillo de inicios de los años 90. A mí me tocó una color melón que aún conservo junto a los recuerdos que tengo de ella. Cuando iba a visitarla, si no estaba preparando alguno de sus maravillosos platos norteños para la tropa, la encontraba sentada en uno de los sillones de la sala tejiendo. Admiraba su capacidad para besar a sus nietos o mirar la televisión sin que esa pequeña maquinaria compuesta únicamente por sus dos pequeñas y regordetas manos se detuviera. Era como si estuviera en un estado superior.
En los últimos años, sin embargo, tejer se ha convertido en una de las manualidades favoritas de muchos jóvenes y adultos, hombres y mujeres, que incluso comparten historias y post en las redes sobre sus avances en esta actividad. Y, por supuesto, las redes sociales están inundadas de tutoriales para aprender estas manualidades y con ellas “ayudarte a tratar la ansiedad, depresión, o dolor crónico, así como disminuir el estrés, aumentar la felicidad y proteger al cerebro de daños causados por el envejecimiento.
Existen estudios en los cuales los neurólogos han notado que ciertas actividades cognitivas, tales como resolver crucigramas, o hacer tejidos, tiene efectos beneficiosos para la salud mental. Y cada vez hay más evidencia para respaldar la afirmación que tejer o realizar cualquier actividad artística beneficia nuestra mente de muchas maneras. Según el psicólogo Mihaly Csikszentimihalyi, cuando uno teje ocurre un fenómeno que él describió como fluidez: unos cuantos momentos en el tiempo donde te absorbe tanto una actividad que nada más parece importarte.
“Cuando estamos involucrados en algo que requiere creatividad, sentimos que estamos viviendo más plenamente que durante el resto de nuestra vida”, afirmó hace un tiempo el psicólogo en una conferencia TED. “Sabes que lo que necesitas hacer es posible de lograr, incluso si se trata de algo difícil, así que la sensación de tiempo desaparece. Te olvidas de ti mismo. Te sientes parte de algo mucho mayor”, agregó.
De acuerdo a su explicación, nuestros sistema nervioso solo puede procesar cierta cantidad de información a la vez y esa es la razón, por ejemplo, por la que no puedes escuchar y entender a dos personas mientras te hablan al mismo tiempo. Así que cuando alguien empieza a crear, como mi abuela Julia, “su existencia fuera de esa actividad se suspende”.
De otro lado, Hay evidencia de una encuesta que respalda el efecto de la dopamina al hacer manualidades. En un estudio realizado con más de 3 mil 500 tejedores, publicado en The British Journal of Occupational Therapy, el 81 por ciento de los encuestados respondió que se sentía más feliz después de tejer. Y más de la mitad informó que se sentían muy felices. Así, con esas palabras: muy felices.
La conclusión a la que han llegado distintos terapeutas es que ese concepto de “fluidez” se asemeja mucho a la meditación. La corriente HTM (hazlo tú mismo) de los últimos años, además, ha influido en que esta manualidad se haga aún mas popular.
La popular Miss Cupcakes, Paloma Casanave, recuerda que desde pequeña vio a su mamá tejer tanto a crochet como a palitos (aunque más con el primero) pero nunca le llamó la atención. Hasta que hace un par de años tuvo una operación en el pie que la dejó inmovilizada por mas de un mes y se vio obligada a hacer un pare en su rutina.
“Siempre vi que una amiga Annarella, que es chef, tejía. Un día, le pedí que me enseñe. Me acuerdo que me compré un patrón en internet de una colcha super ambiciosa para ser el primer proyecto, y empecé a tejer. Mi amiga me enseñó el punto básico y, luego por whatsapp, ella me mandaba videos y yo iba aprendiendo, le mandaba videos míos, ella me decía corrige esto o aquello y así fue cómo aprendí a tejer puntos básicos a crochet. Siempre he sido muy manual, cualquier cosa que sea hacerlo una misma me gusta, me siento muy útil. Siento que soy buena con las manos”, nos cuenta Paloma.
Por su propio trabajo, que tiene que ver con una permanente presencia en redes, Paloma había comenzado a ser dependiente de su celular, pero con el tejido descubrió que podía desprenderse de él por un momento sin sentirse ansiosa.
“Quizá yo me ponía la excusa del trabajo, pero no soltaba el teléfono ya sea respondiendo mails importantes hasta viendo cosas no tan relevantes en redes sociales. Con el crochet me di cuenta que podía estar horas sin revisarlo. Me ponía a tejer y no revisaba el teléfono y recuerdo que eso me empezó a gustar. Y me sentía bien cuando me daba cuenta que no estaba dependiendo tanto del teléfono. Además, ver que la colchita va creciendo, se siente súper bien, porque es bien tangible el logro: tejes más y la colcha crece. Y cada vez te acercas más al producto final. Eso me gustó”, finaliza.
Ahora, dos años después, Paloma sigue tejiendo a crochet. Le gusta combianar colores, ir a comprar nuevas lanas, aprender puntos mas complicadas. Y está tejiendo algunas colchitas para la gente que ama, como alguna vez mi abuela Julia lo hizo para sus nietos.