Adentro todo, rápido, va a haber pelea” se oye decir en un video a uno de los niños que asistió hace exactamente una semana a una actividad familiar en el Centro de Lima destinada a recaudar fondos para una biblioteca. Afuera, miembros del grupo La Resistencia insultaban y atacaban con palos a los asistentes al evento tras percatarse de que hablaban del enfoque de género. Más tarde, en redes sociales, algunos usuarios, muchos de los cuales en sus biografías se definen conservadores y religiosos, defendían a los energúmenos señalando que en dicho evento se pretendía “lavar el cerebro” de los menores, intoxicándolos con “ideologías comunistas”.
Hay que tener mucho cuidado con esta escalada de violencia física, porque lo siguiente –quizá no hoy, pero tal vez mañana– podría ser algo parecido a lo que ocurrió en el pasado en Alemania o España (también en Argentina), donde las dictaduras de ultraderecha adoptaron la medida radical de secuestrar a los hijos de sus adversarios políticos, en el convencimiento de que solo así, cortando el ‘problema’ de raíz, se depuraría a la sociedad librándola de la izquierda. Los niños eran robados de casas, cárceles de mujeres, maternidades, hospitales públicos y privados, y luego eran dados en adopción a otras familias o puestos bajo la tutela de entidades religiosas y estatales.
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En España, durante el franquismo, existió un tenebroso médico psiquiatra llamado Antonio Vallejo-Nájera, “el Mengele español”, quien creó la teoría científica del “gen rojo” para justificar el delito de la segregación infantil. Ultraderechista, director de un manicomio, admirador confeso del nazismo y defensor de la “pureza racial”, escribió un libro titulado Eugenesia de la Hispanidad y regeneración de la raza (1937), donde podemos leer: “La raza que no quiere estar subyugada por los inferiores y débiles de cuerpo y de espíritu debe engrandecer los biotipos de buena calidad hasta lograr que predominen en la masa total de la población”.
En los años de la guerra civil, Vallejo-Nájera le ofreció a Francisco Franco un proyecto que pretendía demostrar “la inferioridad racial, genética y mental de los marxistas, seguro de encontrar el “gen rojo” entre los presos de guerra del bando republicano y de probar así “las relaciones que puedan existir entre las cualidades biopsíquicas del sujeto y el fanatismo político democrático-comunista”. El dictador no solo optó por financiar el estudio, sino que nombró al doctor jefe de los Servicios Psiquiátricos Militares. Tal como cuenta en un artículo periodístico el escritor, criminólogo e historiador Luis Miguel Sáchez Tostado, los experimentos practicados por Vallejo-Nájera, inspirados en las técnicas de Heinrich Himmler, hombre de confianza de Hitler, incluían “mediciones antropológicas, interrogatorios y un intenso programa de adoctrinamiento político con desfiles militares, loas y vítores franquistas y cursillos religiosos”.
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Los resultados fueron publicados en revistas de la época y, según el psiquiatra, demostraban la inferioridad mental de los ‘rojos’, además de su maldad, brutalidad y hasta su fealdad física. Pero hay más. En los informes sobre los exámenes hechos a las prisioneras mujeres (donde se explicitaba cómo y cuándo habían sido “desfloradas”), Vallejo-Nájera concluye que su participación política responde a un deseo de “satisfacer sus apetencias sexuales”. Y además asegura que, con una inteligencia “atrofiada”, la misión de las mujeres “no es la de luchar en la vida, sino acunar la descendencia de quien tiene que luchar por ella”. Con este tipo de asquerosas teorías se justificó la sustracción de un estimado de diez mil niños en España, que fueron registrados ilegalmente por padres franquistas.
Hoy suena inverosímil pensar que una atrocidad como aquella pueda ocurrir en el Perú, pero como decía Primo Levi “sucedió, lo que quiere decir que puede volver a suceder”. La verdadera plaga son esos fanáticos cobardes que, no satisfechos con insultar, escupir y golpear a quienes piensan distinto de ellos, ahora también agreden a los niños asustándolos. En el fondo están cegados por el miedo, les hierve la sangre que tengamos otra mirada del mundo y que queramos compartirla con nuestros hijos, pero no conseguirán callarnos. Mantengamos los ojos abiertos. //