Mientras he ido descubriendo las ventajas de incorporar a mi vida ejercicios de respiración, yoga y meditación; mientras más leo sobre cómo funcionamos, sobre qué pasa en nuestra mente y cómo manejamos la energía que somos; más quiero compartirlo. Sobre todo con mis hijos, porque mientras más rápido aprendan a entender emociones y pensamientos, a respirar conscientemente, a ser empáticos con el resto y consigo mismos, mejor.
Así nació la idea en mi cabeza de escribir una serie de cuentos donde los protagonistas sean virtudes positivas que todos debemos cultivar: amor incondicional, compasión, paciencia… Esa idea mutó a una guía de crianza positiva basada en lo que yo mismo he ido viviendo (si hay algo en lo que coincidimos muchas de las mamás modernas es que necesitamos más calma).
Calma, mamá es el nombre del libro que me tomó un año entero escribir y grandes retos. En general, todo en cuanto a la maternidad ha sido complejo.
Mis primeros años como mamá, además, han sido de quejas, dramas y puras victimizaciones de mi parte. De sentirme por momentos ahogada e inútil. Sin rumbo y culpable, siempre culpable.
Como madre he perdido los papeles cientos de veces, episodios bochornos que quedarán en la memoria de mis hijos para siempre. Sí, de esos momentos.
Si hubiese aprendido antes a regularme, a –si se puede– poder controlar mis emociones primarias con una pausa, a respirar antes de actuar y a ser un ejemplo digno, habría sido todo más fácil.
Felizmente, nunca es tarde para comenzar. Y créanme que cada vez que puedo trato de que mis hijos (casi adolescentes, si es que ya no) aprendan: les hablo de la respiración, de la importancia del silencio, de qué pasa en nuestra cabeza cuando nos estresamos y cómo podemos controlarnos.
Está comprobado científicamente que en los colegios donde se ha incorporado el mindfulness como práctica ha disminuido el índice de violencia, así como el bullying.
Mindfulness es prestar atención al momento presente, sin juzgar. Es respirar, es observar, es oír, comer, todo conscientemente.
Uno de los ejercicios que se practican en el colegio es pedirle a un niño que elija un peluche o muñeco, se tienda boca arriba, ponga al muñeco sobre su abdomen y lo observe subir o bajar (sube en cada inhalación, baja en cada exhalación).
Al traer la atención a la respiración, ayudamos a nuestra mente a entrar en una pausa, y nuestra atención está enfocada en el hoy.
Así de sencillo. Además de este, hay muchos otros ejercicios que podemos enseñar y practicar junto a nuestros hijos porque es necesario que alguien les enseñe cómo funciona su cabecita, por qué a veces no pueden controlar lo que piensan o lo que sienten, y cómo respirar para calmar su miedo o su angustia.
Por ejemplo, un ejercicio muy sencillo es invitarlo a respirar como si estuviese oliendo una flor: larga y profundamente, que es como necesitamos que sea nuestra respiración.
Creo que es válido que cualquier padre busque ayuda, herramientas, todo lo que esté en sus manos para criar a un hijo. El enfoque es criar uno feliz, no perfecto.
Hay que asegurarnos de aceptar a cada uno de nuestros hijos en su individualidad, darles amor incondicional y de aprender cada vez que nos equivoquemos. No vale cometer el mismo error dos veces (porque como padres vamos a fallar, bastante).
El camino será menos doloroso en cuanto aprendamos a aceptar, a observar sin juzgarnos.
Pero calma, paso a paso. Lo primero, y vital, es respirar. //