El enorme Guillermo Francella es Eliseo, un conserje todoterreno, como esos que abundan en los edificios de la Lima acomodada, quien debe lidiar con un proyecto que amenaza su permanencia en el edificio al que sirve desde hace décadas: la construcción de una piscina en los altos, donde ha levantado su hogar, y el reemplazo de sus labores por las de un service de limpieza.
Tiene recursos para pelearla: empatía profesional, la supervigilancia de los residentes a los que atiende —cuyas vidas y secretos son fuente de manipulación y chantaje—, así como una inagotable capacidad de pasar de víctima a justiciero social, sin que se le mueva un pelo.
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La serie El encargado (Star+) es un tratado alrededor de este personaje, un reto que Francella libra con brillantez. Eliseo ha entendido que la información es un arma, que la intimidad familiar es un tesoro que puede ser saqueado, que las personas asumen ciertos roles apenas pisan la acera de la calle y adoptan otros cuando entran a sus departamentos. En ese festival de poses, son pocos los que tienen el privilegio de una mirada dual que permite, en el contraste de lo público y lo privado, identificar tanto las contradicciones como las constantes de unas personalidades a veces nobles, otras vulgares, por lo general asfixiadas en pequeños infiernos domésticos.
El reto dramático es interesante. Eliseo debe sortear la empinada pirámide social latinoamericana, desde el sótano de la servidumbre invisibilizada hasta el pico de la élite altiva. Para ello, decide convertirse en una suerte de Gran Hermano tercermundista: espía obsesivo, conspirador inspirado, Eliseo hace micromanagement con las minucias, convierte las ofensas en oportunidades y construye redes de lealtad de manera metódica a la espera de accionarlas en busca de apoyo o, al menos, tiempo. No hay purismos de clase ni maniqueísmos aquí: Eliseo, nos enseña la serie, es un ejemplo perfecto de cómo, para asegurar la sobrevivencia, el criollo desciende de los valores cívicos a los códigos barriales y, si hace falta, de estos a la menos escrupulosa ética individual del hombre que ha normalizado la pequeña corrupción diaria.
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Pero asumiendo el guiño bíblico, ¿dónde está la salvación? Una lectura política asoma, pronto, desde la lucha de clases, si se adopta una mirada ideológica. En efecto, las interacciones de Eliseo con los patrones parecen depender exclusivamente del reconocimiento mutuo que tienen de sus posiciones de poder y subordinación. En varios episodios se desarrolla, incluso, una lucha alrededor del control de los medios de producción (como en el episodio de la caldera) y su cuestionamiento (los electrodomésticos de limpieza, la tecnología). Pero la serie es suficientemente buena como para que se agote en el didactismo sociológico y la alegoría. Nada de ello ocurre. El humor y la complejidad dramática aseguran que la tesitura de la producción sea leve, deseable, entretenida. Y que queramos más.
Hace unos días Francella anunció que El encargado tendrá una merecida segunda temporada. La idea de saber cuán lejos llevará esta propuesta es tentadora, como gratificante es seguir conociendo a un personaje enigmático cuya defensa principal es poderosísima: sabe tanto de todos, pero nadie conoce de verdad quién es él. //
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