Las heridas de la violencia en los niños, por Carlos Galdós. (Ilustración: Nadia Santos)
Las heridas de la violencia en los niños, por Carlos Galdós. (Ilustración: Nadia Santos)
Carlos Galdós

Caso 1.
—Mi papá me pega desde siempre.
—¿Y tú qué sientes?
—Siento que mi papá no me quiere.
—¿Y eso qué significa para ti?
—Que nadie me quiere, que la gente es mala. Los hombres son malos, el mundo es peligroso. Me tengo que defender porque estoy solo.
Jonathan, 11 años, pandillero. 

Caso 2.
—Mi papá me pega… me pega todos los días.
—¿Y tú qué sientes?
—Es injusto que me pegue, porque yo no hago nada. Yo no tengo la culpa; ya ni sé por qué me pega.
—¿Y eso qué significa para ti?
—Que tengo que aprender a defenderme de todos siempre y defender a los demás de los papás injustos. Por eso yo quiero ser abogado.
Manuel, 12 años, brigadier de primero de media. 

Caso 3.
—Mi papá, cuando me ve, me pega y también le pega a mi mamá.
—¿Y tú qué sientes?
—Creo que le pega a mi mamá por mi culpa, porque llega cansado del trabajo y, como me encuentra viendo Esto es guerra, se molesta. Seguro debería seguir estudiando.
—¿Y eso qué significa para ti?
—Que no le tengo que dar problemas a mi papá para que no se moleste y le pegue a mi mamá por mi culpa. Yo tengo que ser un buen hijo y siempre el mejor de mi salón.
Ricardo, 12 años, primer puesto de su salón, primer puesto del equipo de natación. Registra problemas obsesivo-compulsivos con la perfección.  

De manera reservada y con autorización de los padres, tuve acceso a una serie de testimonios de adolescentes que tienen como común denominador el ser maltratados por sus papás. Figuras masculinas violentas a las que estos chicos les tienen miedo, de lo cual se desprende que en el futuro es muy probable que tengamos un adulto victimario, un adulto protector y otro con problemas de socialización.  

Se buscó a chicos maltratados, con padres de casi el mismo perfil, y con las mismas características socioeconómicas. Sin embargo, a pesar de las similitudes en el maltrato y el tipo de padre, si se dan cuenta, las interpretaciones de cada muchacho del hecho de ser golpeados por sus padres son completamente diferentes. Y estas dependen de la edad, la madurez, la cultura, el entorno familiar, el lugar donde viven, lo que escuchan en su casa y –aquí viene lo más importante– la reacción de las madres, cómo ellas afrontaron el convivir con un hombre violento y cómo en algunos casos lo justificaban (como el tercer caso). Por eso se trata de un chico con rasgos castigadores. O como en el primer caso, un niño con una madre que simplemente no decía nada y nunca defendió al hijo. Obviamente, ahí se está cultivando una personalidad agresiva que busca defenderse y ha encontrado en el pandillaje su identificación. 

En estos casos, el evento en común (chicos golpeados por el padre) no los define. Hay una serie de variables en la experiencia que hace que el mismo evento no los defina de la misma manera. Los tres tienen heridas emocionales: uno busca la perfección como válvula de escape; otro, la violencia; y el tercero, la perfección al extremo. Los tres buscan salvarse, cada uno con su estilo y con lo que puede.  

Les cuento esta experiencia interesantísima que viví esta semana. A lo mejor se quedan pensando, como yo, que al final de cuentas podemos ser lo que queramos en la vida; depende, finalmente, de cómo lo queramos ver y así como lo veamos será y así se materializará. El evento puede ser el mismo, tendrás heridas y lesiones, pero este no te define. Estos tres muchachos, cada uno desde su daño, podrán salvarse si así lo decidieran de adultos. // 

Esta columna fue publicada el 08 de setiembre del 2018 en la edición impresa de la revista Somos.

Contenido sugerido

Contenido GEC