Cuando se trata de cambiar algo que estamos buscando –un hábito, por ejemplo–, tendemos a poner una fecha de inicio para el nuevo reto: “el lunes comienzo la dieta”, “a fin de mes empiezo a ejercitarme”, “desde mañana no fumo”, “en el 2020 ayudaré más”.
La mayoría de la veces nos quedamos solo en la intención o practicando la eterna procrastinación (el famoso hábito de postergar o retrasar lo que debe hacerse y que termina convirtiéndose en el enemigo de nuestra productividad y de nuestro potencial).
Confieso que soy la Reina del Sur en cuanto a dejar de lado las prioridades para darle más importancia o dedicarle más tiempo al dolce far niente o el placer de hacer nada (armar rompecabezas, sentarme al lado de mi perro para contemplarlo, perderme en Instagram). Me hace falta un organigrama, agendas con listas para hacer checks, más objetivos a corto plazo con planners de escritorio donde tenga apuntado lo que debo hacer día a día. En pocas palabras, necesito dejar de improvisar mi vida.
Me imagino que muchos de ustedes pueden sentirse identificados con esa práctica maestra de dilatación de procesos. No teman ni sientan vergüenza: la procrastinación es un síndrome de estos tiempos modernos. De hecho, se estima que un 95% de la población global tiende a ese hábito y un 15 a 20% es un procrastinador frecuente.
¿A qué se debe?, se preguntarán. Las causas abundan, pero la increíble hiperestimulación a la que estamos ahora todos acostumbrados, la baja tolerancia a la presión y la inseguridad de nuestras propias capacidades funcionan como catalizadores. Es decir, dejamos que nuestro miedo, oh gran enemigo de lo nuevo, nos venza: tenemos temor a probar, temor a movernos, temor a abandonar lo que conocemos, a pesar de que no sea algo que sume a nuestras vidas.
¿Cómo revertir esta costumbre?
Aunque no parezca fácil, existen teorías y consejos aplicados para mejorar todos: ser específicos o trazarnos metas claras, concretas y medibles; usar nuestra energía para lo más importante y urgente a primera hora del día –luego nuestra capacidad de atención y concentración va disminuyendo–; usar premios o recompensas para automotivarnos, sobre todo cuando se trata de hacer tareas que no nos gustan o retos que odiamos; crear plazos para lo que tenemos que hacer; es decir, ponernos deadlines que nos permitan organizar nuestro tiempo en función a nuestros objetivos; tenernos paciencia.
Cuando un año nuevo comienza, muchos de nosotros lo interpretamos como una oportunidad grandiosa para emprender nuevos cambios.
Me imagino que más de uno –como yo– se ha propuesto algunas metas sinceras para el año que estrenamos y para que de una vez por todas nos dejemos de hueve… (terminen ustedes la palabra). Eso es lo bonito y romántico de los nuevos comienzos.
Siempre se puede volver a comenzar, y aunque suene a cliché comercial: todos los días son regalos de nuevas oportunidades.
Hice una lista en cartulina y a colores que titulé “Metas 2020”. La colgué en la pared de mi oficina en casa para tenerla presente (claramente, me olvidé de incorporar en ellas el dejar de procrastinar). Había escrito cosas como: hacer más ejercicio, no volver a comer animales, no olvidarme de mis vitaminas, combatir la celulitis, sacar poto, etc. y otra suerte de metas personales involucradas con mi ego, pero creo que este año, el 2020, nos da una oportunidad a todos de dejarnos de ver el ombliguito –y las pantallitas– y mirar hacia afuera. En ese sentido, los invoco a pensar en metas realmente importantes para todos –que somos uno–: reciclar en casa sí o sí, dejar de consumir plástico, guardar el carro y caminar más, manejar como humanos civilizados, pertenecer a un voluntariado, ayudar más a los demás sin esperar nada a cambio y sin grabarlo todo para colgarlo en las redes. Y lo más urgente e importante: votar con conciencia este 26 de enero para que de una vez por todas este país esté en manos de gente competente. Vamos, Perú, que se puede. //