Locos por Luismi, por Lorena Salmón. (Ilustración: Nadia Santos)
Locos por Luismi, por Lorena Salmón. (Ilustración: Nadia Santos)
Lorena Salmón

Hace más de un mes vengo escuchando la música de Luis Miguel. Redescubrir el placer que me provocaba escuchar sus canciones ha significado un aumento de calidad en mi vida, sin duda.

Va de la mano de seguir fielmente, domingo a domingo, a las nueve de la noche, cada capítulo de la suya (ritual que comparto, además, con millones). 

La biografía de Luis Miguel –literalmente, de película– no podía ser contada de otra forma que no fuera en la plataforma de streaming más poderosa del planeta, Netflix (la serie también se ve por Telemundo en Estados Unidos).  

Desde su estreno el pasado 22 de abril, el resultado no ha sido otro que una absoluta y masiva obsesión por conocer cada detalle de la vida del que fuera una de las estrellas más herméticas, uno de los personajes más mediáticos y fascinantes –y guapos y guapos y guapos– de nuestra historia reciente. 

(Luis Miguel tiene presencia vitalicia en mi mente).

Canciones de décadas atrás, aquellas con las que mi mamá suspiraba, son nuevamente las más escuchadas; cada revelación de su vida se convierte en trending topic, no hay quien no hable de él en red social ni un WhatsApp libre de alguna foto suya.

Hasta el mismo Luis Miguel ha recobrado la fe que perdió en sí mismo. En los conciertos de su gira actual en México y Estados Unidos tuvo llenos totales, así como baños de popularidad que agradece emocionado.

¿Es tan buena la serie?, me preguntaba un curioso ante el resurgimiento y aumento de la fanaticada de Luis Miguel. 

El cásting ha sido magnífico. Diego Bonetta, actor que interpreta al cantante de joven, lo hace de maravilla y su parecido con él es una locura (igual que el resto de actores que interpretan al cantante durante las diferentes etapas de su infancia). 

El actor español que encarna a quien fuera su padre, Luisito Rey, el actual némesis de la humanidad, es un genio más. Pero no son ellos ni la música de fondo ni la gran producción las razones del boom de la serie. El éxito es la historia en sí misma: llena de intrigas, misterios, episodios duros y oscuros (como en la vida de todos). Una historia que tiene componentes de drama, tragedia, misterio, traición; que tiene víctimas y villanos reales, no ficticios.

Una historia donde hay un padre abusador, una madre perdida e incapaz de ser rastreada, y un ‘Sol’ que todo lo ilumina pero que se siente miserable.

Porque la vida de Luis Miguel, a pesar de su abrumadora y exitosísima carrera profesional, viene cargada de tristeza y dolor.

Finalmente, uno no puede volver a verlo con los mismos ojos conociendo las cosas por las que pasó.

No hay forma de que no se genere compasión y empatía por quien ha tenido que vivir experiencias tan complejas como ser literalmente explotado por su padre a una edad en la que le correspondía ser niño, dormir más horas o jugar a la pelota con sus amigos; o perder a una madre –sin saber durante años si estaba viva, muerta o literalmente en otra sintonía–; o, peor aún, lidiar con una fama desbordada sintiendo tanta soledad.  

“Nadie que haya tenido esa vida puede haber crecido sano”, leí en un comentario el pasado domingo, en pleno estrés postraumático ante lo develado en la serie. 

Quizás. 

Quizás por eso, finalmente, Luis Miguel decidió autorizar su biografía y mostrarse como nunca antes y dejarnos conocer los detalles –sesgados, claramente– de su hipnotizante historia.  

Cual haya sido su intención, lo ha logrado: anda de nuevo iluminando el mundo entero, que no soporta la idea de que en dos domingos nos quedaremos sin su brillo.  

No teman, que el sol siempre sale y ya se asegura una segunda temporada.  

Esta columna fue publicada el 07 de julio del 2018 en la edición impresa de la revista Somos.

Contenido Sugerido

Contenido GEC