Por qué vale la pena sonreír en Navidad pese al caos de la época, por Lorena Salmón. (Ilustración: Nadia Santos)
Por qué vale la pena sonreír en Navidad pese al caos de la época, por Lorena Salmón. (Ilustración: Nadia Santos)
Lorena Salmón

Nunca fui una persona generosa. De hecho, he sido más de las que siempre velaban por su interés y beneplácito. He sido egoísta, muy egoísta.

Y floja. Por eso, nunca he sabido regalar. Cualquier ocasión que amerite o exija un presente de por medio es para mí una complicación. De ahí que evite mandar obsequios de matrimonio (quizás sea esa la razón por la que casi nunca tengo uno). Y, bueno, las Navidades y el qué regalar, no hace falta decirlo, me rompen la cabeza.

Lo digo con la mano en el corazón. A mí me encantaría poder ser como aquellas personas que piensan en el detalle perfecto hecho prácticamente a la medida para el otro. Pero no. No habito ese lugar. Ni siquiera sé envolver uno con dignidad, casi siempre hago un desastre (las bolsas de regalo son un maravilloso invento, pero otro presupuesto).

No obstante todo lo anterior, esta Navidad he tratado de que mi actitud sea diferente. Frente a todo, incluso a la música navideña prematura sonando en espacios públicos. Tanto así, que hace una semana estoy preparando en mis clases de guitarra Mi burrito sabanero para sorprender a mi familia y enseñarle a mis hijos que uno puede aprender, sin previa experiencia, lo que se proponga.
Por eso, cuando fui a comprar los regalos este año lo hice con la certeza de hacer feliz a otro y el proceso fue menos doloroso. Aunque no deberíamos esperarla Navidad para demostrarles a nuestros familiares y amigos que los queremos mucho, y menos con regalos, esta fiesta nos invita a pensar en el resto. De verdad que cuán necesario es hacerlo. Nos invita a entregar el amor que tenemos para dar, que es infinito y bonito, en formas concretas.

Es lindo, finalmente. A mí me encanta desenvolver un regalo (toda esa adrenalina disparada por el cuerpo). Pero más lindo es ver cómo el otro desenvuelve uno y cómo su rostro se transforma en gratitud pura. Ah, qué hermosura. Gratitud en esencia e inmediata.

El otro día lloraba –literalmente– viendo en Internet una recopilación de videos de niños sorprendidos por sus padres en Navidad, sus reacciones frente a lo inesperado o lo tan esperado. Una maravilla (si usted se siente particularmente triste en estas épocas del año, hágase un favor y busque en YouTube: reacciones al abrir un regalo).

Ahora. Es probable que las compras navideñas ya hayan sido hechas pero aquí unos consejos:

–Un regalo a mano, hecho artesanalmente, una carta, un dibujo, un ramo de flores es suficiente. Lo importante es que la otra persona sienta que realmente invertimos tiempo y corazón en ella.

–Envuelva con papel reciclado. Estoy segura de que todos en casa tenemos periódicos o revistas viejas.

–Si siente que la Navidad despierta en usted su peor versión, si es una fecha que lo pone en extremo sensible, si hoy se levantó triste; no hay tema. No se hablaría de magia en esta época, si es que no fuera propicia para que los milagros se dieran.

¿Sabe cuál es un excelente remedio para la pena? Dar. De y ayude a los que pueda. Hay tanta gente que necesita una mano y tanta otra que requiere calor y compañía. Disfrute de la increíble sensación de arrancarle una sonrisa a algún desconocido o familiar. El 24 de diciembre habrá mucha gente feliz de recibir su amor y generosidad.
Feliz Navidad para todos. //

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