DNI, foto sin lentes, huellas digitales y un sello invisible en el brazo derecho. Me entregan una tarjeta verde y eso es todo, ya puedo ingresar a Castro Castro. Llevo conmigo una libreta y un lápiz, mis demás cosas las he dejado en la movilidad del INPE que nos ha traído hasta San Juan de Lurigancho. No necesito más.
Vienen conmigo alrededor de veinte personas, la mayoría de ellos cocineros que participarán como jurado del concurso Cocina Optimista, evento con el que cierra el taller de tres fechas que ofreció el chef Palmiro Ocampo y el equipo de la organización Ccori a 32 internos del penal. El objetivo: enseñarles a cocinar y crear recetas utilizando la mayor parte de los insumos (cáscaras, vainas, hojas). Cocina óptima, como la llama Ocampo.
Por dentro, el penal es quizá lo que uno se imagina de una cárcel, puras rejas y de todo tipo, verticales, horizontales, en forma de cuadrados, rombos y más. Por ellas, algunos rostros de internos se asoman curiosos a nuestro paso, algunos saludan y sonríen, otros solo observan, cada uno encierra una expresión diferente.
Un pasadizo de unos 30 metros nos traslada al lugar donde se realizará el concurso, una rotonda rodeada por edificios de cuatro pisos identificados con su respectivos número y letra, pabellón 3A, 3B y así cada uno.
Durante el trayecto al penal, el conductor de la movilidad del INPE nos mencionó que Castro Castro tienen una comunidad de alrededor de seis mil internos, dos veces más de su capacidad real. Dato que cobra relevancia al ver a un gran número de ellos agolpados tras las rejas de los ventanales de cada pabellón. Ninguno se quiere perder de nada.
Sazón y ritmo ‘caneros’
El Taller de Música de Castro Castro está listo en el escenario, son 15 internos, todos con jeans, camisa rosada y chaleco negro. Saludan a su público y arrancan la jarana con ‘Rebeca’. “Aquí me tienes penando, sin poderme consolar” se escucha y se baila en los pabellones, mientras los equipos de cuatro internos cada uno van apareciendo con sus trajes blancos y sus platos prolijamente decorados para la ocasión.
Empieza el protocolo: palabras del director del penal, Heriberto Ponce Bellido; de la fiscal del Ministerio Público, Rosa Díaz Sosa; y del chef Palmiro Ocampo, quien a su vez presenta a los miembros del jurado: la cocinera María Zúñiga, los chefs Alonso Arakaki, George Capristán y Alexander Quesquén, y la bartender Karen Seijas.
Suena el vals ‘Engañada’ y luego la DJ Pía Van O irrumpe el ambiente criollo con su electrónica. Música que servirá de fondo para que el jurado se acerque a cada equipo, pruebe sus creaciones y pregunte acerca de los platos.
En busca de una oportunidad
Harold Flores Montero ingresó a los 21 años al penal por tenencia ilegal de armas. Su mesa es un homenaje al zapallo: locro de zapallo al horno, mazamorra de cáscara de zapallo y naranja, y agua de zapallo. Lleva cuatro años en Castro Castro y le faltan dos para salir. Me dice que le ha agarrado gusto a la cocina, que lleva un año en los talleres de cocina del área educativa y que al salir le gustaría poner un negocio gastronómico. ¿Te arrepientes de algo?, le pregunto. “Esa palabra no está en mi vocabulario”, me dice. ¿Y entonces?, insisto. “Prefiero decir que aprendí la lección”, me contesta con la boca cubierta por la mascarilla blanca.
Otro de los internos que ha recibido formación en el área educativa del penal es Juan Pablo Contreras Zazueta, mexicano de 52 años recluido en Castro Castro por tráfico ilícito de drogas, "como muchos de los extranjeros que están aquí“, señala. Su banda, conformada también por peruanos y colombianos, enviaba maletines con cocaína a México y Estados Unidos. Lleva 12 años en el penal y tiene la esperanza de recibir beneficios para poder salir antes del 2025, como señala su condena. El taller de Ccori le ha hecho darse cuenta “que no existe una cultura del aprovechamiento, que por desconocimiento muchos insumos terminan en el tacho”, comenta.
Junto a Contreras se encuentra Ment Floor Dijkhuizen, de 53 años, y aunque su apellido suene foráneo es “bien peruano”, aclara. Peruano-holandés para ser más exactos. Tiene una condena de 25 años, de los cuales lleva cumplidos siete. “Tengo un restaurante en el pabellón 1A, se llama Nueva Esperanza”, me cuenta. Está en Castro Castro por lavado de activos. “No he sabido explicar bien la procedencia de un dinero”, señala. Según un informe de Ojo Público, se trata del ‘Holandés’ y cumple condena “por lavado de dinero a raíz de una incautación histórica de 1,6 toneladas de cocaína en Holanda el 2005 y vinculado a otro hallazgo de droga en España en el 2003”.
El equipo de Contreras y Dijkhuizen han sorprendido al jurado con su escabeche de patas de pollo, chuleta de cordero en salsa de café, gelatina de leche y refresco de café. Un menú potente que los hace ganadores del concurso. Se abrazan, celebran y posan para la foto oficial junto al trofeo. El Taller de Música vuelve a lo suyo y enmarca el momento con una salsa, ‘La revancha’.
La cocina optimista de Ccori
Es la segunda vez que Ccori realiza un taller de este tipo en Castro Castro, también lo han hecho en los penales de Santa Mónica y en Virgen de Fátima. Una forma de llevar a más espacios la cocina óptima que desde hace varios años se encarga de predicar el chef Palmiro Ocampo, un concepto gastronómico que busca reducir el desperdicio de alimentos y hacer más con menos.
Así, Ocampo y su equipo han capacitado también a mujeres de comedores populares de diversas zonas de Lima y comparten a través de sus cuentas de redes sociales las técnicas y recetas que va creando. Cáscaras, vainas, pepas, hojas, todo puede ser aprovechado en la mente del chef. Y es que si algo le sobra a Ocampo, además de sazón, es optimismo.