El periodista Horacio Pagani escribió hace unas semanas una nota que dormía en el baúl: “El 23 de marzo de 1977 (hace 43 años) se produjo el debut como titular de Diego Armando Maradona en la selección”.
Hace 43 años. Pasó mucho tiempo.
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La foto se llama El Gran Seguimiento Griego y está publicada en la web de El Gráfico de Argentina. Internet tiene el valor de la eternidad: la revista en su versión print ya no existe -dejó de salir en enero del 2018- pero su historia, sus postales y sus portadas se pueden en encontrar todavía en su punto com. Frente a frente, los ojos cerrados y el amarillo césped del viejo Estadio Nacional como tarima, Luis Reyna toma de los hombros a Diego Armando Maradona, en uno de los enésimos intentos de ese partido, Eliminatorias para México 86, Perú 1, Argentina 0, que no solo se va a recordar cómo el último partido que la Blanquirroja consigue derrotar a los albicelestes. Ese es un dato incluso menor: esa tarde de otoño, Reyna fue más que el rey. Lo jaqueó.
Los editores de El Gráfico completan la efeméride: “En Lima, el 23 de junio de 1985, por las Eliminatorias clasificatorias al Mundial de México 86, Luis Reyna se hace famoso por marcar hombre a hombre a Diego Maradona, al que logró anular por completo del partido”. La leyenda crece y se exagera a medida que pasan los años. El hombre que fue clave en este juego de ajedrez lo sabe y no le gusta. No tanto.
Ahora mismo suena el teléfono celular que no ha cambiado desde su tiempo de técnico de Universitario. Solo suena. El señor Reyna no está.
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Luis Reyna nació en Huánuco, el 16 de mayo de 1959. Le gustaba usar bigotes. También las medias caídas. Jugó en Sporting Cristal y Universitario, dos de los clubes grandes del Perú, trampolín suficiente para llegar a la selección: participó en 39 ocasiones y alcanzó cupo para el Mundial España 1982. Pocas veces contesta el teléfono, si se trata de hablar del tema. Cuando está de buen humor dice: “No, por favor, no. Maradona es él, yo soy Reyna”. Cuando amanece con el pie izquierdo, es más simple: no atiende. Está harto el volante mixto de Perú en las Eliminatorias para México 86. Reyna borró al Rey el 23 de junio de 1985 e hizo de una astuta estrategia de su técnico el modelo perfecto de cómo anular al mejor jugador del mundo y no morir en el intento.
La historia tras el partido tiene decenas de versiones, casi tantas como testigos de aquel partido de Eliminatorias que nunca pisaron el estadio. ¿Quiso Sendero Luminoso secuestrar a Maradona? Por lo menos, fue el rumor instalado en la delegación argentina que llegó a Lima en junio del 85 y no pudo dormir la noche previa en el Hotel Sheraton, frente a Palacio de Justicia, en el Centro. ¿Cómo era Lima entonces? ¿Qué estaba pasando en el Perú? La primavera que despertaba el primer Gobierno de Alan García no maquillaba el clima de violencia instalado por el grupo terrorista Sendero Luminoso y el MRTA. Alan García había prometido, entre otras cosas, no pagar la deuda externa. La Vía Expresa era aún la gran arteria para el tránsito de los Enatru. Detonaban coches bomba que rompían vidrios y futuros. Las cárceles eran pasarela de polémicos desfiles terroristas. En la TV, el humorístico Los Detectilocos captó la idea e incluso grabó un programa del que no hay rastros en YouTube. A ese Perú llegó Maradona y su selección.
Según el documental “1986: La historia detrás de la Copa”, producido por la Presidencia de la Nación Argentina, el equipo argentino sí pisó Lima con esa noticia: Sendero Luminoso iba a secuestrar a Maradona. Jorge Burruchaga explica así el clima: “La previa de ese partido fue traumática. Dura. Estábamos en un hotel del centro, al que habíamos llegado dos días antes. Habían puesto gente dentro el hotel. Gente afuera todo el tiempo. No podíamos andar por ningún lado. Terrible. Hasta la policía te quería pegar. Así eran las Eliminatorias de la época”.
Así eran.
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La noche anterior a ese Perú-Argentina Luis Reyna no pudo dormir como él hubiese querido. En el Country Club de San Isidro, donde la selección concentró durante las Eliminatorias para el Mundial de México, hubo un matrimonio A1 con fiesta, baile y todo. “Decisiones”, de Ruben Blades, era el hit. También se tomaron decisiones fuera de esa pista. Nadie recuerda la hora exacta, pero los testigos dicen que a las 4 de la mañana se escuchó el último timbal de la orquesta. Jorge Alva, médico y parte del comando técnico 1985, recuerda que vio a Reyna a la mañana siguiente, lo saludó y, a pesar de la mala noche por la bulla, notó cierta tranquilidad en él.
-¿Estás bien, Lucho?
-Sí, doc. Todo bien.
-Pudiste dormir bien.
-Como una piedra, doc.
Abel Silva, jefe de equipo de la selección (19781985), dice que Reyna se levantó sin apuros al mediodía siguiente. “El ‘Cholo’ bajó a las 12, fue al comedor y almorzó con todos. Chale no le dijo nada. Ya estaba todo listo”, dice, como quien abre su álbum de memorias. Estaba todo listo.
Sí. El viernes previo, después de la práctica en el Círcolo Sportivo Italiano, Roberto Chale confirmó lo que había planeado: Reyna debía ser el hombre que acabara con la leyenda de Maradona. En la pichanga había disfrazado a Julio César Uribe de Maradona y la marca de Luis fue impecable. Chale, ex mundialista con Perú y recordado en Argentina por el célebre partido peruano en la Bombonera en 1969, se acercó a Cachete -era su otro alias-, le pasó el abrazo por encima del hombre y le dijo, como si fuera un alumno de primaria:
-"¿Has visto los partidos de la NBA, cómo se persiguen? Igualito. Eso quiero que hagas.
Luis Reyna era muy obediente.
¿Quién iba a marcar a Maradona en lugar de Reyna? ¿Estuvo siempre en los planes hacerle marca personal? Sí. Jorge Olaechea. La obsesión de Chale en las Eliminatorias para el Mundial de México 86 lo obligó a revisar un VHS con imágenes de los partidos de Argentina con Venezuela y Colombia y había detectado cómo se había encarado la marca a Maradona. No era novedad. “Chale me dijo, y yo creo que todos entendíamos lo mismo, que Argentina dependía de Maradona”, recordó Luis Reyna en 2008 para El Comercio, en una de esas pocas apariciones públicas. El detalle era que tanto en San Cristóbal como en Bogotá los hombres encargados de perseguir al genio lo superaban en talla y esa condición los hizo vulnerables ante la gambeta del Diez. Un ratón se escabullía por entre los torpes movimientos de los elefantes. “Necesitaba que alguien lo mirara a los ojos todo el partido. Que lo intimidara pero que no lo pateara”, dice Chale ahora, al teléfono, una de las tantas veces que he podido hablar con él.
La semana previa, en la concentración en el Country Club, la gran duda entonces fue quién. Por un lado estaba Mango, un defensor duro desde las inferiores; por otro Cachete, un muchacho silencioso de 25 años que entendía mejor el juego. Un futbolista, más que un cancerbero. El sacrificado cumplía además otros requisitos. Formaba parte del grupo de los ‘tranquilos’ (con su compañero de habitación, Koki Hirano, Javier Chirinos, entre otros), jugadores de perfil bajo, 25 años promedio, serios en la profesión. “Caballero, esa es la palabra que lo define”, dice el jefe de equipo Abel Silva recuperando edad y situándose en junio de ese 85. Pero es probable que lo convencieran, finalmente, los 173 centímetros del volante de la ‘U'. Chale, hombre astuto si los hay, no lo pensó dos veces: con esa altura sería imposible que el marcador no pudiera mirar de frente a los ojos a su presa, adivinar a dónde va e intuir qué pretende. ‘Trabajarlo’. Y darle un cabezazo (quién sabe si no se lo dio).
-Tú juegas un partido aparte, eh. O mejor dicho, no lo juegas tú y no lo juega él.
Roberto Chale dice que Luis Reyna lo miraba con esa atención con que, en misa, los fieles atienden a los pastores.
Una semana después, en una charla con periodistas limeños en el Sheraton de Buenos Aires, Chale le confesó a Carlos Enciso Pérez-Palma, periodista y hoy jefe de prensa de la ADFP, que debía ‘sacrificar’ a uno para ‘salvar’ a todos. Al final crucificó a dos. A Julio César Uribe lo mandó al banco y a Reyna que jugó un partido sin jugarlo.
Pero existe otra leyenda: un incidente extradeportiva terminó por decidir cómo se iba a reorganizar el equipo peruano para jugarle a Argentina. Julio César Uribe tuvo un problema personal que lo obligó a salir de la concentración y eso fue determinante para Roberto Chale y su plan: jugar sin el Diamante. “En la práctica previa -dice Chale- Julio César jugó como los dioses. Nos conocíamos de Cristal, habíamos jugado juntos, íbamos a misa con la señora Esther Grande de Bentín. Ese día mostró que debía jugar el partido. Pero ya tenía claro que tenía que salir”. En el medio de Perú jugaron Velásquez, Cueto y Reyna. Decidido.
“Es más fácil romper un vaso que hacer un vaso -ironiza Chale ahora, al teléfono-. Teníamos que quebrar a Argentina, romper sus circuitos”.
‘Cachete’, tipo callado, respetuoso, casero, 1,73 m, captó el mensaje. Se lo dijo a sus viejos. A la novia. La leyenda cuenta, además, que Reyna hizo pocas preguntas. No eran necesarias. “Yo admiro a Maradona, qué más podía preguntar acerca de él”, se lee en la edición del 24 de junio de El Comercio, después del 10 sobre el equipo albiceleste. El hombre no podía ser otro que el guadalupano de la promoción G76.
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He visto tres veces ese partido, como tres veces el Argentina-Perú de 1978 en el exagerado TV de 50 pulgadas que tiene mi padre luego de su jubilación de la Marina de Guerra. Luis Reyna no le habla nunca a Diego Maradona. El ‘Pelusa’ tampoco. Lo sigue por izquierda y por derecha. Lo ve, no lo mira. Lo jala de la camiseta todo el tiempo. No se acomoda las medias caídas. Fue a marcar pero, curiosamente, no usó canilleras. Por jugar a no jugar el número 17 de Perú solo toca el balón dos veces. Hasta el minuto 37 del primer tiempo, Reyna solo comete una falta que la crítica argentina podría llamar ‘mala leche’: el ‘Pelusa’ se le escapa en el medio del campo y no queda otra que jalarle del cabello. Carlos Huart, periodista argentino de entonces, lo llamó ‘catchascanista’ después del 1-0 final en Lima. Y al trajinador mediocampista peruano solo le habían sacado una tarjeta amarilla. No había perdido Argentina. Alguien había puesto en duda el mito Maradona. Ese era el problema. “Si lo tuviera que hacer de vuelta, me negaría. Para mí es una deshonra que me reconozcan solo por eso”, ha dicho Reyna algunas veces. Chale no coincide: “Me descorazona que Lucho diga que no lo volvería a hacer. No lo comprendo pero ya está. La historia está ahí, en los libros”...
De hecho, Diego Armando Maradona menciona a Reyna en su libro autobiográfico “Yo soy el Diego de la gente”.
Después de marcar al mejor jugador del mundo, Reyna no iba a ser el mismo. Y Diego tampoco: un año después de perseguirlo por todo el césped del Nacional, el pibe de Fiorito gritaría que es campeón del mundo. La vida de ninguno de ellos sería igual después de esa tarde en el Nacional. Tampoco la de nosotros.
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Luis Reyna está sentado en el medio de la cancha del viejo Lolo Fernández de Breña. Viste una casaca verde de invierno, el pelo se ha ido yendo, el gesto es el mismo de su etapa de jugador: lo ves y no se sabe si está contento o está molesto. Lo ha convocado la producción argentina del documental “1986, la historia detrás de la Copa”, una serie de 7 capítulos que viaja en el tiempo de cómo se forjó ese plantel campeón del mundo. La cita pactada tiene tres temas en común: la marca a Maradona, sus recuerdos de la marca a Maradona y cómo odia que le hablen de la marca a Maradona. En el fondo se ven las butacas de madera de lo que era la tribuna occidente del estadio crema y antes, del primer Stadium Nacional. Ese cielo es de Lima: nada puede ser más gris.
El ex volante de la selección peruana aparece en tres momentos: cómo se ideó la marca, cómo sintió a Diego y cómo lo recuerda.
“Argentina era Maradona, o sea... Lo que yo veía dentro del campo era que Passarella se la daba a Maradona. Si no llegaba la pelota a Maradona no había juego. El profesor Roberto Chale estudió eso y dijo vamos a hacer la marca personal”.
“Maradona ayudó porque… se dejó ganar muy rápido. No fue el mismo de otros días, no reaccionó, no fue el que se molesta, el que saca la garra y va para adelante. Se dejó ganar. Se sorprendió de esa clase de marca. Lo vi callado, en ningún momento reaccionó y eso me facilitó para anularlo”.
“Era simplemente aburrirlo, cosa que no me llena de orgullo. En el Perú no me gusta hablar mucho del tema de Maradona. No estoy muy orgulloso de haberlo hecho”.
Es una pena. Nadie volvió a desaparecer a Maradona como él. Ni siquiera todos los que se acabaron sus millones. //
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